Semana 23 de agosto: ¿SOMOS UNA REALIDAD VIRTUAL? // Patricia SÁNCHEZ – Pablo PÉREZ

¿Simulamos universos o somos seres virtuales dentro de una simulación?
 
Patricia Sánchez Blázquez, profesora titular en la Universidad Complutense de Madrid (UCM).
Pablo G. Pérez González, investigador del Centro de Astrobiología, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (CAB/CSIC-INTA).
 
El País, 04.06.2020.
https://elpais.com/ciencia/2020-06-04/simulamos-universos-o-somos-seres-virtuales-dentro-de-una-simulacion.html

Los astrofísicos no tenemos laboratorios como otros científicos, así que creamos simulaciones del universo para hacer experimentos con ellas.

La mayor parte de las ciencias experimentales usan el método científico para hacerse preguntas sobre el mundo natural. El método comienza con una observación de un fenómeno que lleva al científico a formular una pregunta. La respuesta a esta pregunta, la hipótesis, ha de poder ser testada mediante experimentos controlados, en los cuales es posible cambiar uno o varios factores manteniendo el resto constante. Por ejemplo, si quiero ver si el azúcar se disuelve mejor en leche caliente que en leche fría, hay que estudiar cómo una misma cantidad de azúcar se disuelve en una misma cantidad de leche calentada a diferentes temperaturas. En todas las repeticiones del experimento se debe que usar el mismo tipo de azúcar, la misma leche y el mismo recipiente. El único parámetro que debe variar es la temperatura.

Lamentablemente, los astrofísicos no tenemos laboratorios en los que realizar experimentos controlados. Usando potentes telescopios podemos conocer algunas propiedades del universo en diferentes épocas, pero no podemos volver a crear el universo en el que vivimos una y otra vez cambiando, cada vez, una sola variable. ¿Cómo hacemos entonces para aplicar el método científico? Creando universos virtuales con tres “sencillos” pasos:

Paso 1: partimos de la imagen del universo más antigua que tenemos, la obtenida 380.000 años después del Big Bang. Esta imagen es lo que llamamos radiación de fondo de microondas. Esta radiación rellena todo el espacio que nos rodea y tiene una temperatura muy similar en todos sitios con pequeñas variaciones de 1 entre 100.000 partes. Estas pequeñas zonas corresponden a regiones ligeramente más densas que el resto del universo.

Paso 2: añadimos los ingredientes básicos, que en nuestro caso serán la materia ordinaria, la materia oscura y la energía oscura. La primera es la materia formada por átomos de todo tipo y que forma parte de todo lo que vemos, incluidos nosotros mismos. En el caso de la segunda, la materia oscura, desconocemos de qué partículas está compuesta. Como no la vemos, suponemos que no interacciona con la radiación. Es decir, no absorbe ni emite luz y, por ejemplo, si la ponemos delante del Sol no se calienta. Pero sí tiene masa. Conocemos la existencia de materia oscura y la cantidad presente en el universo por la atracción que ejerce sobre otros objetos que sí vemos. Poco podemos decir del tercer y último ingrediente, la energía oscura. Honestamente, no tenemos ni idea de qué es. Lo único que sabemos, porque las observaciones así lo indican, es que ejerce un efecto opuesto al de la gravedad, produciendo que los objetos del universo se alejen entre sí. En los últimos tiempos la energía oscura está ganando el pulso a la gravedad, lo que causa que nuestro universo se expanda cada vez más rápido.

Paso 3: añadimos cómo se relacionan todos estos ingredientes, es decir, las leyes de la física. Metemos todo en el horno precalentado a temperatura de unos 3.300℃, lo apagamos y lo dejamos que se vaya enfriando durante más o menos 13.700 millones de años virtuales, cuya conversión a tiempo real dependerá del número de procesadores de los que dispongamos.

Si observamos lo que pasa veremos que nuestro universo, gracias a la energía oscura, se va expandiendo poco a poco. Sin embargo, en algunas regiones, aquellas inicialmente más densas, la gravedad va ganando batallas y, gracias a ello, se empiezan a formar galaxias y, dentro de ellas, estrellas, planetas y agujeros negros. Según va pasando el tiempo, estas galaxias se van agrupando más y más e incluso se fusionan unas con otras para dar lugar a una variedad de formas y tamaños al final de la simulación increíblemente parecidas a las formas y tamaños de las galaxias que observamos con nuestros telescopios. Al terminar, nuestro universo ocupará un volumen 1.000 veces mayor del volumen inicial y las galaxias se habrán dispuesto en redes de estructuras filamentosas que, de nuevo, son casi indistinguibles de aquellas que vemos en nuestro universo real. Es esta similitud asombrosa entre las estructuras observadas y simuladas las que nos lleva a pensar que, a pesar de no conocer bien la naturaleza de dos de los ingredientes principales ni muchos detalles de las leyes físicas, nuestra receta no está muy equivocada.

Podemos repetir nuestro experimento modificando ligeramente los ingredientes principales o las leyes de la física y realizar así algo similar a un experimento controlado. De esta manera estudiamos, por ejemplo, cuál es la influencia de los agujeros negros supermasivos en el crecimiento de las galaxias o bajo qué condiciones se crean los elementos químicos necesarios para formar vida y en qué lugares del universo ésta es más probable.

Sin embargo, a pesar de contener billones de partículas, nuestras simulaciones son, necesariamente, muy simplificadas. No simulamos todas las partículas que forman parte del universo. De hecho, sabemos que esto es imposible. Sin embargo, esto no es necesario. Por ejemplo, en nuestro universo virtual las reacciones nucleares que tienen lugar en el interior de las estrellas no están simuladas. Ni siquiera tratamos de simular las estrellas. Basta con simular los efectos que las estrellas tienen en sus alrededores: la luz que emiten durante su vida y la energía y elementos químicos que liberan al morir. Algunos de estos efectos son poco conocidos y son gracias a este tipo de simulaciones que obtenemos más información acerca de ellos.

Este concepto de la simulación del universo también puede aplicarse a la consciencia del ser humano. Aunque no sabemos realmente qué es la consciencia, podemos pensar que podemos reproducirla si simulamos un cerebro humano. Si contamos cada interacción entre sinapsis como una operación, nuestros cerebros hacen acerca de 1.020 operaciones por segundo (multiplica 10x10x10… 20 veces para hacerte una idea de este número). Se necesitaría muchísimo menos poder de cómputo para simular el entorno exterior con el detalle suficiente para engañar a un cerebro virtual de que el entorno es real. Por ejemplo, no sería necesario simular todos los virus y bacterias del universo sino tan solo aquellas que, en cada momento, están siendo observadas con un microscopio.

Del mismo modo, no sería necesario simular todos los átomos de una silla, sino tan solo los más externos, salvo cuando la silla se rompe. Es cierto que esto habría que hacerlo, no solo para un cerebro, sino para todos los humanos que han poblado la tierra en algún momento, unos cien mil millones. Sin embargo, nuestro poder de cómputo está avanzando tanto que en una o dos generaciones seremos capaces de realizar este tipo de simulaciones y podríamos usarlas, por ejemplo, para estudiar el comportamiento de los diferentes tipos de mentes.

Pero, si esto es cierto, ¿qué nos permite discernir si nosotros mismos no somos parte de una simulación realizada por una civilización más avanzada? Otro día les hablaremos de los detalles de esta propuesta, realizada por el filósofo de la Universidad de Oxford Nick Bostrom y que, por loca que parezca, ha recibido mucho crédito entre científicos de todo el mundo. En cualquier caso, nuestras vidas van a proseguir del mismo modo ya sean reales o virtuales salvo que, claro, alguien apague el ordenador.

LITERALISMO Y VERDAD

Domingo XXI del Tiempo Ordinario

23 agosto 2020

Mt 16, 13-20

En aquel tiempo llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo y preguntaba a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?”. Ellos contestaron: “Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas”. Él les preguntó. “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. Simón Pedro tomó la palabra y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús le respondió: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los Cielos, lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”. Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

LITERALISMO Y VERDAD

      Las respuestas que los discípulos dan a Jesús parecen expresar las diferentes opiniones de las primeras comunidades, en torno a la figura del Maestro. A pesar de sus diferencias, todas ellas coinciden en reconocer a Jesús como “profeta”, tal como este término se entendía en el pueblo judío: el que habla en nombre de Dios o hace presente a Dios en las circunstancias que vive el pueblo, en definitiva, el que vive en la verdad y la expresa.

     La respuesta que el evangelista pone en boca de Pedro constituye ya una elaborada afirmación del credo cristiano de la comunidad de Mateo, que manifiesta su fe en Jesús como el Mesías esperado y el “hijo de Dios” (aunque fuera en un sentido judío, donde el término “hijo” se aplicaba a alguien que gozaba de una especial intimidad con Dios).

    Esa misma comunidad, que considera a Pedro como el “primero” de los apóstoles, pone en boca de Jesús unas palabras que este nunca habría pronunciado. Nos encontramos, por tanto, no ante palabras del Jesús histórico, sino ante la fe de una comunidad que vive casi a finales del siglo I.

    Lo que ello pone de manifiesto es el hecho de que una comprensión adecuada de los textos libera de posturas dogmáticas y de discusiones interminables a partir de la defensa a ultranza de un literalismo –una especie de idolatría de los textos– que resulta insostenible. (Tiene su punto de ironía el hecho de que se haya querido fundamentar el “primado de Pedro” e incluso la institución del papado en palabras que Jesús nunca habría pronunciado. Superado aquel literalismo insostenible, hoy parece evidente que Jesús no instituyó ninguna iglesia ni fundó ninguna religión).

    La comprensión y la vivencia espiritual no consiste en repetir textos memorizados ni en exigir una adhesión a los mismos que, a fuerza de ser literal, termina traicionándolos en su verdadero sentido.

   La vivencia espiritual puede tener como referencia algunos textos –como “mapas” que resultan útiles para balizar el camino en un momento determinado–, pero antes o después habrá de conducir a soltar todos ellos –dejando caer todas las creencias– para apoyarse en la desnuda certeza de ser, en el silencio consciente que conduce a la verdad que se encuentra más allá (más acá) de todo concepto y de toda creencia.

¿Cómo me relaciono con las creencias?

Semana 16 de agosto: POR QUÉ ES DIFÍCIL CAMBIAR DE OPINIÓN // James CLEAR

POR QUÉ LOS HECHOS NO NOS HACEN CAMBIAR DE OPINIÓN

 James Clear
https://medium.com/@Carnaina/por-qu%C3%A9-los-hechos-no-nos-hacen-cambiar-de-opini%C3%B3n-8841d7c349f

El economista J.K. Galbraith escribió una vez: “Ante la disyuntiva de cambiar de opinión y demostrar que no hay necesidad de hacerlo, casi todo el mundo se ocupa de la prueba”.

León Tolstoi fue aún más audaz: “Los temas más difíciles pueden explicarse al hombre más torpe si no se ha formado ya una idea de ellos; pero la cosa más sencilla no puede aclararse al hombre más inteligente si está firmemente persuadido de que ya sabe, sin ninguna sombra de duda, lo que se le presenta”.

¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué los hechos no nos hacen cambiar de opinión? ¿Y por qué alguien seguiría creyendo una idea falsa o inexacta de todos modos? ¿Cómo nos sirven tales comportamientos?

La lógica de las falsas creencias

Los seres humanos necesitan una visión razonablemente precisa del mundo para poder sobrevivir. Si tu modelo de realidad es muy diferente del mundo real, entonces luchas para tomar acciones efectivas cada día.[1]

Sin embargo, la verdad y la exactitud no son las únicas cosas que importan a la mente humana. Los humanos también parecen tener un profundo deseo de pertenencia.

En Atomic Habits, escribí: “Los humanos son animales de rebaño. Queremos encajar, vincularnos con los demás y ganarnos el respeto y la aprobación de nuestros semejantes. Tales inclinaciones son esenciales para nuestra supervivencia. Durante la mayor parte de nuestra historia evolutiva, nuestros antepasados vivieron en tribus. Separarse de la tribu, o peor aún, ser expulsado, era una sentencia de muerte”.

Entender la verdad de una situación es importante, pero también lo es permanecer como parte de una tribu. Mientras que estos dos deseos a menudo funcionan bien juntos, ocasionalmente entran en conflicto.

En muchas circunstancias, la conexión social es realmente más útil para su vida diaria que la comprensión de la verdad de un hecho o idea en particular. El psicólogo de Harvard Steven Pinker lo expresó de esta manera: “Las personas son abrazadas o condenadas de acuerdo con sus creencias, así que una función de la mente puede ser la de mantener creencias que traigan al poseedor de la creencia el mayor número de aliados, protectores o discípulos, en lugar de creencias que es más probable que sean verdaderas”.[2]

No siempre creemos las cosas porque sean correctas. A veces creemos las cosas porque nos hacen quedar bien con la gente que nos importa.

Kevin Simler lo expresó bien cuando escribió: “Si un cerebro anticipa que será recompensado por adoptar una creencia en particular, está perfectamente feliz de hacerlo, y no le importa mucho de dónde viene la recompensa: ya sea pragmática (mejores resultados como resultado de mejores decisiones), social (mejor tratamiento por parte de los compañeros), o alguna mezcla de las dos”.[3]

Las falsas creencias pueden ser útiles en un sentido social aunque no sean útiles en un sentido fáctico. A falta de una mejor expresión, podríamos llamar a este enfoque “factualmente falso, pero socialmente exacto”.[4] Cuando tenemos que elegir entre los dos, la gente a menudo selecciona a los amigos y a la familia por encima de los hechos.

Esta perspicacia no solo explica por qué podríamos callarnos en una cena o mirar hacia otro lado cuando nuestros padres dicen algo ofensivo, sino que también revela una mejor manera de cambiar las opiniones de los demás.

Los hechos no cambian nuestras opiniones. La amistad sí.

Convencer a alguien de que cambie de opinión es realmente el proceso de convencerlo de que cambie su tribu. Si abandonan sus creencias, corren el riesgo de perder los lazos sociales. No puedes esperar que alguien cambie de opinión si le quitas también su comunidad. Tienes que darles un lugar adonde ir. Nadie quiere que su visión del mundo se rompa si el resultado es la soledad.

La forma de cambiar la mente de la gente es hacerse amigo de ellos, integrarlos en su tribu, traerlos a su círculo. Ahora, pueden cambiar sus creencias sin el riesgo de ser abandonados socialmente.

El filósofo británico Alain de Botton sugiere que simplemente compartamos comidas con aquellos que no están de acuerdo con nosotros: “Sentarse en una mesa con un grupo de desconocidos tiene el incomparable y extraño beneficio de hacer un poco más difícil odiarlos con impunidad. Los prejuicios y las luchas étnicas se alimentan de la abstracción. Sin embargo, la proximidad que requiere una comida —algo como repartir platos, desplegar servilletas al mismo tiempo, incluso pedirle a un extraño que le pase la sal— trastorna nuestra capacidad de aferrarnos a la creencia de que los forasteros que llevan ropa inusual y hablan con acentos distintos merecen ser enviados a casa o asaltados. A pesar de todas las soluciones políticas a gran escala que se han propuesto para saldar el conflicto étnico, hay pocas maneras más eficaces de promover la tolerancia entre vecinos sospechosos que obligarlos a cenar juntos”.

Tal vez no sea la diferencia, sino la distancia lo que genera tribalismo y hostilidad. A medida que la proximidad aumenta, también lo hace la comprensión. Me recuerda la cita de Abraham Lincoln: “No me gusta ese hombre. Debo conocerlo mejor”.

Los hechos no nos hacen cambiar de opinión. La amistad sí.

El espectro de creencias

Hace años, Ben Casnocha me mencionó una idea que no he podido desechar: Las personas que tienen más probabilidades de cambiar de opinión son aquellas con las que estamos de acuerdo en el 98 por ciento de los temas.

Si alguien que conoces, te gusta y confía en una idea radical, es más probable que le reconozcas cierto mérito, peso o consideración. Ya estás de acuerdo con ese alguien en la mayoría de las áreas de la vida. Tal vez también deberías cambiar de opinión en este caso. Pero si alguien muy diferente a ti propone la misma idea radical, bueno, es fácil descartarlo como un chiflado.

Una forma de visualizar esta distinción es mediante el mapeo de las creencias en un espectro. Si divides este espectro en 10 unidades y te encuentras en la Posición 7, entonces no tiene mucho sentido tratar de convencer a alguien en la Posición 1. La brecha es demasiado amplia. Cuando estás en la Posición 7, es mejor que gastes tu tiempo conectando con las personas que están en las Posiciones 6 y 8, llevándolas gradualmente en tu dirección.

Las discusiones más acaloradas a menudo ocurren entre personas que se encuentran en extremos opuestos del espectro, pero el aprendizaje más frecuente ocurre de personas que están cerca. Cuanto más cerca estés de alguien, más probable es que la o las creencias que no compartes se desangren en tu propia mente y moldeen tu pensamiento. Cuanto más lejos esté una idea de tu posición actual, más probable es que la rechaces de plano.

Cuando se trata de cambiar la opinión de la gente, es muy difícil saltar de un lado a otro. No se puede saltar por el espectro. Tienes que deslizarte por él.

Cualquier idea que sea lo suficientemente diferente de tu visión actual del mundo la percibirás como amenazadora. Y el mejor lugar para reflexionar sobre una idea amenazante es en un ambiente no amenazante. Como resultado, los libros son a menudo un mejor vehículo para transformar las creencias que las conversaciones o los debates.

En la conversación, la gente tiene que considerar cuidadosamente su estatus y apariencia. Quieren guardar las apariencias y evitar parecer estúpidos. Cuando se enfrentan a un conjunto de hechos incómodos, la tendencia es a menudo a doblar su apuesta por su posición actual en lugar de admitir públicamente que están equivocados.

Los libros resuelven esta tensión. Con un libro, la conversación tiene lugar dentro de la cabeza de alguien y sin el riesgo de ser juzgado por los demás. Es más fácil tener una mente abierta cuando no te sientes a la defensiva.

Los argumentos son como un ataque frontal completo a la identidad de una persona. Leer un libro es como deslizar la semilla de una idea en el cerebro de una persona y dejarla crecer en sus propios términos. Ya hay suficiente lucha en la cabeza de una persona cuando está superando una creencia preexistente. Tampoco necesitan luchar contigo.

Por qué persisten las ideas falsas

Hay otra razón por la que las malas ideas siguen viviendo: porque la gente sigue hablando de ellas.

El silencio es la muerte para cualquier idea. Una idea que nunca es comentada o escrita muere con la persona que la concibió. Las ideas solo pueden ser recordadas cuando se repiten. Solo pueden creídas cuando se repiten.

Ya he señalado que las personas repiten ideas para señalar que son parte del mismo grupo social. Pero aquí hay un punto crucial que la mayoría de la gente no considera.

La gente también repite las malas ideas cuando se quejan de ellas. Antes de poder criticar una idea, hay que hacer referencia a esa idea. Terminas repitiendo las ideas que esperas que la gente olvide, pero, por supuesto, la gente no puede olvidarlas porque sigues hablando de ellas. Cuanto más repitas una mala idea, más probable es que la gente la crea.[6]

Llamemos a este fenómeno la Ley de Recurrencia de Clear: El número de personas que creen una idea es directamente proporcional al número de veces que se ha repetido durante el último año, incluso si la idea es falsa.[7]

Cada vez que atacas una mala idea, estás alimentando al mismo monstruo que intentas destruir. Como escribió un empleado de Twitter: “Cada vez que retuiteas o citas un tuit de alguien con el que estás enfadado, lo ayudarás. Diseminas sus tonterías. El infierno para las ideas que deploras es el silencio. Ten la disciplina para dárselo”.[8]

Tu tiempo está mejor empleado en defender las buenas ideas que en derribar las malas. No pierdas tiempo explicando por qué las malas ideas son malas. Simplemente estás avivando la llama de la ignorancia y la estupidez.

Lo mejor que le puede pasar a una mala idea es que se la olvide. Lo mejor que le puede pasar a una buena idea es que se comparta. Esto me hace pensar en la cita de Tyler Cowen: “Pasa el menor tiempo posible hablando de cómo otras personas están equivocadas”.

Alimenta las buenas ideas y deja que las malas se mueran de hambre.

El soldado intelectual

Sé lo que podrías estar pensando: “James, ¿hablas en serio ahora mismo? ¿Se supone que debo dejar que estos idiotas se salgan con la suya?”.

Déjame ser claro. No digo que nunca sea útil señalar un error o criticar una mala idea. Pero tienes que preguntarte: “¿Cuál es el objetivo?”.

En primer lugar, ¿por qué quieres criticar las malas ideas?

Presumiblemente, quieres criticar las malas ideas porque piensas que el mundo estaría mejor si menos gente las creyera. En otras palabras, crees que el mundo mejoraría si la gente cambiara de opinión sobre algunos temas importantes.

Si el objetivo es realmente cambiar de opinión, entonces no creo que criticar al otro lado sea el mejor enfoque.

La mayoría de la gente discute para ganar, no para aprender. Como dice Julia Galef de manera tan acertada: la gente a menudo actúa como soldados en vez de como exploradores. Los soldados están en el ataque intelectual, buscando derrotar a las personas que difieren de ellos. La victoria es la emoción operativa. Los exploradores, por su parte, lentamente, tratan de trazar el mapa del terreno con otros. La curiosidad es la fuerza motriz.

Si quieres que la gente adopte tus creencias, tienes que actuar más como un explorador y menos como un soldado. En el centro de este enfoque hay una pregunta que Tiago Forte plantea maravillosamente: “¿Estás dispuesto a no ganar para mantener la conversación?”.

Sé amable primero, sé correcto después

El brillante escritor japonés Haruki Murakami escribió una vez: “Recuerda siempre que argumentar y ganar es romper la realidad de la persona contra la que estás argumentando. Es doloroso perder tu realidad, así que sé amable, incluso si tienes razón”.[10]

Cuando estamos en el momento, podemos olvidar fácilmente que el objetivo es conectar con el otro lado, colaborar con ellos, hacerles amigos e integrarlos en nuestra tribu. Estamos tan atrapados en la victoria que nos olvidamos de conectar. Es fácil gastar su energía etiquetando a las personas en lugar de trabajar con ellas.

La palabra “kind” (“amable”) se originó de la palabra “kin” (“pariente”). Cuando eres amable con alguien significa que lo tratas como a alguien de la familia. Esto, creo, es un buen método para cambiar la opinión de alguien. Desarrollar una amistad. Compartir una comida. Regalar un libro.

Primero, sé amable, después sé justo.[11]

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Notas

[1] Técnicamente, tu percepción del mundo es una alucinación. Cada ser vivo percibe el mundo de manera diferente y crea su propia “alucinación” de la realidad. Pero diría que la mayoría de nosotros tenemos un modelo “razonablemente exacto” de la realidad física real del universo. Por ejemplo, cuando conduce por la carretera, no tienes acceso completo a todos los aspectos de la realidad, pero su percepción es lo suficientemente precisa como para evitar otros automóviles y conducir de manera segura.

[2] Language, Cognition, and Human Nature: Selected Articles by Steven Pinker

[3] Crony Beliefs de Kevin Simler

[4] Recuerdo un tuit que vi recientemente, que decía: “La gente dice muchas cosas que son realmente falsas pero están socialmente asentadas. Dicen cosas estúpidas, pero no son estúpidas. Es inteligente (aunque a menudo inmoral) asentar tu posición en una tribu y su deferencia a sus tabúes. Esto es conformidad, no estupidez”.

[5] Religion for Atheists por Alain de Botton

[6] El lingüista y filósofo George Lakoff se refiere a esto como activar el marco. “Si niegas un marco, tienes que activar el marco, porque tienes que saber lo que estás negando”, dice. “Si usas la lógica contra algo, lo estás fortaleciendo”.

[7] La Ley de Recurrencia de Clear es realmente solo una versión especializada del efecto de mera exposición. Pero bueno, estoy escribiendo este artículo y ahora tengo una ley que lleva mi nombre, así que es genial. Además, puedes contarle a tu familia sobre la Ley de Recurrencia de Clear durante la cena y todos pensarán que eres brillante.

[8] Tuit de Nathan Hubbard.

[9] “Why you think you’re right — even if you’re wrong” por Julia Galef.

[10] Encontré esta cita de Kazuki Yamada, pero se cree que fue originalmente de la versión japonesa de Colorless Tsukuru Tazaki de Haruki Murakami.

[11] He estado trabajando en este artículo durante más de un año. Hace muchos meses, me estaba preparando para publicarlo y ¿qué sucede? The New Yorker publica un artículo con el mismo título exactamente una semana antes y se convierte en su artículo más popular de la semana. ¿Cuáles son las posibilidades de eso? Mientras tanto, me puse a escribir Atomic Habits, terminé esperando un año y le di a The New Yorker su tiempo para brillar (como si lo necesitaran). Pensé en cambiar el título, pero a nadie se le permiten títulos de copyright y ha pasado suficiente tiempo, así que me quedo con él. Ahora ambos artículos pueden vivir felices en el mundo, como un par perspicaz de gemelos fraternos.

OPINIONES Y VERDAD

Domingo XX del Tiempo Ordinario

16 agosto 2020

Mt 15, 21-28

En aquel tiempo, Jesús salió y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: “Ten compasión de mí, Señor Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo”. Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: “Atiéndela, que viene detrás gritando”. Él les contestó: “Solo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”. Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió de rodillas: “Señor, socórreme”. Él le contestó: “No está bien echar a los perros el pan de los hijos”. Pero ella repuso: “Tienes razón, Señor; pero también los perros comen de las migajas que caen de la mesa de los amos”. Jesús le respondió: “Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas”. En aquel momento quedó curada la hija.

OPINIONES Y VERDAD

        Este relato evangélico me cautivó desde hace tiempo y me parece de lo más elocuente. Si se puede hablar así, “engrandece” a Jesús  que, como buen judío de su tiempo, compartía la creencia de sus coetáneos, según la cual la salvación de Yhwh habría de llegar en primer lugar al pueblo de Israel. Y, sin embargo, tras escuchar a esta mujer extranjera, se “convierte” y abandona su creencia anterior, expresando su admiración por aquella a quien antes había desoído.

     La persona sabia no es rígida en sus ideas ni opiniones. Porque no se identifica con su mente, no pone en ellas su seguridad y sabe que, en última instancia, toda creencia es solo una construcción mental sin valor en sí misma.

      Es flexible y modifica sus opiniones o creencias anteriores, en virtud de nuevos datos que le abren a un horizonte de más verdad.

          Sin embargo, eso no significa que todo le importe igual. De la misma manera que no es rígida, tampoco se mueve en un relativismo vulgar en el que todo da lo mismo y que conduce a un nihilismo vacío y al suicidio colectivo.

        Entre la rigidez dogmática que absolutiza las propias creencias y el relativismo extremo que niega la misma posibilidad de verdad, la persona sabia comprende que todas nuestras expresiones son relativas porque son “situadas”, es decir nacen en un tiempo y un espacio concretos.

         No se niega la verdad. Esta es una con la realidad: la verdad es lo que es. Pero lo que nuestra mente percibe son solo perspectivas y lo que nuestra boca puede expresar son únicamente opiniones.

       La paradoja puede expresarse de este modo: la verdad es, pero la mente no puede atraparla.

          El olvido de cualquiera de los dos elementos de esa paradoja nos confunde y produce sufrimiento. El absolutismo dogmático genera fanatismos de todo tipo, enfrentamientos estériles y descalificaciones dolorosas. El relativismo, por su parte, introduce en el absurdo y peligroso mundo de las fake news y la posverdad.

        La paradoja es el sello de todo lo profundo y nos constituye a nosotros mismos. En nuestro caso, las “dos caras” de la paradoja se expresan como “personalidad” (nivel psicosomático) e “identidad” (nivel profundo).

          Somos un ente que existe, pero somos, a la vez, el ser que se expresa en este ente concreto. Somos una persona que tiene vida, pero somos, a la vez, la vida que se despliega en esta persona particular. Somos una mente consciente, pero somos, a la vez, la consciencia que está “detrás” de la mente y fluye a través de ella. Somos esos “dos niveles”, y la sabiduría consiste en reconocerlos y articularlos de manera adecuada y armoniosa en nuestro vivir cotidiano.

    Esta comprensión –y no las ideas, opiniones o creencias que podemos tener– es la fuente de seguridad. Y el manantial de donde brota, de manera armoniosa, la pasión por la verdad y la denuncia de creencias erróneas, el amor y el respeto, la solidaridad y el compromiso…

¿Cómo me sitúo ante mis propias opiniones o creencias? ¿Vivo rigidez o sé relativizarlas? ¿Todo me da igual o vivo coherencia con lo que es?

UN ESPEJO DE NUESTRA SITUACIÓN

Domingo XIX del Tiempo Ordinario

9 agosto 2020

Mt 14, 22-33

Después que se sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla mientras él despedía a la gente. Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de la tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario. De madrugada, se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida: “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!”. Pedro le contestó: “Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua”. Él le dijo: “Ven”. Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: “Señor, sálvame”. Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: “¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?”. En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo: “Realmente eres Hijo de Dios”.

UN ESPEJO DE NUESTRA SITUACIÓN

             Para entender este relato escrito en clave simbólica, tal vez sea de ayuda conocer el significado de los elementos que utiliza. El monte representa el lugar del encuentro con Dios. La noche es, a la vez, tiempo de oscuridad y de intimidad. La madrugada es el comienzo del día, el nacimiento de la luz. La barca simboliza al grupo o la comunidad y, en términos más amplios, a toda la humanidad. El mar es símbolo del mal, lugar de fuerzas amenazadoras. La expresión “caminar sobre las aguas”  aparece en el Antiguo Testamento, como una prerrogativa de Yhwh y significaba el poder de Dios sobre el mal. “Yo soy” –parece que así habría que traducir el texto griego, mejor que “soy yo”, donde se pierde el significado real de la expresión es la “traducción” de Yhwh: es el nombre de lo innombrable, en el que Jesús se reconoce.

          Con esos datos, no es difícil apreciar la belleza y la profundidad del relato, en lugar de entenderlo de manera literal como un milagro fantasioso.

        Jesús vive en el “ámbito” de la divinidad, porque sabe que su identidad última no es su yo separado –la persona del carpintero de Nazaret–, sino el “Yo soy” universal, uno con el ser, con Dios…, con todo lo que es. Parece que cuida esa conexión por medio del silencio en la “noche”. Y eso le permite vivir en la luz, caminar sobre el “mar” embravecido y calmar todo oleaje de amenaza.

          Pero eso no es posible solo para Jesús. El propio Pedro camina igualmente…, hasta que es atrapado por el miedo. Al desconectar de quien es, pierde la confianza, aparece la duda y se hunde. La fuente de nuestra confusión y de nuestro sufrimiento es la duda acerca de lo que realmente somos, es decir, la ignorancia básica sobre nuestra verdadera identidad; en lenguaje del evangelio, la “poca fe”.

          El relato se muestra así como un espejo capaz de reflejar nuestra vivencia en todos sus matices: la experiencia del silencio interior y los miedos que nos alborotan, la confianza en lo que es y la duda acerca de lo que somos, la fuerza confiada y el susto que nos hunde.

          El relato concluye con una profesión de fe hacia la que iba dirigida toda esta catequesis: “Realmente eres Hijo de Dios”. La comprensión experiencial nos permite reconocer que esa expresión no es exclusiva de Jesús –por más que él la viviera de una forma consciente y coherente–, sino que nos alcanza a todos. Somos “hijos e hijas de Dios”, es Dios expresándose en las formas o personas en las que nos estamos experimentando.

          Nuestra realidad es una paradoja porque estamos constituidos por un “doble nivel”: nuestra personalidad –el yo particular, separado, lo que creemos que somos cuando nos pensamos– y nuestra identidad –aquello que somos antes de pensarnos o cuando quitamos todo pensamiento, pura consciencia, “Yo soy” sin más añadidos–. Por decirlo brevemente, somos, a la vez, “Jesús” y “Pedro”. La clave de la sabiduría –y quizás el “mensaje” de este relato– es la siguiente: ¿cómo vivirnos como “Pedro” sabiendo que somos “Jesús”?

¿Cómo vivo entre el miedo y la confianza?