DE LA INTOLERANCIA A LA COMPRENSIÓN

Domingo IV del Tiempo Ordinario

3 febrero 2019

Lc  4, 21-30

En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en la sinagoga: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. Y todos le expresaban su aprobación y se admiraban de las palabras de gracia que salían de sus labios. Y decían: “¿No es este el hijo de José?”. Y Jesús les dijo: “Sin duda me recitaréis aquel refrán: «médico cúrate a ti mismo»; «haz también aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm»”. Y añadió: «Os aseguro que ningún profeta es bien mirado en su tierra. Os garantizo que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo cerrado el cielo tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda de Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado nada más que Naamán el sirio”. Al oír esto, todos en la sinagoga se pusieron furiosos y levantándose lo empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte donde se alzaba su pueblo, con intención de despeñarlo. Pero Jesús se abrió paso entre ellos, y se alejaba.

 DE LA INTOLERANCIA A LA COMPRENSIÓN

        Incluso el lector menos atento advertirá rápidamente la disonancia que aparece en este relato: a la aprobación y admiración que manifiestan sus paisanos, Jesús responde con reproches, y la escena concluye con sentimientos de furia que a punto estuvieron de terminar en tragedia.

          Parece que solo cabe una explicación: en un mismo relato se han mezclado dos episodios diferentes, probablemente porque ambos ocurrieron en el mismo lugar, la sinagoga de Nazaret. En uno de ellos, Jesús cosechó aplausos por parte de sus paisanos; en el otro, vivió un duro enfrentamiento con ellos.

         Si atendemos al texto, el motivo del enfrentamiento y de la furia de sus oyentes parece claro: aun citando a dos grandes profetas del pueblo –Elías y Eliseo–, Jesús colocaba a personas extranjeras por encima de los propios connacionales. Para un judío piadoso resultaba inadmisible que cualquier pagano recibiera un favor divino antes que alguien perteneciente al “pueblo elegido”.

          Los humanos –quizás como animales gregarios que somos– tendemos a marcar distancia entre el propio grupo –tribu, parentela, familia, club, pueblo, religión, nación…– y todos los demás. Se trata, sin duda, de un movimiento de autoafirmación, de búsqueda de seguridad y de defensa frente a lo diferente. Si, unido a todo ello, advertimos que nuestras propias creencias son cuestionadas, es probable que se despierten sentimientos de agresividad, que no son sino expresión del propio miedo.

          Frente a esa tendencia atávica y, con frecuencia, virulenta, la comprensión relativiza muros y fronteras, reconociendo la identidad común y compartida, haciendo posible la vivencia de la alteridad en el respeto y la confianza. Es lo que apreciamos en las personas sabias, como se muestra en este caso en Jesús. Sarepta, Siria, Israel…, ¿por qué la diferencia debería entenderse como enfrentamiento o exclusión?

        Al comprender lo que somos, se aflojan las rigideces instintivas del ego y la intolerancia de los esquemas mentales. Unas y otra no eran sino mecanismos de defensa activados automáticamente, pero carentes de sentido cuando nos situamos en la comprensión de lo que somos.

          Es esa misma comprensión la que nos permite “abrirnos paso” y “alejarnos” de los errores de percepción que nos aíslan, empobrecen y enfrentan, en ocasiones hasta extremos crueles. Solo con tomar un mínimo de distancia de nuestros propios mapas mentales, seríamos capaces de sonreír ante tan ciegos patrones de pensamiento, ablandar durezas, ampliar horizontes y celebrar y vivir la unidad compartida en tanta variedad de formas diferentes.    

¿Qué signos de intolerancia percibo en mi vida cotidiana? ¿Cuándo aparecen?

SOMOS PRESENCIA

Domingo III del Tiempo Ordinario

27 enero 2019

Lc 1, 1-4;  4, 14-21

Ilustre Teófilo: Muchos han emprendido la tarea de componer un relato de los hechos que se han verificado entre nosotros, siguiendo las tradiciones transmitidas por los que primero fueron testigos oculares y luego predicadores de la Palabra. Yo también, después de comprobarlo todo exactamente desde el principio, he resuelto escribírtelos por su orden, para que conozcas la solidez de las enseñanzas que he recibido…

En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea, con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendió por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan. Fue Jesús a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y dar a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor”. Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”.

SOMOS PRESENCIA

          Lucas se presenta como un historiador de la época: dirige la obra –que dividirá en dos partes: el evangelio y los Hechos de los Apóstoles– a un personaje ilustre –real o imaginario–, alude al proceso de redaccional a partir de los “testigos oculares” y manifiesta su intención de escribir un relato ordenado, con un objetivo preciso: garantizar la solidez de las enseñanzas recibidas.

          Tras ese pórtico general a su obra, el texto elegido para la liturgia de este domingo da un salto de tres capítulos para mostrarnos a Jesús en la sinagoga de Nazaret, “donde se había criado”, proclamando lo que se conoce como el “discurso programático”, a partir de un texto de Isaías.

          Se trata de un discurso magníficamente elaborado, que subraya acentos sobre los que incidirá constantemente el relato de Lucas: Jesús ungido y conducido por el Espíritu; Buena Noticia que sale al paso de los pobres, como libertad para los cautivos, vista para los ciegos y liberación para los oprimidos; anuncio de un “año de gracia”; y –esta es la novedad– todo ello sucede “hoy”, en la persona de Jesús.

          En consonancia con el mensaje profético y las expectativas del pueblo, el tiempo mesiánico es presentado como liberación, que se centra de manera prioritaria en los pobres.

          Esa presentación parece pivotar en torno a tres ejes: la consciencia de Jesús, la compasión y el “ahora”.

          Todo comienza con la consciencia de Jesús como “ungido” (Cristo o Mesías, en griego y en hebreo, respectivamente) y conducido por el Espíritu. Aquí se halla la clave decisiva: en la comprensión de quienes somos, en la consciencia lúcida de que somos uno con el Espíritu, o mejor aún, de que somos el Espíritu experimentándose en forma humana. La fe cristiana, deudora de las representaciones culturales de aquel momento histórico, lo afirmaría de Jesús de una manera exclusiva; sin embargo, lo que se dice de él es válido para todo ser humano. Como él, todos somos “ungidos”, constituidos por el Espíritu; cambia la consciencia o no que tengamos de ello y la lucidez y docilidad para vivirnos desde ahí.

      La comprensión se traduce y se muestra en compasión: la certeza de no-separación radical con todos los seres –compartimos la misma y única identidad, en “formas” diferentes pero no separadas– conduce a tratar a los otros como deseo que me traten a mí, a querer para todo otro lo mismo que quiero para mí. Sabiduría es compasión, comprensión es compromiso. Y todo ello de manera gratuita y desapropiada, como vemos que lo vivió el propio Jesús.

          Y ello se vive en una consciencia clara del “aquí y ahora”, es decir, en estado de presencia. Cuando nos perdemos en los vericuetos de la mente, reduciéndonos a ella hasta terminar literalmente “perdidos”, nos resulta imposible “dejarnos conducir” por el Espíritu y vivir la auténtica compasión. Porque la identificación con la mente nos convierte en marionetas: ya no nos conduce el Espíritu –la Presencia que somos–, sino nuestras ideas, proyectos, expectativas, intereses, miedos o necesidades…

          Sabemos que el “Hoy”, de Lucas, no se refiere a un momento puntual, sino al “Ahora” atemporal, siempre presente y vivo. Recordemos otros textos del mismo evangelio, en los que aparece este mismo “hoy”. En el relato (mitológico) del anuncio del nacimiento de Jesús, los ángeles dicen a los pastores: “Hoy os ha nacido un Salvador” (2,11). Tras la curación de un hombre paralítico, símbolo de la humanidad aplastada, la gente proclama: “Hoy hemos visto cosas extraordinarias” (5,26). En el encuentro con el publicano Zaqueo, Jesús le dice: “Hoy tengo que alojarme en tu casa” (19,5), para terminar con una constatación: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (19,9). Finalmente, ya en la cruz, al compañero de suplicio que le pide compasión, Jesús le responde con una palabra esperanzadora y cargada de vida: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” (23,43).

           Para quien sabe ver, siempre es “hoy”. De hecho, basta detectar la trampa mental para advertir que, siempre y en todo lugar, únicamente existe el Ahora, el puro presente atemporal. La idea de una secuencia temporal –pasado, presente, futuro– es solo una ilusión óptica de la mente. En ese sentido, bien podría decirse que vivir en el “hoy” equivale a trascender el estado mental vivir en estado de presencia.

¿Vivo en estado de presencia? ¿En comprensión y compasión?

Semana 20 de enero: VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE

 “Entender que no existe la muerte cambia nuestra vida”.

Entrevista de Ima Sanchis a Luján Comas, licenciada en medicina, especializada en anestesiología y reanimación, en La Contra, de La Vanguardia, 29.09.2018.

69 años. Barcelonesa. Viuda, tengo tres hijos. Trabajé como médico adjunto en el hospital Vall d’Hebron 32 años y ahora lo hago en una consulta privada de medicina integrativa. Soy apolítica, pero creo que las mujeres pueden cambiar las cosas. En la vida todo tiene sentido, estamos aquí para evolucionar.

 Amiga de la muerte

Ejerciendo su especialidad, anestesiología y reanimación, se preguntó qué pasa con la conciencia mientras nuestros parámetros vitales son una linea inexpresiva. Pero el empujón final para dedicarse a investigar sobre la muerte y las ECM (experiencias cercanas a la muerte) fue cuando a su marido le diagnosticaron una enfermedad terminal. Es cofundadora de la asociación sin ánimo de lucro Merry Human Life Society (Merrylife) para la evolución de la conciencia, y coautora del libro ¿Existe la muerte? junto a Anji Carmelo. Será ponente de una jornada sobre la continuidad de la consciencia más allá de la muerte que tendrá lugar el sábado 6 de octubre en la Facultad de Psicología de la Blanquerna y organiza Merrylife.

«Considero que la muerte es el momento más importante de la vida. Aquí se queda todo lo denso, te llevas tu conciencia».

 ¿Cuál es su experiencia con la muerte?

Trabajé como médico adjunto en el hospital Vall d’Hebron durante 32 años, de ellos 18 como anestesióloga en cirugía cardiaca.

¿Muerte y reanimación han sido su pan de cada día?

He estado en contacto con la muerte desde dos vertientes. Una es personal: yo nací tras la muerte de una hermana, recuerdo ir al cementerio desde muy pequeña. También viví tres abortos tardíos de mi madre, la muerte de un hermano a los 26 años y la muerte de mi marido.

¿A qué edad enviudó?

A los 48 años. Fue entonces, con el diagnóstico de enfermedad terminal de mi marido, médico reumatólogo, cuando empecé a investigar la muerte y la posibilidad de un más allá para ayudarle en ese tránsito.

¿Y en lo profesional?

Debido a mi especialidad he reanimado muchos paros cardiacos y he asistido a operaciones muy graves. Fui parte del equipo del primer trasplante bipulmonar de España y el primer unipulmonar de Catalunya. Todo esto me acerca mucho a la muerte y hace que me haga muchas preguntas.

Hablemos de ellas.

Había un tipo de operaciones que hacíamos en cirugía cardiaca bajo hipotermia profunda. Casos en los que la aorta se rompe en la zona de la que salen las arterias que irrigan el cerebro. Para que el cirujano pudiera coser teníamos que parar la circulación sanguínea, el corazón y la respiración.

¿Y eso no es la muerte?

Sí, aparentemente la persona está muerta. Luego, a través del calentamiento, el oxígeno y los fármacos, su actividad vuelve a la vida. Yo no podía evitar preguntarme: ¿dónde está la conciencia mientras tanto? Si la conciencia está en el cerebro, cuando este no recibe oxígeno, ¿qué pasa con ella?

¿Qué entendió?

Que la conciencia no es un producto de nuestro cerebro sino que utiliza a nuestro cerebro. Dediqué mucho tiempo a investigar las ECM (experiencias cercanas a la muerte).

Ha colaborado usted con el cardiólogo holandés Pin Van Lommel.

Sí, que desde 1988 se ha dedicado a documentar casos incuestionables de ECM. En el 2001, en The Lancet, publicó un estudio clínico prospectivo con 344 pacientes en el que participaron diez hospitales holandeses.

¿Sobre vivencias de ECM?

Sí, pacientes que mueren clínicamente, es decir, que corazón y cerebro dejan de funcionar, y aun así pueden explicar sus percepciones sensoriales como si fueran un ser completo (las personas ciegas ven como si tuvieran vista, los sordos oyen…), y pueden sentir, recordar y pensar. Pero su cerebro no tiene rastro de actividad porque simplemente está “muerto”.

¿Y qué cuentan?

Las situaciones más comunes descritas son que han podido verse a sí mismos y lo que pasaba en aquel momento en su entorno; han revisado toda su vida en el pasado y también en el futuro y comprendido el sentido de su existencia. Han sentido una paz y un amor incondicional indescriptible.

¿Pese a que su cerebro está muerto?

Sí, por tanto esa consciencia que continúa durante este trance no se encuentra en el cerebro. Es una energía, y como energía no se crea ni se destruye, se transforma y perdura.

¿Se da algún cambio en esas personas?

La mayoría modifican su escala de valores, pierden el miedo a morir y afrontan la vida de una forma radicalmente diferente: empiezan a dedicarse a trabajos que dan sentido a sus vidas, de servicio y ayuda a los otros…

Hay médicos que afirman que esas experiencias son meras alucinaciones.

Sí, debidas a la falta de oxígeno que todos sufrimos en ese momento, pero no todos tenemos un ECM, tan solo un 20%. También dicen que son causadas por el exceso de anhídrido carbónico o por una epilepsia del lóbulo temporal, pero todas son rebatibles.

¿Cómo se lo explica usted?

En 1990, Stuart Hameroff, psicólogo en la Universidad de Arizona, y Roger Penrose, físico matemático en la de Oxford, propusieron que los microtúbulos, las unidades más pequeñas del citoesqueleto de las células, actúan como canales para la transferencia de información cuántica responsable de la consciencia.

¿Somos como aparatos de radio?

Exacto, y cuando morimos el contenido de los microtúbulos vuelve a esa conciencia cuántica y si te reaniman se puede recuperar.

¿Me está diciendo que en nosotros hay una conciencia universal?

Sí, y cuando mueres esa conciencia a la que se suman tus experiencias pasa a la conciencia cuántica, pero no se pierde la información.

¿Se trata de una conciencia que está continuamente aprendiendo?

Sí, continuamente, y que está conectada a todo. El mundo de las subpartículas de las que todo está hecho, están interconectados, usted, yo, los árboles, la mesa, todo el universo… Puede ser una explicación. Lo que está claro es que si entendiésemos que no existe la muerte, no tendríamos miedo y viviríamos de otra manera.

EL VINO BUENO DE LA PRESENCIA

Domingo II del Tiempo Ordinario

20 enero 2019

Jn 2, 1-11

En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí; Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda. Faltó el vino y la madre de Jesús le dijo: “No les queda vino”. Jesús le contestó: “Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora”. Su madre dijo a los sirvientes: “Haced lo que él os diga”. Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una. Jesús les dijo: “Llenad las tinajas de agua”. Y las llenaron hasta arriba. Entonces les mandó: “Sacad ahora, y llevádselo al mayordomo”. Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo: “Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú en cambio has guardado el vino bueno hasta ahora”. Así, en Caná de Galilea, Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él.

EL VINO BUENO DE LA PRESENCIA

          Nos hallamos ante un relato completamente simbólico –algún exegeta ha llegado a afirmar que, antes que relato, fue sencillamente una parábola–, en el que cada elemento encierra todo un mensaje cargado de contenido.

          La boda, las tinajas de agua, el vino, la figura de la madre, las propias expresiones utilizadas…, todo ello está hablando de la novedad que, según el autor del evangelio, aporta Jesús: el paso de una religión ritual (el agua de la purificación) y vacía (“no les queda vino”) a la plenitud de una vida desbordante de gozo (el vino bueno que sorprende al mayordomo).

          Habitualmente, en nuestra existencia parecen alternarse el “agua” y el “vino”, la rutina y la novedad, el “ir tirando” y una sensación viva de plenitud. Es bueno ser conscientes de que la causa de hallarnos en una u otra de esas vivencias no depende de lo que ocurre, sino del “lugar” desde el que nos estamos viviendo.

          Cuando vivimos en la mente no observada –la mente que cavila, elucubra, rumia–, nos vemos sometidos a sus vaivenes, terminamos creyendo lo que pensamos y en la práctica funcionamos como marionetas que son movidas por hilos que (momentáneamente) han escapado a nuestro control.

          En esos casos, la mente pensante parece ocupar todo el terreno y nosotros terminamos perdidos, en la confusión y, antes o después, en el sufrimiento. Lo cual es fácil de comprender en cuanto tenemos en cuenta que todo el sufrimiento es producido por la mente, por la lectura que ella hace de todo lo que sucede.

      Las circunstancias son como son: agradables o desagradables, sencillas o difíciles, placenteras o dolorosas…, y sentimos el impacto que producen en nuestra sensibilidad. Pero el sufrimiento nace en el momento mismo en que nuestra mente añade una interpretación, dramatizando, magnificando o construyendo cualquier “historia” en torno a lo que simplemente sucede. Al hacer esto, venimos a ser esclavos de nuestra mente que se convierte para nosotros en una jaula que puede llegar a asfixiarnos.

           Sin embargo, podemos también observar la mente con todas sus idas y venidas, pensamientos que aparecen y desaparecen, sin identificarnos con ella. Al hacer así, salimos de la jaula, mantenemos la distancia, dejamos de creernos las historias que la mente pudiera elaborar y nos anclamos en la atención (la consciencia Testigo) que observa.

          Hemos trascendido el estado mental para acceder al estado de presencia, el “lugar” de la plenitud, donde reconocemos que no somos el “yo” al que le suceden cosas, sino la misma y única Vida que ha tomado forma temporal en este “yo”. La Presencia consciente que somos disuelve todas las “historias” que la mente podía contarnos y, de ese modo, nos libera de rumiaciones interminables y de sufrimiento inútil. Solo hay Presencia…, el “vino bueno” de la alegría.

¿Vivo en la rutina de la mente o en el gozo de la Presencia?

Semana 13 de enero: «JESÚS EXISTIÓ» (Antonio Piñero)

Entrevista de Víctor-M. AMELA a Antonio PIÑERO, catedrático de Filología Neotestamentaria, publicada en La Contra, de La Vanguardia, el día 24 de diciembre de 2018.

“Tengo 77 años. Nací en Chipiona y vivo en Bayona. Soy filólogo de textos en griego del cristianismo primitivo. Estoy recasado y tengo dos hijos, Zahra (44) y Antonio (39), y dos nietos. ¿Política? Voté PSOE.., y quizá vote Ciudadanos. Soy spinoziano: si hubiera Dios, sería el cosmos”.

Un galileo mesiánico

Piñero vive en el siglo I. Habla con personajes de entonces de tú a tú y en el griego de entonces. Es un laico que lo sabe todo de la religión cristiana, el origen de cada detalle. Aprendo con él a cada frase, así como del enjundioso libro que acaba de publicar: Aproximación al Jesús histórico (Trotta), en el que concluye que Jesús existió realmente, que fue un galileo carismático al que sus seguidores vestirían luego con ropajes divinos. Retirado en Galicia para escribir en “magna paz y soledad”, Piñero (www.antoniopinero.com) prepara ahora una edición de los libros del Nuevo Testamento desde el ángulo de la historia y la crítica literaria, que se publicará el año entrante.

¿Existió Jesús?

¿Qué Jesús?

El del Evangelio. ¿O acaso hay otro?

Sí: el Jesús histórico, Yeshua ben Yosef.

¿No es histórico el Jesús del Evangelio?

Es un Jesús idealizado, recreado, mitificado, endiosado, adornado, medio inventado. Pero por debajo de este Jesús evangélico…

¿Qué?

…adivino al muy real Yeshua ben Yosef, un galileo del siglo I, hombre de carne y hueso.

¿Nació en Belén?

No. Eso es invención.

¿Dónde nació, pues?

Quizá en Nazaret. En todo caso, en Galilea.

¿Le visitaron en la cuna unos Reyes Magos, siguiendo una estrella?

Estrella y Magos son leyenda.

¿María y José fueron sus padres?

Sí. Y Yeshua tuvo un hermano, Jacobo (Santiago). Pero según los evangelistas Marcos y Mateo tuvo más hermanos.

¿Le adoraron unos pastorcillos al nacer?

Más invención.

¡Pero qué bonita! No me estropee el belén navideño…

Muy bonita: haga su belén, haga…

¿Qué sabemos de cierto sobre Yeshua ben Yosef, el Jesús histórico?

Que era carpintero. Que estudió la ley judía por su cuenta. Que quizá se casó, quizá no. Predicó. Tuvo discípulos. Anduvo en Jerusalén menos de un año… y la autoridad romana le ejecutó, por sedición. El hombre fracasó en su familia, en su empresa, en su acción pública… ¡Fracasó en todo!

Pero fundó una religión.

¡Jamás lo pensó! Judío fariseo observante…

¿Fariseo?

Una facción judaica: decían que si cumplías la ley judía, resucitarías con tu cuerpo en el cielo, y luego Israel dominaría el mundo. Y seguiría el paraíso celestial en la tierra.

El Reino de este mundo.

Eso es. ¡Que estaba cerca!, eso predicaba Yeshua: purifícate para salvarte, ¡estás a tiempo! Lo explicitó en su parábola del hijo pródigo, ¡bellísima hasta las lágrimas!

Resúmala.

El hijo pequeño (tú mismo) se va por ahí con su parte de la herencia del padre (Yahvé) y la dilapida en mujeres y vino. Pero el padre siempre le espera. Al hijo mayor le parecerá injusto que el padre organice una gran fiesta para celebrar el retorno del hijo menor…

¡Pero así de misericordioso es el Padre!

Eso es: era el modo de decir a los judíos que si volvían al camino de la vieja ley judía, salvarían el alma, ¡aún en el último segundo!

¿Y cómo se veía Yeshua a sí mismo?

Como profeta, un profeta importante.

¿Pero no como el hijo de Dios?

Eso no. Al final de su vida, sí pretendió ser el Mesías-Rey que Israel estaba esperando. ¡Y justamente por eso fue crucificado!

¿Por rebelión política?

Religión y política se confunden: Roma crucificaba a todo sedicioso contra la majestad del emperador (Tiberio), y le clavaron el ­INRI en la cruz: “Iesus Nazarenus Rex Iodeorum” (Jesús nazareno, rey de los judíos).

¿Alentó Jesús recurrir a la violencia contra Roma?

No…, pero no le hizo ascos. Jesús tuvo seguidores zelotes, como Simón-Pedro: matar a un romano era para ellos un acto piadoso.

¿Había otros líderes como Jesús?

¡Muchos! Le menciono a dos: Rabí Honí, el circulero. Y Rabí Hanán. Como Yeshua, predicaban la ley mosaica y eran taumaturgos.

¿Taumaturgos?

Hacedores de prodigios: milagreros, exorcizaban y sanaban. Honí trazaba un círculo en el suelo a su alrededor y clamaba a Yahvé: “¡No me moveré de aquí, ni comeré ni beberé hasta que llueva sobre Israel!”. Y llovía.

¿En qué fue original Yeshua?

En el Sermón de la Montaña: dijo que más allá de que observes la letra de los 623 preceptos del Pentateuco, ¡hazlo de corazón!

¿Y “ama al prójimo como a ti mismo”?

Está en Levítico 19: todo judío es convertible, salvables para el Reino, hay que amarle.

¿Qué fuentes documentan a Yeshua?

Una carta del estoico sirio Mara Bar Saradioan. Alusiones de Suetonio y Tácito. El libro 18 de Antigüedades de Flavio Josefo.

¿Qué cuenta de Jesús?

Incluye a Yeshua en una lista de individuos que perjudicaron al pueblo judío… por haberse dedicado a calentar los cascos de la gente tanto… que les arrastró a la catástrofe colectiva, a resultar aplastados por Roma.

Imaginar un mundo mejor gusta mucho… ¿Y cómo nació el cristianismo?

Con el judeo-romano Pablo: sostiene que Jesús desciende de la casa del rey David y que, tras resucitar, es Hijo de Dios.

Diviniza así a Yeshua.

Y les dice a los paganos: os salvaréis sin ser judíos, sin circuncidaros, ¡basta con creer, bautizarte y fundirte con Jesús en la misa! Pablo quiere completar el plan de Jesús.

¿Qué plan?

Si Jesús se sacrificó por todos fue para que la vieja promesa de Yahvé a Abraham se materialice: convertidos ya todos a la fe de Yahvé, sumados todos los judíos y los pagano-cristianos, descenderá a la Tierra el Reino Celestial, ¡leche y miel para todos!