Semana 8 de abril: SOLEDAD / PLENITUD

EN TORNO AL «PROBLEMA DEL MAL»

8. Soledad / Plenitud

La vulnerabilidad trae de la mano la soledad. No es raro que se reactiven ahí –en los acontecimientos dolorosos– experiencias de soledad muy antiguas, de las que incluso no tenemos recuerdo. Y se intensifican al ser consciente de que, en estas circunstancias, tú solo no puedes hacer nada. De esa manera, la soledad refuerza la vulnerabilidad y, si no se detiene la mente pensante, introduce en laberintos sin salida, que resultan cada vez más ennegrecidos por la dramatización mental apoyada en sentimientos densos y oscuros.

     La soledad sabe a aislamiento y abandono. En el niño puede provocar una sensación de no-pertenencia a nada ni a nadie, lo cual lo aboca a la vivencia de un aislamiento sumamente doloroso. Parece que a un niño no le hace tanto daño el dolor que pueda experimentar, cuanto el hecho de sufrirlo en soledad.

    No es extraño que la soledad se anude a otros sentimientos, como la frustración, el desconcierto, la impotencia…, hasta producirse una tela de araña de la que parezca imposible escapar.

      En esas circunstancias, resulta impagable el apoyo o la cercanía de alguien que te comprende desde dentro, te acoge y te ayuda. Sin duda, el mayor regalo que podemos recibir –y que podemos ofrecer– es la presencia de calidad de quien está a nuestro lado.

     Pero, aun siendo un regalo precioso, no es suficiente. Por nuestra parte, el sentimiento de soledad está reclamando una presencia consciente y amorosa a nosotros mismos. Necesitamos conectar con el amor que somos y, con él, abrazar al yo que está experimentado soledad.

     Progresivamente, en la medida en podamos acogernos de manera amorosa y comprensiva, crecerá en nosotros la consciencia de que no somos el sentimiento doloroso, ni el yo que lo padece, sino la Presencia amorosa capaz de atenderlo y de acogerlo. Y esa Presencia es Plenitud.

     Frente a circunstancias dolorosas para el yo y ante cualquier tipo de crisis, la sabiduría consiste en aprender a vivirlas desde la Plenitud que somos. A tenor de dónde esté situado –en el yo o en la Plenitud–, la lectura que haga de lo que ha ocurrido variará decisivamente.

     Ante aquella circunstancia (caída) que dio origen a todo lo que estoy compartiendo, desde el yo no podía ver otra cosa que dolor, desconcierto, frustración, impotencia e incluso auto-reproche.

      El regalo fue que podía leer todos esos sentimientos como una alerta indicadora de que me hallaba en un “lugar” equivocado. Desde ese lugar (el yo) no cabía otra lectura. Sin embargo, al re-situarme en la Plenitud que somos, caía incluso la necesidad de saber. Solo había aceptación profunda, rendición, “sí” a la Vida en la consciencia de ser uno con ella, confianza y gratitud.

     ¿Quién necesita saber?, ¿quién tiene necesidad de controlar?, ¿quién querría que las cosas fueran diferentes de lo que son?… La respuesta a todo ese tipo de preguntas es siempre la misma: el (inexistente) yo. Acallado el yo –silenciada la mente–, cesan las preguntas; la Plenitud lo ocupa todo. Y no queda otra actitud que aquella que, de manera sublime, describió san Juan de la Cruz: “Quedéme y olvidéme, / el rostro recliné sobre el Amado, / cesó todo y dejéme, / dejando mi cuidado / entre las azucenas olvidado”.

Semana 8 de abril: PARA PRACTICAR MINDFULNESS

7 ACTITUDES MENTALES PARA PODER PRACTICAR MINDFULNESS

 El mindfulness o conciencia plena nos enseña a sentir y disfrutar de cada momento, sin poner ese piloto automático que nos hace realizar nuestras acciones cotidianas sin pensar.

Fuente: https://mejorconsalud.com/7-actitudes-mentales-poder-practicar-mindfulness/

Practicar mindfulness puede parecer algo sencillo, sin embargo puede ser todo un reto para muchas personas.

Y es que no solo es necesaria la capacidad de poder estar quieto y en silencio. También debemos aprender a apartar determinadas actitudes mentales que enturbian nuestro pensamiento.

Tendemos a vivir siempre pensando en muchas cosas al mismo tiempo. En cambio, el mindfulness te enseña a pararte y observar todos y cada uno de los pensamientos que asoman por tu mente.

Hoy descubriremos las 7 actitudes mentales necesarias para poder practicar mindfulness correctamente y así conseguir los resultados buscados.

  1. No existe un “yo”

Tendemos a utilizar los pronombres personales con relativa facilidad “yo soy así”, “esto es mío”. No obstante, en el mindfulness es necesario dejarlos a un lado. Los pronombres personales nos sugieren apego. Sin embargo, en el momento en el que empezamos a concebirnos como algo más grande, que forma parte del mundo, aquella actitud mental se tambalea, y nos entra el miedo y la ansiedad.

  1. Juzgar está prohibido

Si nos detuviésemos un momento a analizar verdaderamente nuestro día a día, nos daríamos cuenta de que juzgamos sin darnos cuenta. Es más, muchas veces justificamos bajo una “opinión” lo que en realidad es un juicio. En el mindfulness no se concibe la crítica ni hacia los demás ni hacia uno mismo. Cuando observamos nuestros pensamientos, tan solo los observamos, pero no los juzgamos. De esta manera, dejamos de posicionarnos entre lo que está bien o mal y empezamos a ver las cosas tal y como son.

  1. La paciencia es primordial

Es imprescindible practicar cada día mindfulness. No obstante, esto no quiere decir que deba hacerse deprisa, corriendo y de malas maneras, pues la paciencia es primordial. Aunque sean 5 minutos al día, tenemos que detenernos de verdad y ser conscientes del momento presente. Esto no lo haremos con el objetivo de “cumplir con ese día más de mindfulness”, sino porque en verdad estamos comprometidos con esta práctica.

  1. La curiosidad abre muchas puertas

Esta es una de las actitudes mentales que tenemos de pequeños, pero que perdemos cuando nos convertimos en adultos. La curiosidad puede abrirnos muchas puertas, sobre todo practicando mindfulness. Dejar a un lado el miedo al evadirse de todo, al no pensar en nada, al observar sin juzgar… Sentir esa sed de curiosidad que nos lleve a ir más allá, a explorar nuestros límites con respecto a esta práctica, será muy enriquecedor.

  1. Confiar en los instintos

¿En qué momento empezamos a dejarnos llevar solo por nuestra mente racional y abandonamos nuestros instintos? El equilibrio entre estos dos elementos es esencial, por eso tenemos que educarnos de nuevo para confiar otra vez en nuestro “sexto sentido.

  • Al principio puede ser complicado, pues conectaremos con nuestras emociones.
  • No obstante, no darles la espalda, mirarlas, comprenderlas e identificar el camino que nos están señalando no hará abrir los ojos ante la realidad que experimentamos.
  1. El abandono de los apegos

En la primera de las actitudes mentales para practicar mindfulness hablábamos sobre la importancia de derrocar al “yo” y al “mío”. No obstante, esto va más allá.

  • Hay que dejar de apegarse a lo material, a las personas, incluso a los pensamientos.
  • Tenemos una necesidad imperante de pertenecer a un grupo, de adquirir riquezas, de saber qué pensamos en realidad.
  • Sin embargo, es importante aprender a fluir, pues todo cambia: las relaciones, las cosas, incluso nuestras formas de pensar, con el tiempo, cambian.
  1. Mostrar gratitud

Dar las gracias no es solo una fórmula para ser dicha, sino para ser sentida. Debemos sentirnos agradecidos por ese agua caliente con la que podemos ducharnos cada mañana, esa deliciosa comida que nos espera en la mesa o ese abrazo que nos ha dado nuestra madre. Sentir verdadera gratitud por poder estar vivo, hacer lo que nos gusta, tenerlo todo… ¿Alguna vez nos hemos parado a pensar en todo esto?

Para practicar mindfulness es necesario desprendernos del piloto automático y empezar a estar agradecidos por todo en el momento presente. Hasta por aquello que consideramos más nimio.

Semana 1 de abril: IMPOTENCIA / FLUIR

EN TORNO AL «PROBLEMA DEL MAL»

7. Impotencia / Fluir

      El yo busca el “sentimiento de omnipotencia” porque lo necesita, tanto para reafirmarse en su sensación de existencia, como para mantener la creencia de que es él quien controla y dirige lo que sucede. Si a eso le añadimos que, mientras lo siente, mantiene alejada la frustración, podremos comprender el valor que representa.

      Se trata, incluso, de algo que todos hemos vivido y con lo que hemos soñado en nuestra infancia, tal como supo verlo Freud al hablar del “sentimiento infantil de omnipotencia” que, más tarde, se proyectará en la figura del padre y después, tal vez, en alguna otra persona, grupo o incluso en una deidad. El ser humano prefiere mantenerlo de cualquier manera, antes que renunciar a él.

      Sin embargo, antes o después, la vida se encargará de sacarnos del sueño o engaño –esa es la función de los des-engaños, en cualquiera de las dimensiones de nuestra existencia- y habremos de topar con la realidad, es decir, con nuestra impotencia.

     La impotencia conlleva el reconocimiento de los propios límites y carencias y la necesidad de los otros para salir adelante. Así, nos baja del pedestal que nuestra fantasía había construido, nos muestra la falacia de la idea de omnipotencia que nos habíamos forjado y nos invita a soltar las riendas y abandonar el control. Soltamos las riendas porque comprendemos que nunca habían estado conectadas a nada, excepto en nuestro sueño ilusorio; abandonamos el control, porque sabemos que no controlamos absolutamente nada. No hay un yo separado que lleve las riendas, ni que controle, ni que haga algo. No existe tal cosa como un “yo hacedor”.

     Bien leído, el sentimiento de impotencia es capaz de conducirnos a nuestra verdad: no somos el yo separado que se creía poderoso, sino la totalidad que fluye constantemente en las formas y que se manifiesta también en esto que llamamos “yo”.

     Ese reconocimiento nos hace pasar de controlar a fluir. Soltamos la tensión y nos abandonamos a la sabiduría mayor que rige todo el proceso, cuyo desarrollo nuestra mente limitada es incapaz de captar. Al comprenderlo, nos anclamos en la verdad de lo que somos y experimentamos, ahora sí, la libertad.

     La totalidad se manifiesta en la forma de una inmensa corriente que fluye con sabiduría. La persona, antes de la comprensión, es como un remolino que hubiera olvidado que es agua, y se empeñara en controlar las circunstancias para no perder su forma retorcida. La fuerza de los hechos podrá hacerle ver que no es el remolino que pensaba ser, sino la misma agua que ha tomado una forma concreta. Mientras se creía remolino, alardeaba de control y de libertad. Pero era solo un espejismo pasajero. Al reconocerse como agua, recupera la libertad.

    ¿Río o remolino? Los humanos somos paradójicos: participamos de ese “doble nivel”: totalidad y forma limitada, identidad y personalidad, consciencia y yo… ¿Cómo vivirlo con sabiduría? Los filósofos estoicos nos dejaron una clave que me parece profundamente sabia: distinguir lo que depende de nosotros y lo que no depende nosotros. En esto último no tenemos nada que hacer, pero al mismo tiempo, lo que no depende de nosotros no puede dañar lo que somos en lo más profundo, porque afectará únicamente a la forma (persona) que tenemos. Nuestra capacidad de maniobra queda limitada a lo que depende de nosotros. Y eso no es otra cosa que nuestra mente, es decir, el modo como interpretamos todo lo que nos sucede. Lo cual encierra un certero mensaje: lo decisivo –también en las crisis– no es lo que nos ocurre, sino cómo interpretamos lo que nos ocurre. Mientras crea ser un yo separado, será imposible superar la sensación de impotencia y abandonar el control; cuando, por el contrario, comprenda que soy uno con todo, mi existencia se convertirá en un canto a la Vida, en la que me dejaré fluir, consciente de ser uno con ella.

Semana 1 de abril: UN TEXTO TAOÍSTA

Hua Hu Ching, atribuido a Lao Tzé.

 Las palabras nunca pueden portar en sí mismas la belleza de un árbol; para comprenderlo, debes verlo con tus propios ojos.

El lenguaje no puede captar la melodía de una canción; para comprenderla debes oírla con tus propios oídos.

Lo mismo ocurre con el Tao: la única forma de entenderlo es experimentándolo directamente. La verdad sutil del universo es inexpresable e impensable.

Por ello, las enseñanzas supremas son sin palabras.

Mis propias palabras no son la medicina, sino una receta; no un destino, sino un mapa para que lo alcances.

Cuando llegues allí, silencia tu mente y cierra tu boca.

No analices el Tao. Esfuérzate, por el contrario, en vivirlo: en silencio, sin división, con todo tu armonioso ser.

Cualquier infelicidad es creada por la actividad de la mente.

¿Puedes abandonar palabras e ideas, actitudes y expectativas?

¿Puedes permanecer en calma y mirar dentro? En este caso, verás que la verdad está siempre disponible, siempre sensible.