Educar en la interioridad

EDUCAR EN LA INTERIORIDAD

Entrevista publicada en «El Norte de Castilla«, 27 mayo 2013.

-Según el título de su charla. ¿Cuáles son las mayores necesidades que hay que atender en los niños y los jóvenes?

De acuerdo con una descripción clásica en todas las tradiciones de sabiduría, en el ser humano reconocemos una triple dimensión: cuerpo, psiquismo y espíritu. En cada uno de esos niveles, encontramos necesidades que requieren ser respondidas adecuadamente si queremos crecer en unificación y en plenitud humana. Hablamos, por tanto, de necesidades corporales (alimentación, descanso, movimiento), emocionales (sentirse reconocido/amado: a través del contacto físico, la mirada, la palabra, el tiempo de calidad que se le dedica) y espirituales (paz, felicidad, silencio, libertad, plenitud, unidad…).

-¿De qué manera toman conciencia de su mundo interior o se les puede invitar a hacerlo?

La primera condición es que el adulto sea consciente de su propio mundo interior y haya experimentado la riqueza que tal consciencia aporta. Porque no podemos acompañar al niño más lejos de donde nosotros mismos hayamos llegado.
Además de ello, se requiere crear espacios y desarrollar prácticas simples que ayuden al niño en esa toma de conciencia. Hablamos de prácticas psicológicas y meditativas (el cuidado de la inteligencia emocional y espiritual), que favorecen que el niño se vaya familiarizando con su mundo interior, poniendo nombre a lo que vive y aprendiendo a gestionarlo.
Para quienes se encuentren interesados en esta cuestión, creo adecuado sugerir dos libros interesantes: desde la neurociencia, el de Daniel Siegel, “El cerebro del niño”, publicado en la editorial Alba; y, desde la espiritualidad, el de Ana Alonso, “Pedagogía de la interioridad”, de editorial Narcea.

-Cuáles son las claves para acompañar a los niños en el proceso de madurez y cómo se puede controlar la rebeldía de la adolescencia.


La clave fundamental consiste en que la persona adulta se viva desde lo mejor de sí, sea diestra en gestionar su propio mundo interior y sea capaz de vivirse ante el niño como presencia sólida y amorosa. No hablamos de adultos “perfectos” –cosa imposible para todo humano-, sino lúcidos sobre sí mismos, que se aceptan y acogen con sus luces y sombras, por lo que son capaces de aceptar y acoger a los demás.
Desde esa actitud, les resultará más fácil vivir dos actitudes básicas, que han de activarse simultáneamente: el cariño y la firmeza, también en momentos de rebeldía infantil o adolescente.

-Justifíqueme por qué es necesaria una referencia espiritual.

Entendida en su sentido más genuino, “espiritualidad” es sinónimo de “interioridad” o, si se prefiere, de “humanidad plena”. Así vista, su olvido supone una amputación grave del ser humano, con la consiguiente sensación de vacío. Con ello, estaríamos privando al niño del acceso a su dimensión fundamental.
La espiritualidad constituye una dimensión tan básica como la corporeidad, la afectividad o la sociabilidad. Esto explica la importancia decisiva de cuidar la inteligencia espiritual, en cuanto capacidad de nos permite responder adecuadamente a toda esa dimensión.
Lo que ocurre es que la palabra “espiritualidad” con frecuencia aparece cargada de resonancias negativas: porque se ha contrapuesto al cuerpo, al placer, a la vitalidad…, o porque se la había identificado con la religión. Sin embargo, hoy somos conscientes de que es totalmente posible una “espiritualidad laica” (Mariano Corbí) o incluso una “espiritualidad atea” (André Comte-Sponville).

-Usted invita a la meditación como forma de vida. ¿Cómo se aplica en el mundo de las prisas en el que vivimos?

Precisamente, cuantas más prisas, más necesario es el aprendizaje y el cultivo de esa otra forma de vida, que consiste en desarrollar la capacidad de vivir en el presente, siendo dueños de la propia mente.
Meditar, antes que una práctica o un método, es una forma de ser, una forma de vivir. Se trata de un arte y, como todo arte, puede aprenderse gracias a la práctica perseverante.
Al crecer en la capacidad de venir al presente, sin identificarnos con los movimientos mentales y emocionales que surgen en nuestra mente, esta forma de vida sabe a ecuanimidad, consciencia y plenitud. En realidad, la persona termina reconociéndose en ella, porque encaja adecuadamente con el anhelo que nos mueve.
Así como todo sufrimiento –no el dolor- nace de la mente no observada, la liberación del mismo solo es posible gracias a la consciencia de quienes somos.

-¿De qué forma la crisis afecta a la educación y el crecimiento de los niños?

Sin duda, la crisis puede afectar negativamente en un doble sentido: por un lado, cuando el problema económico es fuerte en la familia, el niño puede verse expuesto a un peligroso sentimiento de inseguridad; por otro, los recortes en los medios destinados a la educación pueden devaluar la calidad de la misma.
Ahora bien, todo puede ser oportunidad de crecimiento; también las crisis. Ello requiere vivir –y enseñar a vivir- actitudes constructivas. Y este sería un buen mensaje que toda crisis nos viene a recordar: Lo decisivo no es lo que nos ocurre, sino aquello que hacemos con lo que nos ocurre.