Semana 26 de agosto: NO-DUALIDAD: ¿UNA MODA?

NO-DUALIDAD: ¿UNA MODA?

Introducción

Con frecuencia, se recurre a ese calificativo –“es una moda”– para descalificar todo aquello que, extendiéndose en sectores sociales cada vez más amplios, se mira con recelo, desaprobación o rechazo. El término evoca automáticamente algo pasajero, superficial, inconsistente e incluso, en algunos casos, peligroso o dañino.

     De la no-dualidad se dice, en algunos ámbitos –generalmente religiosos–, que “es una moda” y que constituye nada menos que “una enfermedad espiritual”.

          En síntesis, quienes así se expresan suelen utilizar dos argumentos: por una parte, según ellos, lo que actualmente se llama “no-dualidad” no sería sino un “monismo” vulgar que negaría valor a todo el mundo de las formas (lo personal, lo relacional, lo social…); por otra –se dice– abocaría a una actitud de indiferencia descomprometida, potenciando un “espiritualismo narcisista” engañoso y deshumanizador.

        Se trata, sin duda, de trampas que acechan a ciertos planteamientos que se autodenominan “no-duales”, pero no a la genuina comprensión no-dual. Esta es siempre cuidado amoroso, que valora toda forma –¿cómo no lo haría si la reconoce como expresión particular de “lo que es”?– y se expresa como amor compasivo. De hecho –y este es el modo menos inadecuado de nombrarla– no-dualidad es amor.

          Es de apreciar la crítica que brota de la búsqueda de la verdad y del amor –verdad y amor no pueden caminar separados–, pero la descalificación suele nacer de la inseguridad afectiva y de la necesidad neurótica de autoafirmación.

        Suelo callar ante quienes, expresamente o no, se erigen en guardianes de supuestas “esencias” –en este caso, guardianes de la “auténtica espiritualidad”– porque sospecho que en toda descalificación, aun recurriendo a “nobles” declaraciones, suele esconderse un afán de autoafirmación narcisista y defensa de la propia sensación de seguridad, que se siente amenazada ante opiniones discrepantes.

     Solo desde ahí cabe entender a quien juzga y descalifica como «falsa espiritualidad» aquella que no coincide con la idea que él tiene de la misma; y llama «inacción» a todo lo que no sea actuar en la línea que él considera adecuada.  

          Tal como lo veo, “espiritualidad” es sinónimo de “no-dualidad”. Y me parece que la imagen menos inadecuada para referirnos a ella sea probablemente la del “Abrazo”. Lo que llamamos Realidad es un inmenso “abrazo” y, al alinearnos conscientemente con ella, somos transformados por la comprensión y la compasión hacia todos los seres.

          Con todo ello, sin negar las ambigüedades que acompañan nuestra forma de expresarnos, me parece que pueden hacerse, con rigor, estas tres afirmaciones: 1) la realidad es no-dual; 2) la no-dualidad pertenece al núcleo mismo de la llamada “sabiduría perenne”; y 3) la llamada “revolución de la no-dualidad” –en cuanto que está alcanzando una notable dimensión colectiva– constituye una de las mayores aportaciones de este momento histórico.

          En las entregas próximas abordaré cada una de estas tres cuestiones.

Semana 26 de agosto: ONTOLENCIA

Jon Ander
https://www.espiritualidadpamplona-irunea.org/?p=4557

 La somnolencia es el estado intermedio entre el sueño y la vigilia en el que todavía no se ha perdido la conciencia. Es frecuente.

Supone abrir la puerta del subconsciente y de la memoria. Supone traspasar las dimensiones espacio-temporales. En ella comienzan a brotar los sueños. Sin perder la conciencia. Eso nos permite recordar algunos sueños e incluso volver a ellos si han sido suspendidos por la vigilia.

Si tratamos de prolongar este estado podemos conocer mejor los sueños. Investigar después en los propios es apasionante.

Ahí sabemos distinguir bien entre quien sueña y los sueños, o sea entre “quien se da cuenta” o  es “testigo” y la acción que compone el sueño. Lo mismo que nos ocurre con nuestra mente.

Por otra parte, cuando en el estado de vigilia meditamos buscamos el silencio, la quietud, más allá de cuerpo, mente, emociones y sentimientos. Y lo hacemos porque sabemos que así saboreamos otro estado, un tercer estado distinto de la vigilia y del sueño.

Andando por estos parajes interiores distinguimos bien nuestro ego, o yo superficial, de lo que se nos manifiesta en este estado.

Podemos denominar este estado de muchas formas: transpersonal, estado de presencia, consciencia, incluso podemos decir que ese estado es nuestra verdadera casa. Pero hay un nombre definitivo para él: es el Ser. Me atrevo a introducir aquí el concepto, ya muy extendido, de “seidad”.

Seidad es todo lo que hay. No hay nada fuera de ella. Estamos en la seidad, somos seidad.

Así pues, podemos distinguir tres estados: vigilia, sueño y seidad.

Meditando tratamos de alcanzar, como digo, este tercer estado que, como tal, es muy volátil y se ve constantemente atacado por los pensamientos, la mente y el ego que se niegan a perder su protagonismo central.

Por eso en la meditación nuestras percepciones del Ser a veces son sólo como chispazos, dura poco el estado de Presencia. A veces es un poco más largo. Y tampoco es cuestión de esforzarse en conseguirlo.

Para tratar de expresar ese momento me he inventado una palabra: ontolencia (del griego “onto”, ser).

Así como la somnolencia transita entre el sueño y la vigilia, la ontolencia se mueve entre la vigilia y el estado de presencia o de seidad.

Va de la quietud y el silencio a los pensamientos invasores, a las emociones, al yo que se asoma para decirme que lo estoy haciendo muy bien o que soy una persona ilusa, crédula y cretina. Va y viene. Incesante.

Quienes estamos aprendiendo a meditar sabemos mucho de ontolencia.

Y tampoco nos asusta descansar en ella.

Por cierto, que aprender a meditar no es cuestión de tiempo. Es como el despertar. Para unas personas es espontáneo. Pero la mayoría necesitamos de un proceso más o menos largo.

Así que a quienes estamos aprendiendo nos viene bien ponerle palabras a lo que vamos descubriendo en nuestro interior. Hoy quería regalarnos “ontolencia”.

Semana 19 de agosto: CUIDAR LA INTELIGENCIA ESPIRITUAL

¿CRISIS DE VALORES O CRISIS DEL MODELO DUAL?
OTRO MODO DE VER, PARA VIVIR DE OTRO MODO

y V. El cuidado de la inteligencia espiritual, para una visión integral. 

       Es indudable que “espiritualidad” es una palabra gastada. La visión dualista que contraponía lo “espiritual” a lo “material”, en detrimento de este último, así como su apropiación indebida por parte de la religión, explican que, apenas se nombre, ese término provoque reacciones de rechazo.

        Debido a ello, se empiezan a usar otras palabras no contaminadas que, sin embargo, rescaten el contenido valioso que con aquella se quería expresar. Así, por ejemplo, en el campo educativo, se habla de “educación de la interioridad”, mientras que en otros ámbitos se prefiere hablar de “cualidad humana profunda”, “dimensión de profundidad”, “nivel transpersonal” o, sencillamente, “no-dualidad”[1].

          Con todo ello, se quiere aludir a aquella capacidad del ser humano que, trascendiendo lo mental, nos sitúa en condiciones de experimentar la respuesta adecuada a la pregunta fundamental, de la que depende todo lo demás: “¿quién soy yo?”.

          Hemos visto que, para la mente, no somos sino el yo individual, una estructura psicosomática, definida y delimitada. Una vez asumida esa identidad, lo que de ella nace es individualismo, egocentrismo y constricción (sufrimiento).

          Si queremos superar ese engaño, es necesario ir más allá de la mente; utilizar el otro modelo de cognición, el no-dual, único capaz de operar fuera del mundo de los objetos. A eso es a lo que nos referimos con la expresión “inteligencia espiritual”.

          Entendemos por ella la capacidad –toda inteligencia es una capacidad- de responder adecuadamente a las necesidades espirituales (necesidad de sentido, de armonía, de libertad, de paz, de plenitud, de felicidad, de amor, de unidad, de compasión, de verdad, de bondad, de belleza…); capacidad de separar la consciencia de los pensamientos, reconociendo que somos más que la mente; capacidad de percibir la unidad profunda de lo Real y la Unidad que somos.

          Sobra decir que la espiritualidad de la que aquí hablamos no tiene nada que ver con la religión. Esta sería, en el mejor de los casos, un “mapa” que apunta hacia aquel “Territorio”, que no es otro que nuestra verdadera condición humana. De ahí que “espiritualidad” sea equivalente a “plenitud humana”.

          Pero parece evidente que hasta que no transitemos ese “territorio” de nuestra verdadera identidad, será imposible superar la crisis adecuadamente. Porque de ella no se sale a fuerza de voluntarismo, sino gracias a la comprensión de quienes somos y, en consecuencia, desapropiados de nuestro ego. Pues, como ha escrito John R. Price, “hasta que no trasciendas el ego, no podrás sino contribuir a la locura del mundo”.

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[1] Sobre toda esta cuestión, E. MARTÍNEZ LOZANO, Vida en plenitud. Apuntes para una espiritualidad transreligiosa, PPC, Madrid 32013.

Semana 19 de agosto: INTERIORIDAD Y MINDFULNESS

LA INTERIORIDAD,
UNA PROPUESTA MÁS ALLÁ DEL MINDFULNESS

Natalia Tirador (Ixileku) y Marta Digón (Camí Endins)
en camiendins 19 octubre 2016.

      La búsqueda de la trascendencia es connatural al ser humano; no se conoce época histórica en el que este anhelo profundo no haya acontecido. Durante siglos este anhelo ha tenido lugar en el marco de las religiones, donde se ofrecían los mapas para vehicular este acceso.

       Hoy vivimos en un momento de cambio de paradigma en la vivencia espiritual, o por lo menos muchos de nosotros lo sentimos así. Esto quiere decir que vivimos, más allá de las religiones, una posibilidad de acceso a las profundidades de nuestro ser, un marco que nos ha dejado de contener, el lenguaje religioso ya no nos expresa, la experiencia de vida interior ha desbordado el continente, y el contenido ha encontrado otras vías de acceso para entrar en nuestro interior. Es como si los zapatos de hace un tiempo, que nos servían para caminar en su momento, nos aprietan y necesitamos cambiar de calzado, aunque el recorrido sea el mismo. Las categorías religiosas de antaño ya no nos expresan, están obsoletas, y  necesitamos otras vías para acceder a nuestro interior.

     El mindfulness, como vía de acceso, posibilita este adentramiento desde el vivir con una actitud de atención plena y consciente en cada instante del día. Con la atención plena sacralizamos la vida ordinaria. En otro tiempo habría que retirarse del mundo para acceder a lo sagrado; en la dualidad el mundo estaba lleno de ruido y repleto de mensajes morales para llegar a un perfeccionamiento. Ahora entendemos que es todo uno, y que lo sagrado es la vida misma, que todo está contenido por lo que es, y que nada puede quedar fuera. No hay que salir al exterior de nosotros mismos para encontrar aquello que ya tenemos dentro. Este matiz sutil conduce a una praxis radicalmente diferente, nuestra vida entera pasa a ser toda ella sagrada, la presencia activada con la atención consciente del devenir de cada instante, nos conduce a ese espacio de paz que llamamos conciencia, o la vida  que nos vive, que sería la misma única cosa.

      La física cuántica, como otra vía de acceso, nos dice que creamos la realidad con la observación y la atención consciente nos permite acceder a ese instante con todo nuestro ser, y entonces el instante se transforma en plenitud.

      Al vivir en una realidad fractal sabemos que la parte contiene el todo, y entonces entendemos que en la minúscula porción del instante se juega la totalidad de nuestra existencia; cada instante empieza y acaba en una realidad única; ya no hay que esperar en consecuencia, al futuro para realizarse. Todo acontece en lo que ya está aconteciendo de manera perfecta en la totalidad de nuestra presencia activada.

     El mindfulness nos invita al cuidado de cada minúscula porción: estoy donde estoy en el instante mismo que está ocurriendo, y lo manifiesto en la manera de comer, andar, acariciar, escuchar, lavarme, mirar y amar…

       Pero el mindfulness no es un atender por atender, no se trata de estar atento porque estamos distraídos y tampoco recurrimos a ello para estar más relajados o ser más eficientes. Se trata de acceder a ese espacio diáfano, abierto, inmenso, innombrable, inabarcable que nos vive y nos contiene a todos, que es el Amor.

      Con la atención constante observamos aquellos obstáculos, apegos, heridas…, que tiene el psicocuerpo y que a menudo interfieren en la expresión de ese amor. La observación y autoindagación sutil de lo que nos acontece por dentro, nos permiten explorar e investigar constantemente qué es eso de ser humanos, que no sabemos…. Es ir respondiendo a la pregunta: ¿quién soy yo? En esta autoindagación no se trata de realizar ningún tipo de análisis; al contrario, es ir desprendiéndose de capas e identidades que hemos ido creando y que ocultan nuestra esencia amorosa.

      La observación es transformadora en sí misma, no hay que hacer nada con lo observado, ni terapeutizarlo, ni trabajarlo, ni rechazarlo, ni juzgarlo, ni compararlo, ni psicologizarlo…. Es más bien un “no hacer”, solo observar, porque la alquimia se produce en otro plano, y ese otro plano es transpersonal, transracional, transmental….

      La verdadera transformación la opera la conciencia, la vida que nos vive. Ella sabe qué ir haciendo en nosotros para que vayamos siendo; solo nos tenemos que dejar. Es en esa rendición activa donde se produce todo lo que necesitamos para ser. Se da de forma natural, porque en realidad no hay separación alguna, podemos pelearnos constantemente con lo que es, o sencillamente fluir con lo que ya está siendo.

      La rendición no es un acto cobarde –al contrario, es el paso consciente más valiente que podemos dar- y tampoco es resignación o pereza. Es sencillamente quitarse de en medio para que surja la sabiduría que posee todo ser humano en lo más hondo de sí mismo; es dejar que la vida campee a sus anchas, sin interferencias, cada vez más  ella en nosotros, para que al final no quede nada de nosotros, y quede solo ella siendo, que es nuestro verdadero ser.

       El oleaje de la vida, si no ponemos atención en ello, nos puede llevar a lugares revueltos y a veces indeseados. Contemplar ese oleaje puede ser un ejercicio de mindfulness, de observación consciente y de profunda transformación para nuestro ego. Pero si queremos ir al fondo del mar, hemos de cambiar de nivel, y ese está más allá… Ese lugar es la interioridad y carece de ego, es lo que llamamos la Conciencia. Y en ese lugar reposa el Ser.