Semana 8 de octubre: PARA VIVIR LA CRISIS DEL CORONAVIRUS // Luis ROJAS-MARCOS

Entrevista de Marta Legasa a Luis Rojas-Marcos, psiquiatra, fue responsable de los Servicios de Salud Mental de Nueva York, 24 octubre 2020. https://www.uppers.es/salud-bienestar/noticias-salud/reinfeccion-coronavirus-sistema-inmune_18_3032145026.html

«Estamos al principio de una revolución: en la lucha contra la pandemia, la humanidad va a mejorar».

El psiquiatra ofrece pautas para superar de manera saludable la crisis sanitaria; la más importante, ejercitar la resiliencia.

Conoce bien los caminos de la mente humana para superar la tragedia. Tuvo oportunidad de poner ese conocimiento a prueba como Jefe de los Servicios de Salud Mental del municipio de Nueva York durante el atentado de las Torres Gemelas. Pero, a pesar de haber experimentado el dolor de una manera tan directa, el psiquiatra Luis Rojas-Marcos (Sevilla, 1943) es un optimista irredento. «En España se dice que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero ¿quién hubiera preferido nacer hace 100 años? Si observamos a la humanidad a través de los siglos, vemos que cada vez somos más longevos. La longevidad es un factor fundamental. España tiene una esperanza de vida impresionante, los segundos del mundo. Cada vez hay más democracia en el mundo, más tolerancia… Algo debemos estar haciendo bien», señala al inicio de un encuentro online organizado por la Confederación de Empresarios de Cádiz y desarrollado por la consultora Thinking Heads.

Rojas-Marcos señala que la pandemia aún no ha acabado y advierte de que nos esperan tiempos convulsos. «Nos cogió por sorpresa y hubo un proceso de negación largo. Perdimos tiempo en implementar medios muy básicos», explica.

Sin embargo, haciendo gala de una visión positiva a prueba de desastres, es optimista con la evolución de la crisis sanitaria. «El virus ha atacado más a las clases más desfavorecidas y a las personas de más edad. Sin embargo, gracias al factor tecnológico, creo que estamos al principio de una revolución. Es una oportunidad para aprender a identificar aspectos que teníamos y no conocíamos», asegura antes de concluir: «la lucha por superar esta pandemia, la voluntad de ayudar a otros y el avance de las nuevas tecnologías, por ejemplo en la medicina, está haciendo que todos estemos en un aprendizaje colectivo en el que la humanidad va a mejorar».

Resiliencia, el ‘músculo’ emocional para un bienestar duradero

«El progreso existe a pesar de las adversidades. Los humanos tenemos una enorme capacidad para superarlas. Gracias a ellas, hemos avanzado y evolucionado», explica el psiquiatra. El mecanismo que nos permite superarlas se llama resiliencia.

La resiliencia empezó a estudiarse a mitad del siglo XX. Toma el nombre de una cualidad de la Física que explica la capacidad de resistencia de un objeto ante la presión del medio. En Psicología, la resiliencia es la capacidad del ser humano para ser flexible y resistir. Un estudio realizado en los años 60 en Hawai siguió la trayectoria de varios niños que a lo largo de los años sufrieron varias desgracias, algunas como maltrato o abusos. El 25% del grupo que superaron estas situaciones de manera saludable disfrutaron de una vida adulta feliz. Fueron, según el doctor, ‘súper niños’ que consiguieron desarrollar su resiliencia, un ‘músculo’ emocional que podemos desarrollar. Estas son las claves para lograr una buena resiliencia, según el doctor Rojas-Marcos.

«Localizar el centro de control»

Tener una actitud proactiva ante una situación de crisis es la primea forma de superarla. «Las personas que se plantean hacer algo en una situación adversa tienen más probabilidades de superarla. Pensamientos como ‘Que sea lo que Dios quiera’ o las creencias en la suerte o en la casualidad no fomentan la resiliencia», explica el psiquiatra.

«Confiar en nuestras capacidades ejecutivas»

Todos poseemos la capacidad de gestionar nuestra vida y de intervenir de manera contundente cuando la ocasión lo requiere. Ello implica, necesariamente, la capacidad de controlar algunos impulsos. «La idea del autocontrol es esencial a la hora de vivir. Pensar que podemos hacer algo y disponer de una perspectiva positiva facilita que consigamos nuestro objetivo».

«Mantener una esperanza activa»

La sabiduría popular señala que «la esperanza es lo último que se pierde». Se trata, por tanto, de un estado de ánimo que perdura y que nos predispone hacia un objetivo. El doctor Rojas Marcos va un paso más allá: «la esperanza debe ser activa. No solo debemos esperar con optimismo que algo se produzca, sino que debemos propiciarlo con nuestros actos».

«Cuidar la memoria positiva»

Los recuerdos no se almacenan en nuestro cerebro mecánicamente, sino que se seleccionan de acuerdo al impacto que hayan generado y cómo hayamos interpretado ese impacto. Así lo explica el psiquiatra: «la memoria no es un disco duro. Transforma el recuerdo a través del tiempo. Es un mecanismo útil para superar el pasado». En una crisis es necesario cuidar la memoria positiva, quedarnos con lo que haya de bueno para superarla de manera saludable.

«Comunicarnos bien con nosotros mismos»

No es algo que se enseñe en el colegio y, en opinión de este psiquiatra, cómo nos comunicamos con nosotros mismos es algo fundamental para hacernos con un escudo resiliente. «Hablarnos a nosotros mismo y hablarnos bien es básico para mantener una buena autoestima. Tenemos que tratarnos bien, darnos ánimos y utilizar siempre un lenguaje positivo. Hay que contarse lo que uno siente y brindarse apoyo. Eso es lo ideal».

«Fomentar las relaciones afectivas y la solidaridad»

Varios estudios demuestran que en los grandes desastres las personas con más probabilidades de superar tanto el desastre como el trauma post-traumático son aquellas personas que han sido activas y solidarias ante las circunstancias. «El pánico es un veneno. La persona asustada está menos enfocada en la resolución del problema», explica el psiquiatra. El miedo o pánico está regulado por nuestro cerebro más primitivo, el que nos permitió sobrevivir en los primeros estadios humanos. Ese mecanismo de supervivencia estaba basado en dos estrategias: la huida o la paralización. Ninguna de las dos serán útiles esta pandemia.

«Protegernos con sentido del humor»

Nada más universal que el sentido del humor. ¿Cuántas situaciones tensas se han desbloqueado gracias a un chiste?  Algunos estudios muestran, incluso, que cuando nuestro rostro esboza una sonrisa, aunque no haya nada gracioso que la motive, nuestro cerebro ya empieza a liberar endorfinas, una hormona ligada al bienestar. «Riéndonos nos liberamos de las incongruencias de la vida. Y, además, el humor nos une. Hay estudios que demuestran que el humor ayudó a sobrevivir en algunos campos de concentración», asegura Rojas-Marcos.

«Crecer como persona»

Hoy sabemos que algunas personas que han vivido un trauma por una enfermedad o cualquier otra circunstancia grave afirman que después de superar la crisis, se sienten mejores personas. Es lo que se conoce como ‘crecimiento post-traumático’. «Después de vivir una tragedia, esas personas dicen: ‘he crecido’. El dolor no nos hace mejores personas, pero luchar contra él, sí. Además, nos ayuda a valorarnos y a apreciarnos a nosotros mismos», afirma este experto.

Pautas para aplicar la resiliencia a la pandemia

  • Preguntarnos ¿qué puedo hacer para protegerme a mí y a los demás? Ser parte activa, cumplir recomendaciones, ser útil y solidario con una actitud positiva.
  • Buscar información fiable para protegernos. Demasiada información nos hace enfocarnos solo en lo malo y puede llegar a obsesionarnos. Las ‘fake news’ nos sitúan en un escenario irreal de angustia.
  • Programarnos para mantener nuestra salud. Según la OMS, la salud es «el estado de completo bienestar físico, psicológico y social». La salud, por tanto, es «la búsqueda vital para ser mejores y más felices, y encontrar métodos saludables para fomentar ese bienestar», resume el psiquiatra, que hoy, además de coordinar la actividad de siete hospitales, es docente en la Universidad de Nueva York.

LO QUE ALIMENTA NUESTRA LUZ

Domingo XXXII del Tiempo Ordinario

8 noviembre 2020

Mt 25, 1-13

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: “El Reino de los Cielos se parece a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: «¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!». Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: «Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas». Pero las sensatas contestaron: «Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis». Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo y las que estaban preparadas entraron en el banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: «Señor, señor, ábrenos». Pero él respondió: «Os lo aseguro: no os conozco». Por lo tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora”.

LO QUE ALIMENTA NUESTRA LUZ

  Leída en una estricta literalidad, la parábola parece caer en una contradicción, ya que las doncellas “sensatas” («buenas») aparecen como egoístas, al negarse a compartir su aceite con las del otro grupo. La contradicción estriba en el hecho de que no hay “sensatez” –comprensión– posible cuando no hay amor.

  Pero una parábola busca ser evocadora, por lo que carece de sentido una lectura literalista de la misma. Se trata, más bien, de identificar el objetivo al que la parábola apunta. Y en este caso parece claro que busca poner el foco en otra cuestión: la importancia decisiva de proveerse de “aceite”.

  En el relato, el aceite es aquello que alimenta la lámpara, es decir, lo que hace posible la luz. Con lo cual, el eje de la parábola remite a esta cuestión: ¿qué es aquello que posibilita, mantiene y alimenta la luz en nuestras vidas?

  En nuestra identidad profunda, somos luz, afirmación que el cuarto evangelio pone en boca de Jesús: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12). Ahora bien, es indudable que con frecuencia vivimos ignorantes de esa realidad, desconectados de ella y, en consecuencia, en la oscuridad de la ignorancia esencial, con la confusión y el sufrimiento que conlleva. En esas condiciones, se hace vital la cuestión: ¿cuál es el “aceite” que alimenta nuestra luz y nos permite vivir en conexión con ella?

 La respuesta solo puede ser una: la comprensión experiencial de lo que somos. Para empezar, la persona interesada puede verificarlo por sí misma a partir de un cuestionamiento elemental: ¿qué es lo que me aporta serenidad, paz, ecuanimidad, plenitud, amor, desegocentración, vitalidad, creatividad…? ¿De dónde brota todo eso y –lo que es más importante– qué lo mantiene aun en circunstancias adversas? Indaga con rigor…

  O puede hacerse el mismo cuestionamiento desde otro ángulo: si evito la trampa de atribuir la causa de mis malestares al exterior y dejo de buscarla fuera, ¿qué es lo que me altera, me encierra, me hace sufrir, me desconecta de la vida…?

  Tal como yo lo veo, la respuesta solo es una: todo se ventila en el hecho de vivir o no conectados a lo que realmente somos. Esa comprensión experiencial es luz; su carencia es oscuridad.

 El paso siguiente surge por sí mismo: ¿cómo provisionarnos de “aceite”?, es decir, ¿qué podemos hacer para favorecer la comprensión? Seguramente necesitemos trabajar con constancia la inercia que nos hace vivir identificados con el yo, en una especie de estado hipnótico, y volver a conectar una y otra vez, de manera consciente, con aquello que somos, lo que está más allá del cuerpo, de la mente, del psiquismo, del yo, de la personalidad…

  Más en concreto, me parece necesario vivir un triple cuidado, que puede expresarse en tres palabras: acogerse, atender y estar. Cuidar el amor humilde e incondicional hacia si, como fuente de unificación psíquica; cuidar la atención, como condición de libertad interior frente a los movimientos mentales; y cuidar el silencio consciente hasta, acallada la mente, reconocernos en él.

¿Qué alimenta la luz en mí? ¿Cómo lo cuido?

Semana 1 de noviembre: SER QUE COLMA LA SED // Javier MELLONI

Lo que aparece en el término
estaba en el origen
pero no lo sabíamos.

Para esto venimos a la vida:
para conocerlo, para experienciarlo
en los diversos estratos
de nuestro devenir.
Y cuando nos hemos colmado
de existencia,
dejar de ser
para realmente Ser,
liberando nuestra pequeña individualidad en el Ser total
que tiene sed de nuestra sed.

Irresoluble es la cuestión
de saber si la gota,
una vez que ha entrado en el Mar
y ha dejado de ser gota,
es consciente de ser Mar.
Irresoluble es la pregunta
porque está planteada desde la gota,
no desde el Mar.

Ser Mar,
ser gota,
gota en el Mar,
mar en el Mar,
mar de Mar.

El Mar está hecho de esa agua
que contiene todas las gotas
que de ella surgen
y que a ella vuelven sin cesar.

No hay gotas,
solo Mar,
Todo Mar.

Saberse agua de ese Mar,
saberse mar de ese Mar.

Somos porque el Ser
es nosotros, siéndonos.

Si no hay yo sin Él
es que no hay yo
sino Él.

Superado este temor,
disuelto el límite,
se nos revela lo que subyace
en el Ahora más cálido e inmediato.
Ser en el Ser.

Aquí y ahora,
en este momento,
en este papel
y en las manos que lo sostienen,
ya calmada
y colmada
la Sed.

Javier Melloni, Sed de Ser, editorial Herder, Barcelona 2013.

UN MUNDO AL REVÉS

Fiesta de Todos los Santos

1 noviembre 2020

Mt 5, 1-12a

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles: “Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos los que lloran, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los hijos de Dios. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Dichosos vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo”.

UN MUNDO AL REVÉS

   Una existencia egocentrada gira en torno a los intereses del propio yo, por encima de cualquier otra referencia. Se caracteriza por el narcisismo y la apropiación –el yo no puede existir sin decir “mío”– y persigue el tener, el poder, el aparentar o, simplemente, su propio bienestar.

 Tal programa de vida puede explicarse e incluso comprenderse a partir de factores psicológicos –carencias y vacíos afectivos– y socioculturales –“valores” dominantes en un ambiente determinado–, que tienden a encerrar a la persona en determinados mecanismos de defensa y, en último término, a mantenerla en la ignorancia básica acerca de su verdadera identidad.

  La espiritualidad es un camino de comprensión –de liberación de aquella ignorancia radical– y, por eso mismo, de desegocentración. Una existencia lograda, adulta y plena, libre y feliz es una existencia desegocentrada, amorosa y servicial. La persona feliz es buena.

   Las llamadas “Bienaventuranzas”, sin duda una de las páginas más sublimes y provocativas de la literatura espiritual, constituyen un “programa de vida” que señala el camino de la desegocentración y, en ese sentido, pone del revés los valores que, en gran medida, gobiernan todavía el mundo de los humanos.

   Ahora bien, tal programa no se halla al alcance del yo. De hecho, lo que pretende es transcenderlo, pero no desde un imperativo moral, sino desde la comprensión que posibilita pasar de una consciencia de separación (egoica o egocentrada) a una consciencia de unidad (transpersonal, desegocentrada, fraternal y planetaria), permitiendo así salir de la ignorancia y vivir en la verdad de lo que realmente somos.

  No se llama “dichoso” a algún yo que hubiera conseguido las metas propuestas, sino justamente a quien ha dejado de identificarse con él. La ignorancia nos mantiene en la identificación con el yo; la comprensión nos muestra nuestra verdadera identidad. 

  Las Bienaventuranzas no son, por tanto, un mensaje de felicidad para el yo. En realidad, el yo no puede ser feliz, porque su existencia –como la de todas las formas– se halla sometida a la ley de la impermanencia y a merced de sucesos que no puede controlar. Donde hay impermanencia, afirma un axioma básico del budismo, hay sufrimiento. Por eso tiene razón José Díez Faixat cuando afirma que “nadie es feliz; lo difícil es ser nadie”.

    Es difícil porque estamos literalmente hipnotizados, tan identificados con el yo que nos resulta imposible entendernos a nosotros mismos sin ser “alguien”. Hemos ligado nuestra suerte y nuestra felicidad al carrusel del yo, con todos sus inevitables altibajos, olvidando que lo que realmente somos se halla siempre a salvo.

   Pues bien, utilizando este lenguaje, la bienaventuranza que proclama “felices los pobres” está diciendo “felices quienes han comprendido que son nadie”, es decir, quienes no se identifican con su yo, porque han descubierto que, en su verdadera identidad, son vida.

   ¿Qué significa todo esto en la vida cotidiana? Que se abren ante mí dos caminos posibles. Puedo vivir en función del yo –instalado en la ignorancia–, dando así lugar a una existencia egocentrada que gira en torno a sus propios intereses. El resultado es el egocentrismo, la agresividad y la decepción cuando se frustran las expectativas y el sufrimiento debido a la no aceptación de la impermanencia.

    O puedo reconocerme como vida –desde la que acojo e integro el yo– y, desde esa consciencia de unidad, me dejo ser cauce para que la vida fluya, buscando el bien de todos los seres.

  El paso de la ignorancia a la comprensión –de identificarme ansiosamente con el yo a comprender que, bien mirado, soy “nadie”– modifica de manera radical el criterio que guía mi existencia: dejo de juzgarla de manera exclusiva en función de mis propios intereses –sintiéndome “feliz” o abatido, según las circunstancias respondan a ellos o los frustren– para empezar a mirarla desde mi (nuestra) verdadera identidad y desde el amor a los demás que brota de esa comprensión.

   Y es aquí, en la práctica cotidiana, donde se verifica la verdad profunda de la bienaventuranza: si vivo para el yo, terminaré frustrado y vacío; solo cuando vivo desde la verdad de lo que somos –y el amor que nace de ahí– seré feliz aun en medio de circunstancias adversas. Porque la felicidad no estará puesta en lo que pueda sucederle al yo, sino en la certeza de que, en medio de todo lo que suceda, nuestra verdadera identidad se halla siempre a salvo.

¿Qué busco en el día a día? ¿Únicamente mi propio bienestar, por encima de todo, o el bien de las personas?

Semana 25 de octubre: LA MUERTE NO EXISTE // Luján COMAS

Entrevista de Ima Sanchís a Luján Comas, licenciada en medicina, especializada en anestesiología y reanimación, en La Contra, de La Vanguardia, 29.09.2018.

https://www.lavanguardia.com/lacontra/20180929/452070048190/entender-que-no-existe-la-muerte-cambia-nuestra-vida.html

“Considero que la muerte es el momento más importante de la vida. Aquí se queda todo lo denso, te llevas tu conciencia”.

 69 años. Barcelonesa. Viuda, tengo tres hijos. Trabajé como médico adjunto en el hospital Vall d’Hebron 32 años y ahora lo hago en una consulta privada de medicina integrativa. Soy apolítica, pero creo que las mujeres pueden cambiar las cosas. En la vida todo tiene sentido, estamos aquí para evolucionar.

 Amiga de la muerte

Ejerciendo su especialidad, anestesiología y reanimación, se preguntó qué pasa con la conciencia mientras nuestros parámetros vitales son una linea inexpresiva. Pero el empujón final para dedicarse a investigar sobre la muerte y las ECM (experiencias cercanas a la muerte) fue cuando a su marido le diagnosticaron una enfermedad terminal. Es cofundadora de la asociación sin ánimo de lucro Merry Human Life Society (Merrylife) para la evolución de la conciencia, y coautora del libro ¿Existe la muerte? junto a Anji Carmelo. Será ponente de una jornada sobre la continuidad de la consciencia más allá de la muerte que tendrá lugar el sábado 6 de octubre en la Facultad de Psicología de la Blanquerna y organiza Merrylife.

¿Cuál es su experiencia con la muerte?

Trabajé como médico adjunto en el hospital Vall d’Hebron durante 32 años, de ellos 18 como anestesióloga en cirugía cardiaca.

¿Muerte y reanimación han sido su pan de cada día?

He estado en contacto con la muerte desde dos vertientes. Una es personal: yo nací tras la muerte de una hermana, recuerdo ir al cementerio desde muy pequeña. También viví tres abortos tardíos de mi madre, la muerte de un hermano a los 26 años y la muerte de mi marido.

¿A qué edad enviudó?

A los 48 años. Fue entonces, con el diagnóstico de enfermedad terminal de mi marido, médico reumatólogo, cuando empecé a investigar la muerte y la posibilidad de un más allá para ayudarle en ese tránsito.

¿Y en lo profesional?

Debido a mi especialidad he reanimado muchos paros cardiacos y he asistido a operaciones muy graves. Fui parte del equipo del primer trasplante bipulmonar de España y el primer unipulmonar de Catalunya. Todo esto me acerca mucho a la muerte y hace que me haga muchas preguntas.

Hablemos de ellas.

Había un tipo de operaciones que hacíamos en cirugía cardiaca bajo hipotermia profunda. Casos en los que la aorta se rompe en la zona de la que salen las arterias que irrigan el cerebro. Para que el cirujano pudiera coser teníamos que parar la circulación sanguínea, el corazón y la respiración.

¿Y eso no es la muerte?

Sí, aparentemente la persona está muerta. Luego, a través del calentamiento, el oxígeno y los fármacos, su actividad vuelve a la vida. Yo no podía evitar preguntarme: ¿dónde está la conciencia mientras tanto? Si la conciencia está en el cerebro, cuando este no recibe oxígeno, ¿qué pasa con ella?

¿Qué entendió?

Que la conciencia no es un producto de nuestro cerebro sino que utiliza a nuestro cerebro. Dediqué mucho tiempo a investigar las ECM (experiencias cercanas a la muerte).

Ha colaborado usted con el cardiólogo holandés Pin Van Lommel.

Sí; desde 1988 se ha dedicado a documentar casos incuestionables de ECM. En el 2001, en The Lancet, publicó un estudio clínico prospectivo con 344 pacientes en el que participaron diez hospitales holandeses.

¿Sobre vivencias de ECM?

Sí, pacientes que mueren clínicamente, es decir, que corazón y cerebro dejan de funcionar, y aun así pueden explicar sus percepciones sensoriales como si fueran un ser completo (las personas ciegas ven como si tuvieran vista, los sordos oyen…), y pueden sentir, recordar y pensar. Pero su cerebro no tiene rastro de actividad porque simplemente está “muerto”.

¿Y qué cuentan?

Las situaciones más comunes descritas son que han podido verse a sí mismos y lo que pasaba en aquel momento en su entorno; han revisado toda su vida en el pasado y también en el futuro y comprendido el sentido de su existencia. Han sentido una paz y un amor incondicional indescriptible.

¿Pese a que su cerebro está muerto?

Sí, por tanto esa consciencia que continúa durante este trance no se encuentra en el cerebro. Es una energía, y como energía no se crea ni se destruye, se transforma y perdura.

¿Se da algún cambio en esas personas?

La mayoría modifican su escala de valores, pierden el miedo a morir y afrontan la vida de una forma radicalmente diferente: empiezan a dedicarse a trabajos que dan sentido a sus vidas, de servicio y ayuda a los otros…

Hay médicos que afirman que esas experiencias son meras alucinaciones.

Sí, debidas a la falta de oxígeno que todos sufrimos en ese momento, pero no todos tenemos un ECM, tan solo un 20%. También dicen que son causadas por el exceso de anhídrido carbónico o por una epilepsia del lóbulo temporal, pero todas son rebatibles.

¿Cómo se lo explica usted?

En 1990, Stuart Hameroff, psicólogo en la Universidad de Arizona, y Roger Penrose, físico matemático en la de Oxford, propusieron que los microtúbulos, las unidades más pequeñas del citoesqueleto de las células, actúan como canales para la transferencia de información cuántica responsable de la consciencia.

¿Somos como aparatos de radio?

Exacto, y cuando morimos el contenido de los microtúbulos vuelve a esa conciencia cuántica y si te reaniman se puede recuperar.

¿Me está diciendo que en nosotros hay una conciencia universal?

Sí, y cuando mueres esa conciencia a la que se suman tus experiencias pasa a la conciencia cuántica, pero no se pierde la información.

¿Se trata de una conciencia que está continuamente aprendiendo?

Sí, continuamente, y que está conectada a todo. El mundo de las subpartículas de las que todo está hecho, están interconectados, usted, yo, los árboles, la mesa, todo el universo… Puede ser una explicación. Lo que está claro es que si entendiésemos que no existe la muerte, no tendríamos miedo y viviríamos de otra manera.