DE LA BUENA NOTICIA A LA AMENAZA

Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario

11 octubre 2020

Mt 22, 1-14

En aquel tiempo, de nuevo tomó Jesús la palabra y habló en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: “El Reino de los Cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados encargándoles que les dijeran: «Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la boda». Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados: «La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces  de los caminos y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda». Los criados salieron a los campos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: «Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?». El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: «Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos»”.  

DE LA BUENA NOTICIA A LA AMENAZA

  En la Biblia, la boda es un símbolo cargado de significado: representa la relación de Dios con su pueblo, tal como lo expresa, de manera intensa y poética, el libro de Oseas. En los evangelios, se utiliza esa misma imagen como símbolo del “Reino de Dios”. Si entendemos el “Reino” como la “dimensión profunda de lo real”, la imagen no puede ser más adecuada.

    En su nivel profundo, y a pesar de las apariencias en el nivel fenoménico o de las formas, lo real es una “boda”, es decir, una unidad indisoluble, donde no cabe separación: todo es uno.

   Cuando Jesús afirma que el reino de Dios es como un banquete de bodas está diciendo lo que siempre han sostenido las personas sabias: lo realmente real es unidad, plenitud, gozo… En ese plano, todo está bien. Y esa es nuestra identidad, porque “el reino de Dios está dentro de vosotros” (Lc 17,21).

    La primera parte del relato subraya la gratuidad, la amplitud, la inclusividad, el gozo: todos caben en el banquete de bodas. Sin embargo, en la segunda mitad, se produce un cambio tan abrupto que resulta abiertamente contradictorio con el mensaje inicial. Es patente la mano de otro redactor animado por un objetivo sectario y proselitista: exigir la pertenencia a la comunidad –el “traje de fiesta” es una alusión al bautismo, puerta de acceso al grupo–, como condición para participar del “banquete”.

     La identificación con la propia creencia llega a ser tan obtusa que ni siquiera cae en la cuenta de la contradicción en la que incurre: exigir la pertenencia al propio grupo como condición para participar en el “Reino”, es decir, para participar en la vida. No advierte que la vida no se alcanza a través de las creencias –no es el premio a lo que alguien cree–, sino que es aquello que somos todos.

    ¿Qué ha sucedido? Probablemente, en un lapso de pocos años, aquellas comunidades adoptaron un perfil sectario, característico de grupos religiosos nacientes y minoritarios, identificando la verdad con su propia creencia –de ahí nace la afirmación de que la propia religión es la única verdadera–, el “banquete” (inclusivo) con el “traje de fiesta” (excluyente).

  La consecuencia es dramática: la buena noticia proclamada en la parábola inicial –todos tienen su lugar en el banquete de bodas– se transforma en amenaza y en castigo: quien no se integra en la comunidad es “arrojado fuera”, donde hay “llanto y rechinar de dientes”; la predicación posterior lo nombraría como “infierno” y lugar de tormentos eternos. De ese modo, la universalidad del mensaje primero se transformó en amenazadora intolerancia religiosa.

   ¿Cómo se explica el cambio? Sin duda, por la propia dinámica de todo grupo sectario, que absolutiza las propias creencias y juzga como errado a todo aquel que no las comparte. Lo que sucede es que, en este caso, el contraste es flagrante: la buena noticia convertida en amenaza. El mensaje de Jesús tergiversado en un punto decisivo por sus propios discípulos.

   Las personas sabias no buscan seguidores –no hacen proselitismo–, mucho menos amenazan. La comprensión les regala un respeto exquisito a la libertad; saben que cada persona tiene un camino propio; viven compasión porque, aun sin justificar cualquier acción, la comprenden y son conscientes de que el mal es siempre fruto de la ignorancia.

¿Cómo me sitúo, en la práctica, ante posicionamientos diferentes?

Semana 4 de octubre: IMPOTENCIA // Esther FERNÁNDEZ

Junto letras para escribir tu nombre:
una i, irreverente, se posa
en mi mano, imperfecta, ingenua,
mientras la m anda madurando
la manera de mostrar misericordia.

Queda la p mezclada entre preguntas,
pasiones, pensamientos, precauciones
cuando esa o se abre en osadía,
obstinada en ofrecer su ocaso.

Tengo una t tentando tenebrosa
a esa e entristecida que se entrega,
al eclipse de expectativas eternas.

Anda nadando la n entre la noche
de nuncas que nublan la necesidad.

Carece hoy la c de compromiso
para abrirse a la intuición de la i
que integra, iluminando lo imposible.

Apenas puede la a abrir el alma
y se apaga, acariciando aromas
de inacción, miedos, posibilidades,
de tiempos, excusas, nadas, carencias,
de imperfectos y de ansiedades.
Ahora no puedo pronunciar tu nombre,
me dejo entre tus brazos, impotencia.

Esther Fernández, junio 2020.

AUTONOMÍA Y DOCILIDAD: UN FALSO DILEMA

Domingo XXVII del Tiempo Ordinario

4 octubre 2020

Mt 21, 33-43

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo: “Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió a sus criados a los labradores para recibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su hijo diciéndose: «Tendrán respeto a mi hijo». Pero los labradores, al ver al hijo se dijeron: «Este es el heredero: venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia». Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?”. Le contestaron: “Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores que le entreguen los frutos a sus tiempos”. Jesús les dice: “¿No habéis leído nunca en la Escritura: «La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente»? Por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos”.

AUTONOMÍA Y DOCILIDAD: UN FALSO DILEMA

   No parece probable que esta parábola –al menos tal como ha llegado hasta nosotros– fuera pronunciada por Jesús. Se trata, más bien, de la lectura que hicieron aquellas comunidades a partir de los hechos ocurridos, tratando de responder a una cuestión absolutamente crucial para ellas: ¿cómo explicar la muerte de Jesús?, ¿cuál ha sido su sentido y cuáles sus consecuencias?

  Con esta parábola –que aparece en los tres evangelios sinópticos– intentan explicar lo acontecido, y lo hacen en clave cristológica (¿quién es realmente Jesús?) y en clave eclesiológica (¿quiénes somos nosotros?). A través de la parábola responden: Jesús es el Hijo, “la piedra angular”, y nosotros, las comunidades nacidas a partir de sus seguidores, somos el “nuevo pueblo” elegido.

  La parábola presenta a Dios como un “propietario” que “arrienda” su campo a unos trabajadores. Tal imagen de la divinidad que, en aquel contexto cultural y en el paradigma en que se movían, era asumida sin dificultad, chirría notablemente para la consciencia moderna hasta producir rechazo. Se rechaza lo que para esta consciencia aparece como proyección y heteronomía.

   Es claro que, al nombrar o pensar a Dios, la mente no puede sino crear una proyección a medida de sus propias experiencias y de las creencias recibidas. Y es comprensible que, en aquella cultura, se presentara a Dios como un “señor todopoderoso” que imponía su voluntad “desde fuera”.

    La modernidad, celosa de la autonomía, se rebela con fuerza contra cualquier forma de heteronomía, que entiende como sometimiento e infantilismo. Y la postmodernidad, defraudada por los “grandes relatos”, sospecha de cualquier construcción mental sin apoyo en una realidad verificable.

  Con todo, más allá de esa doble crítica, la raíz de aquellas trampas habría que buscarla en la idea de la separación. Tal como lo veo, todo dios pensado y separado no puede ser sino un constructo mental, una divinidad creada a imagen y semejanza de la propia mente que la crea, con sus miedos y sus necesidades, sus expectativas y sus fantasmas, sus culpabilidades y sus anhelos.

   Pero Dios no puede ser pensado –en nuestra mente solo caben objetos, por lo que tenía razón la mística beguina Margarita Porete cuando afirmaba que “no hay otro Dios que aquel del que nada puede pensarse”– y tampoco puede ser separado –no existe nada separado de nada–. La idea de separación, generada por la mente que ve la realidad como una suma de objetos separados, y asumida de manera acrítica, supone un error de partida que vicia toda propuesta.

  Todo se modifica radicalmente cuando comprendemos aquello que dijera el místico Maestro Eckhart, en el siglo XIII: “El fondo de Dios y mi fondo son el mismo fondo”, es decir, cuando no imaginamos a Dios como un ser separado, sino como Aquello inefable –no impersonal, sino transmental y transpersonal– que constituye el Fondo último, la mismidad de todo lo que es, nuestra última identidad.

  En esa comprensión, todo encaja. La autonomía –proclamada por la modernidad, aunque con frecuencia entendida de manera egoica, es decir como si fuera prerrogativa del ego, que se plasmaría en la expresión: “yo hago lo que me da la gana”– no significa seguir el propio capricho, sino docilidad y fidelidad a lo que somos en profundidad.

   Para la mente analítica o absolutizada, “autonomía” y “docilidad” aparecen como actitudes contradictorias y mutuamente excluyentes. Sin embargo, desde la comprensión no-dual se advierte que se trata de la misma actitud, vista desde dos ángulos diferentes. No solo no hay oposición entre ellas, sino que se reclaman mutuamente. Se trataba, por tanto, de un falso dilema, como tantos otros que crea –y en los que se pierde– la mente.

  “Autonomía” y “docilidad” no son actitudes opuestas sino, en una admirable paradoja, las dos caras de la misma actitud. Porque no soy más autónomo cuando sigo los dictados del ego –ahí soy esclavo de sus apetencias y adicto a sus necesidades–, sino cuando vivo en coherencia con quien realmente soy. Y tampoco soy más dócil cuando me someto a cualquier referencia externa o separada. La persona sabia es dócil en todo momento a lo que somos –a la vida, a nuestra identidad profunda– y, en ese movimiento, es plenamente libre y autónoma. Porque ha comprendido que no somos el yo separado, sino la vida que se está experimentando en este yo.

¿Cómo entiendo y vivo la autonomía?

Semana 27 de septiembre: ESPIRITUALIDAD CÓSMICA // David MOLINEAUX

LOS HUMANOS, LA ESPIRITUALIDAD Y LA EVOLUCIÓN CÓSMICA

David MOLINEAUX, Master en Teología. Autor de dos libros sobre cosmología y espiritualidad: Polvo de estrellas y En el principio era el sueño.

  1. Cuando se habla de espiritualidad, la tendencia habitual moderna es de suponer que se trata de una cualidad específicamente humana. Aquí quiero sugerir que es posible entender la espiritualidad en un sentido mucho más amplio, como atributo esencial de todos los seres en el Universo, desde un átomo a un alerce o a una galaxia.

Para el mundo moderno en general, esta idea parece extraña: un supuesto más o menos universal de nuestra cultura es que solo los humanos tenemos conciencia y sentir, y por ende espiritualidad.

  1. Esta percepción refleja el dualismo que heredamos de algunas vertientes de la tradición intelectual occidental, y que se expresaba con mucha nitidez en el pensamiento de René Descartes, uno de los grandes arquitectos de la cosmovisión moderna. Para el cartesianismo, solo la mente humana es consciente; el mundo de la naturaleza obedece a leyes estrictamente mecánicas. Ni siquiera los animales tienen sensibilidad: si golpeamos a un perro, el animal emite chillidos; pero estos sonidos son como el chirriar de una máquina mal aceitada.
  2. Se cuenta que los estudiantes de Descartes solían pasearse por las calles de París propinando patadas a los perros vagabundos. Aquellas patadas simbolizan, en algún sentido, la actitud de la sociedad moderna hacia el mundo natural en general. La crisis ambiental de nuestra época es producto, en gran medida, de nuestra cosmovisión dualista.

En la ciencia contemporánea, sin embargo, están naciendo paradigmas nuevos. Basta recordar la irrupción, en el siglo XX, de la teoría de la relatividad, la física cuántica, la teoría de sistemas, y la teoría del caos.

  1. Como todos sabemos, una de las novedades científicas más fundamentales del siglo XX fue la teoría del llamado «Big Bang», la cual postula que el Universo nació hace unos 14 mil millones de años desde un punto infinitesimal y casi infinitamente denso y caliente; y que desde entonces se ha ido expandiendo, enfriando y. transformando.
  2. Esta teoría, propuesta hacia fines de los años 20, fue objeto de intenso debate durante más de medio siglo. En la primera mitad de los 90, sin embargo, imágenes satelitales de la «Radiación Cósmica de Fondo», emitida unos 400.000 años después del nacimiento del Universo (1), convencieron a la abrumadora mayoría de los físicos y cosmólogos que la teoría del Big Bang es la explicación más convincente de los orígenes cósmicos.

Precisión inconcebible

  1. Según esta teoría, si el Universo naciente se hubiera expandido un poco más lentamente se habría colapsado sobre sí mismo, dejando nada más que un pequeño agujero negro. Y si su aumento hubiera sido un poco más veloz, se habrían formado algunos átomos más o menos aislados, pero jamás habría surgido el Universo que conocemos. El renombrado físico Stephen Hawking calculó el margen de tolerancia: este se expresa matemáticamente con una coma seguida de sesenta ceros y el número uno (1059).
  2. «Si pudiéramos colocar un blanco de un milímetro de ancho al otro extremo del Universo observable… y luego dar en el blanco, habríamos alcanzado una precisión de este orden», explicó el astrofísico Michael Turner del Laboratorio Fermi de la Universidad de Chicago (2).
  3. Sin esta precisión inconcebible, no existiría nada de lo que ahora conocemos. Los incontables sistemas galácticos, las multitudes de estrellas, el planeta Tierra, los seres vivientes, la ternura humana… nada de esto habría podido emerger. Para que se desplegara el Cosmos actual, la tasa de expansión de la bola de fuego inicial tenía que exhibir este grado de exactitud.
  4. Al contemplar esta cifra asombrosa divisamos algo que se asemeja a una insondable previsión, una vasta intuición de posibilidades futuras. El momento del nacimiento del mundo fue un evento no solo físico sino primordialmente espiritual: podríamos decir que la mente humana y todas sus capacidades psíquicas también tuvieron su origen en este chispazo inicial.
  5. Hay otras «coincidencias» notables que marcan los primeros microsegundos de la formación del Universo, y que reflejan de forma sorprendente la precisión extraordinariamente afinada que permitió el emerger del mundo que conocemos (3). Por ejemplo, las fuerzas más fundamentales del Cosmos (la gravedad, el electromagnetismo y las interacciones nucleares) se configuraron en esos primeros instantes. Las relaciones entre estas fuerzas también tuvieron que ser excepcionalmente exactas para que surgiera el mundo que conocemos (4).
  6. Todas estas variables habrían podido ser diferentes. Sin embargo emergieron de esta forma, creando condiciones óptimas para el desarrollo de un Universo rico en variedad y complejidad, capaz de producir -entre tantas otras cosas- seres vivientes cada vez más inteligentes y sensibles.
  7. La exactitud de la relación entre estos factores sugiere la anticipación, en alguna forma, de todo lo que vendría después. Al meditar sobre las implicancias de este hallazgo, es difícil negarnos a aceptar la conclusión que desde el principio el Universo se organiza a sí mismo para facilitar su evolución posterior. La minuciosidad de sus equilibrios primordiales da lugar a una fecundidad insondable, una vasta potencialidad que sienta la posibilidad de estrellas estables, de átomos de hierro, de moléculas orgánicas, y de la inteligencia autoconsciente de los humanos. Por decirlo de otra forma: se divisa, en el momento mismo del nacimiento del tiempo y el espacio, algo así como el sueño de un futuro cósmico.

Cuestionamiento al paradigma mecánico

  1. Un creciente grupo de investigadores reconoce en estos hallazgos la evidencia de una espontaneidad insólita en el corazón mismo de la materia (5).
  2. «La física cuántica y la biología de sistemas han echado por tierra el paradigma mecánico que dominaba toda la ciencia», escribe la antropóloga chilena Cecilia Dockendorff, y agrega que, a partir de estos hallazgos, muchos físicos se han encontrado hablando un lenguaje muy parecido al de los grandes místicos de todas las épocas (6).
  3. No se trata, naturalmente, de buscar explicaciones sobrenaturales de estos fenómenos, como los ángeles que se encargaban de impulsar las esferas celestiales medievales. La cosmología moderna no reconoce ningún «fuera del Universo» desde el cual pudieran provenir tales influencias. Tampoco se está proponiendo la idea de un diseño, algún plan preconcebido.
  4. Se trata, más bien, de otra cosa. Los científicos actuales -a veces muy a pesar de ellos mismos- van construyendo la imagen de un Universo creativo y auto-organizador. Nos describen un mundo en donde la idea de que la materia es inerte y sin inteligencia se vuelve cada día menos creíble.

En las primeras décadas del siglo pasado, los resultados de la investigación de las estructuras subatómicas quebrantaron los cimientos mismos de la cosmovisión «newtoniana-cartesiana», precipitando una profunda crisis del paradigma científico vigente.

El premio Nobel de física Werner Heisenberg describió la confusión y la angustia que experimentaron muchos científicos frente a la realidad extraña y totalmente inesperada que estaban descubriendo:

  1. «Recuerdo conversaciones que duraron muchas horas, hasta muy de noche, y terminaron casi en la desesperación. A veces, al final de una discusión, iba a caminar a solas a un parque vecino y me repetía una y otra vez la misma pregunta: ¿Será posible que la naturaleza sea tan absurda como parece en estos experimentos atómicos?» (7).
  2. Bajo el peso de una evidencia cada vez más amplia, muchos físicos están abandonando su imagen del Universo como una colección de objetos inertes que se relacionan mecánicamente entre ellos. Se dan cuenta, más bien, que el Cosmos se parece a una gran red de eventos interrelacionados, algo así como la complejísima trama de intercomunicaciones incesantes que componen nuestro sistema nervioso. El físico inglés James Jeans resumió así los aprendizajes de estas investigaciones: «El Universo empieza a parecerse más a una gran mente que a una gran máquina» (8).
  3. En un sistema de este tipo, los componentes no tienen ningún sentido como objetos aislados entre sí: solo existen como integrantes de una gran totalidad interdependiente. Cada evento local existe y se mueve bajo la influencia del conjunto. Su comportamiento no depende solo de lo que encuentran en su alrededor inmediato, sino de sus relaciones dentro de la gran red entrelazada de la cual forman parte.
  4. Dondequiera que miramos en el mundo natural, encontramos seres que se organizan a sí mismos. El caso más obvio son los organismos vivientes. Una bacteria, una lagartija, un árbol: en todos descubrimos niveles de auto-organización enormemente compleja que funcionan espléndidamente sin ninguna ayuda humana.

El hígado y el 747

  1. El investigador médico Lewis Thomas remarcó que preferiría que lo colocaran frente al panel de control de un avión Boeing 747 a que lo obligaran a intentar dirigir conscientemente el funcionamiento de su hígado (9). En los cuerpos de los seres vivientes, igual como en la regulación de la expansión del Universo mismo, hay niveles de organización que estamos lejos de entender, y mucho más lejos de poder controlar.
  2. Encontramos la auto-organización no solo entre los seres vivientes, sino a todos los niveles del mundo natural. Una estrella no es un ser viviente, sin embargo es un ejemplo magnífico de la auto-organización. Su núcleo es una hoguera de fusión nuclear, y la estrella como totalidad es un gigantesco sistema autorregulador que mantiene dentro de límites precisos su enorme calor y presión interna. Genera sistemas complejos que conducen la energía desde su centro a su superficie.
  3. En sus capas interiores, la estrella presta un servicio imprescindible al futuro: genera los elementos físicos más pesados (por ejemplo carbono, nitrógeno, fósforo y hierro) que permitirán la formación de objetos sólidos, como los planetas, los cometas, y “cuando se dan las condiciones adecuadas” los seres vivientes.
  4. Una galaxia espiral también es un vasto y elegantísimo sistema auto-organizador, con un imponente ensanchamiento central y un disco finísimo y precisamente equilibrado. Da vueltas lentamente, regulando el comportamiento de sus centenares de miles de millones de componentes. A través de su disco -y a una velocidad diferente de los demás componentes- rotan inmensos brazos, ondas de densidad que estimulan la formación de estrellas nuevas en las nubes de gases y polvo por las cuales pasan.
  5. La auto-organización se manifiesta en el sinnúmero de seres que nos rodean todos los días. Cuando prendemos un fósforo, por ejemplo, producimos una llama que se estructura casi instantáneamente, asumiendo una forma característica y adaptándose a la cantidad de combustible y de oxígeno de la cual dispone.

La física actual nos ha enseñado que los átomos mismos son centros de actividad intensa: son configuraciones dinámicas de materia-energía que se auto-organizan con gran precisión. A partir de estas constataciones, ¿qué cosas podemos concluir? En primer lugar, que si el Universo está compuesto de seres que se auto-organizan y autorregulan, el mundo natural está impregnado de algo parecido a lo que en los humanos llamamos inteligencia.

  1. Una segunda constatación según hemos visto es que la tasa de expansión del Universo primordial y la configuración de fuerzas y relaciones en los primeros instantes de la expansión cósmica fueron exactamente las necesarias para permitir la formación de galaxias, estrellas, planetas y seres vivientes. Esta precisión apunta al presentimiento, desde el inicio, de potencialidades latentes, de una intuición de futuro: el «deseo», por más turbio y nebuloso que fuera, de un despliegue cósmico. A todos los niveles, desde las moléculas de agua a las lombrices y hasta los sistemas planetarios, encontramos algo que en el humano llamaríamos sentir.
  2. Gregory Bateson, el gran pionero de la teoría de sistemas, insistía en que la evolución biológica es un inmenso proceso mental. Igual como ocurre en el aprendizaje humano, la selección natural procede por medio del ensayo y error: prueba un sinnúmero de formas y actividades y escoge a los que pueden prosperar dentro de cada ecosistema. Así la naturaleza aprende: olvida los fracasos y conserva, en los genes de las especies sobrevivientes, la memoria de las experiencias exitosas. Nuestros cuerpos, y los de todos los demás seres vivientes, son el recuerdo encarnado de este aprendizaje milenario (10). Nuestras funciones mentales son el reflejo de un proceso de selección natural que se originó hace cerca de cuatro mil millones de años.
  3. La evolución es, además, un continuo despertar (11). Ya hemos visto que el mundo material, a todos los niveles, demuestra algo como una vasta inteligencia, un inmenso sentir. En el transcurso del proceso evolucionario esa inteligencia y ese sentir se van haciendo cada vez más profundos y explícitos. En las palabras del genial astrónomo franco-canadiense Hubert Reeves, «la historia del Cosmos es la historia de la materia que despierta».

La evolución como deriva

  1. Con esto no quiero sugerir que exista un «plan» implícito en la evolución cósmica y biológica, algún diseño que determine desde el inicio el destino cósmico. El destacado biólogo chileno Humberto Maturana señala que el proceso evolucionario es más bien una “deriva”, un probarlo todo, una continua exploración de posibilidades inéditas.

El Universo no tiene ninguna meta definida, sin embargo tiene un rumbo. Si estudiamos la trayectoria de la evolución cósmica y biológica desde sus inicios, una cosa que observaremos es el aumento asombroso de la complejidad.

  1. Los primeros átomos, formados hace casi 14 mil millones de años, fueron los más sencillos de todos: los del hidrógeno, con un solo protón y un electrón. Poco a poco, al centro de las estrellas, se fueron fundiendo núcleos atómicos más complejos y pesados. Luego de su expulsión violenta de sus estrellas-madre, los átomos resultantes se fueron uniendo en moléculas, también cada vez más complejas. En el planeta Tierra -y sin duda en otros mundos todavía desconocidos- nacieron las primeras células vivientes. Aun las más sencillas tienen más moléculas que la actual población humana terrestre. Eventualmente, esas células se integraron para formar tejidos y órganos; tal vez el más complejo de estos últimos sea el cerebro humano.

Al decir de los físicos, vivimos en un Universo emergente. A todos los niveles, desde el principio, surgen la novedad y la sorpresa: seres cada vez más complejos, más espontáneos, con una organización más sofisticada.

  1. El físico matemático Brian Swimme señala que no es posible entender a un átomo de carbono sin reconocer su inmenso potencial para combinarse con otros átomos en la construcción de moléculas complejas, las cuales a su vez se vuelven componentes fundamentales de todos los seres vivientes (12). Como elemento indispensable en la estructura química celular, el carbono juega un papel esencial en los procesos metabólicos.
  2. Para entender a cualquier ser, por más sencillo que sea, hay que entender el papel que juega en el Universo como totalidad. El sentido de cualquier cosa depende, en última instancia, de su rol en el Cosmos -pasado, presente y futuro. Entender el carbono simplemente como un elemento atómico es conocerlo de forma muy limitada: es pasar por alto su rol clave en la evolución cósmica.
  3. Una ameba, un alerce y un tigre nos revelan dimensiones de lo que es el carbono. Tampoco entenderemos el significado del carbono si no reconocemos su rol en la capacidad humana de reflexionar, de apreciar la belleza, de expresar el amor. Sin los átomos de carbono, ni el ser humano ni ninguna de sus manifestaciones espirituales serían posibles. Sin el carbono no podrían existir ni el arte ni la poesía ni la nobleza de nuestros grandes ideales.

“Hay una capacidad espiritual latente en el carbono, e igual hay un componente del carbono que funciona en nuestra experiencia espiritual más elevada”, escribe el ecologista Thomas Berry (13).

Nuestras aventuras y búsquedas humanas no son únicas en el Universo: son, más bien, un reflejo altamente diferenciado de dinámicas que están presentes y activas desde su nacimiento.

Los humanos somos un producto del gran proceso de aprendizaje, del gran despertar que es la evolución cósmica y biológica. Nuestras cualidades mentales y afectivas no cayeron del cielo: igual como nuestros cuerpos, son frutos del proceso evolucionario.

Anhelos cósmicos

  1. Podríamos decir que la espiritualidad humana es escuchar y responder a los profundos anhelos que surgen desde el centro de nuestro ser, anhelos de búsqueda, de exploración, de crecimiento e interacción con nuestro entorno humano y natural. Pero a todos los niveles y en todos los seres hay sentires análogos: impulsos, por más mínimos que sean, que no se contentan con el status quo. Exploran sus posibilidades y buscan realizar su potencial. La evolución, tanto cósmica como biológica, es la expresión primordial de esta inquietud creativa, de una espiritualidad que es intrínseca en todos los aspectos del Universo.
  2. La espiritualidad, por lo tanto, no es un fenómeno meramente humano. Y es más, los humanos tenemos la necesidad vital de una espiritualidad que emerge desde nuestras raíces genéticas, una espiritualidad que es tan profunda como los anhelos que impulsan el despliegue evolucionario cósmico y terrestre.

Acostumbrados a percibir al mundo natural como una realidad exclusivamente física, los escritores espirituales del mundo occidental suelen pasar por alto los grandes procesos del emerger evolucionario.

  1. Los pueblos originarios, sin embargo, celebraron los grandes eventos cósmicos (tales como los solsticios y los equinoccios) como momentos espirituales por excelencia a los que había que celebrar en rituales y ceremonias. Reconocían intuitivamente el carácter sacramental del cosmos y de todas sus manifestaciones visibles. Y todavía, aunque hayamos olvidado su sentido primario, nuestros festivales religiosos más tradicionales siguen marcando momentos cosmológicos claves.

Sucede a menudo que aun la gente moderna, cuando siente la necesidad de la regeneración espiritual, busca un bosque, una montaña, la orilla de un río para descansar y contemplar con tranquilidad.

Esto lo hacemos instintivamente: sabemos, en el nivel más profundo de nuestro ser, que en estos lugares hay una espiritualidad activa que está profundamente ligada a nuestras propias energías vitales.

En el ámbito humano, la espiritualidad es aquel aspecto de nuestra existencia que explora las energías que nos rodean y que nos atraviesan, revelándonos las profundas conexiones entre todas las cosas.

  1. Cuando tomamos el tiempo para meditar y profundizar nuestra conciencia de la gran red cósmica y terrestre de la cual somos parte, cuando nos permitimos escuchar a nuestros propios cuerpos, a la voz instintiva y arquetípica que nos habla desde nuestros genes, solo entonces estamos en contacto con las energías primordiales que nos pueden conducir a la transformación personal y colectiva.
  2. La espiritualidad no es la contemplación de mundos etéreos alejados de las realidades terrenales: es entrar en una profunda comunión con la dimensión pre-humana de nuestro propio ser, el cual constituye un microcosmos, la expresión de la totalidad numinosa que es el Universo.
  3. En esta época de crisis suprema, en que el antropocentrismo de una humanidad que ha adquirido inmensos poderes tecnológicos está en peligro de causar nuestra extinción como especie, la construcción de una nueva forma de relacionarnos con el planeta y sus habitantes se ha vuelto urgente e imprescindible.
  4. Aquella relación incluirá, necesariamente, el reconocimiento de la sabiduría inherente en todos los ecosistemas del planeta, la necesidad de escuchar al mundo natural en sus múltiples manifestaciones y de aprender de él, y la oportunidad de reconocer el carácter espiritual de todos los seres y procesos que se manifiestan en este planeta en evolución y en el Universo emergente.
  5. Se trata de dar un vuelco de 180 grados con relación a nuestro cartesianismo habitual y cuasi-inconsciente. Nos empezamos a dar cuenta no solo que no somos los únicos seres que tenemos inteligencia y sentir, sino que para recuperar una auténtica espiritualidad humana será necesario dejarnos instruir y transformar por la espiritualidad que está latente en la Tierra y en el mundo natural en todas sus manifestaciones.

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NOTAS

  1. Bart P. Wakker y Philipp Richter, «Our Growing, Breathing Galaxy», Scientific American, febrero 2004, 34.
  2. Rich Heffern, «Spirituality and the Fine-Tuned Cosmos», NCR 12 de Diciembre, 2003, 4a.
  3. Por ejemplo, la relación entre partículas y antipartículas en el Universo primitivo; el grado de estabilidad del berilio-8; las resonancias del helio en algunas situaciones energéticas; las propiedades de los neutrinos que afectan su rol en las supernovas; la relación entre la gravedad y las otras fuerzas básicas del Universo; el grado de atracción del hidrógeno en el agua… (Ver George Greenstein, The Symbiotic Universe (New York: Morrow Quill, 1988), apéndice; Ian Barbour, «Coincidences in the Laws of Physics» en el sitio web Ian’s Cosmic Matters: http://neon.airtime.co.uk/users/station/cosmic.htm).
  4. Más específicamente, si la relación entre la fuerza nuclear débil y las otras fuerzas hubiera sido levemente diferente, o no se hubiese formado ningún hidrógeno (esencial para el emerger del agua) o no se hubieran formado muchos elementos pesados, esenciales para que emergiera la vida.
  5. Ilya Prigogine e Isabel Stengers, La nouvelle alliance (Paris: Gallimard, 1986), 376-77.
  6. Cecilia Dockendorff, prólogo de la versión castellana del Tao Te King, traductor Gastón Soublette (Santiago: Cuatro Vientos, 1990), v.
  7. Physics and Philosophy, citado en Fritjof Capra, The Tao of Physics (Boston: Shambhala, 1991), 50.
  8. Ervin Laszlo, The Creative Cosmos (Edinburgh: Floris Books, 1993), 34.
  9. Lewis Thomas, The Lives of a Cell (New York: Bantam Books, 1975), 78.
  10. Gregory Bateson, Pasos hacia una ecología de la mente (Buenos Aires: Planeta, 1991), 309-38.
  11. Hubert Reeves, Patience dans l.azur (Paris: Éditions du Seuil, 1988) 18.
  12. Ver Thomas Berry y Brian Swimme, The Universe Story (Harper, SanFrancisco, (1992), 37-8.
  13. The Great Work (New York: Bell Tower, 1999), 25.

CREENCIAS Y BONDAD

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario

27 septiembre 2020

Mt 21, 28-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: «Hijo, ve hoy a trabajar en la viña». Él le contestó: «No quiero». Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo  y dijo lo mismo. Él contestó: «Voy, señor». Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?”. Contestaron: “El primero”. Jesús les dijo: “Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y las prostitutas le creyeron. Y aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni creísteis”.

CREENCIAS Y BONDAD

     Sin duda, las palabras de Jesús tuvieron que sonar no solo provocadoras, sino directamente heréticas e incluso blasfemas a oídos de las personas religiosas que lo escuchaban. Afirmar que publicanos –los “pecadores públicos” vendidos al ocupante romano, que se beneficiaban de su posición de recaudadores de impuestos cobrando más de lo exigido, lo cual les hacía doblemente odiosos para sus paisanos– y prostitutas –consideradas “pecadoras públicas” que merecían ser lapidadas– “llevaban la delantera en el camino del Reino de Dios” a los sumos sacerdotes y ancianos (o senadores) del pueblo podía conllevar incluso la pena de muerte. No es extraño que los jefes religiosos no pararan hasta conseguir que el Maestro de Nazaret fuera crucificado.

   Para la religión, el valor más importante suele ser la creencia y la norma, no tanto la actitud ni el comportamiento ético de las personas. Por eso, no es raro que –como denunciará también el mismo evangelio– “cuelen el mosquito y se traguen el camello” (Mt 23,24).

  Pero a Jesús –como a las personas sabias– no le importaba demasiado la norma –“No es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre” (Mc 2,27)ni tampoco la creencia –“No todo el que me dice «¡Señor, Señor!» entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo”  (Mt 7,21), sino el amor y la compasión: “Ve y haz tú lo mismo” (Lc 10,37), le contestó al maestro de la ley que le preguntaba por el mandamiento más importante, después de ponerle como ejemplo de compasión a un “hereje” samaritano.

  No importan las creencias –meras construcciones mentales, sin otro valor, en el mejor de los casos, que el de ser “mapas” ilustradores del camino–, que terminarán cayendo antes o después, sino el amor y la bondad, es decir, aquellas actitudes y acciones que van en coherencia con la verdad de lo que somos; que nacen de la certeza de nuestra unidad que me hace ver al otro como no-otro de mí.

  Seguramente no todos los publicanos ni todas las prostitutas eran ejemplos de amor y de bondad, pero Jesús vería en sus corazones más verdad, humildad y humanidad que en los egos inflados de los jefes religiosos.

¿Vivo bondad hacia los demás?