Semana 25 de febrero: EN TORNO AL «PROBLEMA DEL MAL» (II)

2. Cavilación / Silencio

Las consecuencias del golpe –en forma de dolor, paralización e inmovilidad– activan la cavilación que se traduce en infinidad de preguntas, que no hallarán nunca respuesta: ¿por qué ha ocurrido esto?, ¿por qué no hice…?. ¿por qué no dejé de hacer…?, ¿por qué…? La mente carece de respuesta; la única salida pasa por el silencio, que te hace reconocer que no hay nada que contestar.

          Dice Mario Alonso Puig que hay preguntas que sanan y preguntas que enferman. Entre estas últimas, la más nociva es “¿por qué?”. El motivo es que, al no poder encontrar respuesta, la mente se enreda en un bucle que no acaba y no tiene salida.

          Si no estamos atentos, la mente se convierte en una fábrica de preocupaciones. A partir de algún aspecto concreto, es capaz de construir escenarios imaginados, que no harán sino incrementar el sufrimiento y alejarnos de la actitud adecuada.

          Estar atentos, en este contexto, significa observar la mente desde una distancia liberadora. La mente observada, a diferencia de la mente pensante o cavilosa, es una herramienta siempre valiosa a nuestro servicio; la mente no observada se erige automáticamente en dueña de la situación, convirtiéndonos en marionetas que mueve a su antojo.

          Para salir de la mente que cavila se requiere, como acabo de decir, tomar distancia de ella, lo cual implica situarse detrás de los pensamientos. ¿En qué “lugar”? En la consciencia o atención desnuda, capaz de atender todo lo que aparece sin juicio y sin etiquetaciones mentales. Desde ahí se observan todos los contenidos que aparecen –pensamientos, sentimientos, emociones, reacciones…–, pero sin dejarse atrapar, porque comprendes que estás más allá de todos ellos.

          Esa misma práctica nos lleva a experimentar cada vez con mayor hondura y nitidez la diferencia radical que existe entre la mente y la consciencia. Tenemos mente, que podemos observar en todo momento, porque estamos anclados “a distancia” de ella, en la consciencia que somos. La mente es una herramienta; la consciencia es nuestra “casa”, nuestra verdadera y última identidad.

        La observación de la mente se hace desde el silencio y nos ancla en él. Lo cual significa que, frente a la trampa de la cavilación, lo acertado es descansar en la mente-que-no-sabe y, de nuevo, rendirse a lo que hay. El silencio no solo acalla la mente –si bien, de forma intermitente, con menor o mayor intensidad, reaparece una y otra vez la cavilación, rumiación o incluso dramatización en torno a lo sucedido–, sino que te conduce a otro lugar, que es pura espaciosidad sin límite, pura Presencia que acoge todo y que no es afectada por nada. El oleaje puede llegar a ser intenso por momentos, se incrementa cuando la mente va por su cuenta –y también eso forma parte de nuestra condición–, pero es acogido, sin “discutir” con él, en el estado de presencia. También en este punto, con respecto a esta nueva paradoja, cabe decir lo mismo: cavilación es lo que tenemos; Silencio es lo que somos.

Semana 25 de febrero: EL ALGORITMO DE LA FELICIDAD

El secreto de un alto directivo de Google.

 Un ingeniero informático asegura que ha encontrado una fórmula lógica y fiable que permite olvidar la infelicidad y que se basa en que de niños «ya venimos predeterminados a estar bien».

https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2018-02-15/google-felicidad-autoayuda-libros_1521949/

               Mo Gawdat (El Cairo, Egipto, 1967) trabajaba hasta el pasado viernes como ‘chief business officer’ de Google X. Desde ese día pasó a ser el orgulloso responsable de 1.000 millones de personas felices «en todo el mundo». Autor de ‘El algoritmo de la felicidad’ (Zenith, 2018), sostiene que ha inventado un método científico basado en un algoritmo para ser feliz y que ahora su misión es compartir la buena nueva con todo el mundo. Este ingeniero, responsable en Dubái del gigante de la tecnología durante muchos años, sufrió una terrible tragedia familiar en 2014: su hijo Ali murió con 21 años por una negligencia médica. Gawdat escribió su libro en los 17 días posteriores al fallecimiento en una suerte de exorcismo del dolor. Además, este directivo ha sido uno de los principales responsables del área de investigación más arriesgada e innovadora de la compañía estadounidense, su división X.

PREGUNTA. ¿Es fácil pasar de ser un directivo e ingeniero puntero de una empresa como Google a un gurú de la felicidad?

RESPUESTA. [Primero se oye una risa más o menos sincera a través del teléfono]. ¡Yo no soy un gurú de la felicidad! Soy como cualquier persona. Voy al trabajo cada día, tengo problemas cotidianos en el entorno laboral y en el familiar, y eso me hace una persona exactamente igual que aquellos los que quiero que llegue mi mensaje. La felicidad no necesita de ningún gurú. Precisamente, mi tesis principal es que ya somos felices por defecto, por configuración predeterminada. Después vamos siendo infelices por distintos motivos y la manera de afrontarlo y resolverlo es comprenderlo.

 P. Pero entonces, ¿qué es lo nuevo que usted aporta, qué hay en su algoritmo que no estuviese ya dicho antes?

R. Hay dos cosas nuevas. Una es la que ya le he dicho de que los niños nacen y crecen felices sin tener que ir a buscar la felicidad en ninguna parte: ya la tienen consigo. Tú debes de tener un impacto sobre la vida y ser feliz, pero no es que debas hacer nada concreto como si fuera un peaje doloroso para luego alcanzar ese estado de gracia. Ese es el truco, si piensas eso no podrás estar bien. La otra cuestión novedosa es el toque que le doy de ingeniero. Una visión lógica y analítica. La vida nos pone frente a retos que nos pueden hacer infelices, pero mi regla es que no necesitamos un experto que arregle una máquina que se ha estropeado, sino que nosotros mismos podemos resetearnos porque nuestro estado original es el de la felicidad. Para entender esto hay que tener una visión lógica.

P. ¿No cree que es un poco arriesgado aplicar fórmulas universales a problemas muy subjetivos?

R. En este caso, todo el mundo es igual. Cuando se trata de hablar de la felicidad, todos somos lo mismo. Si alguien tiene la gripe, sabe cómo hay que curarse. O si está haciendo ejercicio para adelgazar. Sabemos que hay ciertas acciones que nos llevarán a ciertos resultados, y eso es lo que yo aplico a la felicidad. Los algoritmos son predecibles. Hay que seguir la fórmula.

 P. Ya. ¿Y cuál es la fórmula?

R. La ecuación entre expectativas y realidades debe estar ajustada. La emoción de aguardar un acontecimiento que no se cumple nos crea ese sentimiento de infelicidad, y no es lo que la vida nos ha entregado en origen.

 P.  ¿Y cómo se inhibe el deseo para que no haya expectativa y su consecuente decepción?

R. El deseo es lo que forma la expectativa. Por ejemplo, la nieve.

 P. ¿Cómo?

R. Sí, tú querías pasar el día al sol y se pone a nevar: te sientes mal y eres desdichado. Pero si cambias el chip y piensas que lo que querías era pasar un día jugando en la nieve, eres feliz. El acontecimiento no cambia, pero sí la perspectiva.

 P.  Da la impresión de que cierta filosofía de su antigua empresa, Google, está en esa idea de que la técnica puede resolver cualquier problema.

R. Sí, claro que me ha influido. Los ‘moonshots’ que hacíamos en X, que es solucionar un problema muy grande aplicando una solución nueva e innovadora. Ahora yo intento solventar el dela infelicidad. Lo cierto es que nunca se ha vivido mejor, sobre todo en los países desarrollados, y sin embargo una de cada cuatro personas está deprimida. También hay más suicidios que nunca.

Semana 18 de febrero: EN TORNO AL «PROBLEMA DEL MAL» (I)

1.  Una experiencia personal y la primera paradoja: Vulnerabilidad / Acogida

           La Vida ha querido que, en los días en que estaba preparando este escrito sobre el “problema” del mal, para enviarlo en el Boletín semanal en varias entregas, tuviera una caída hacia atrás, con consecuencias muy dolorosas y, durante varios días, incapacitantes.

          La caída afectó a la columna, en la zona lumbar, una zona que ya con anterioridad había sufrido un accidente de coche y había sido intervenida de una hernia discal. Así que las noticias no eran “buenas»: el golpe había repercutido sobre un traumatismo anterior y en una columna afectada de “deterioro degenerativo”.

          ¿Qué estoy viviendo en este tiempo? Una profunda paradoja. De hecho, he querido relatar lo ocurrido para compartir, al empezar el escrito sobre el “mal”, algunas palabras –vehículos de sentimientos y actitudes– que se me han hecho particularmente presentes durante este tiempo de inmovilidad y convalecencia.

          Me ha llamado la atención que se hacían presentes en forma de polaridades, como paradojas. Y entre ellas, las que más destacan son las siguientes: vulnerabilidad / acogida, cavilación / silencio, resistencia / aceptación, dependencia / gratitud, impermanencia / consistencia, frustración / paz, impotencia / fluir, soledad / plenitud, desconcierto / comprensión, yo / Testigo… Deseo referirme brevemente a cada uno de esos pares, y así lo iré haciendo a lo largo de las próximas semanas.

          La primera en aparecer fue la sensación de extrema vulnerabilidad: dolorido, inmóvil, incapacitado, era testigo de sentimientos de soledad, miedo difuso, angustia…, que aparecían en oleadas desde un lugar no del todo consciente. Frente a esa sensación, no cabía hacer nada, sino detener la mente y vivir un sentimiento profundo de acogida y compasión hacía mí mismo…, que abrazaba también a toda persona que, por diferentes motivos, se sintiera así de vulnerable. La vulnerabilidad te conduce al límite de todo, donde solo cabe la rendición a lo que es. Y, en el mismo rendirte, emerge la capacidad de acogida gratuita y de compasión amorosa hacia ti mismo y hacia todos los seres vulnerables.

          Como paradoja que es, por momentos emerge con más fuerza la vulnerabilidad; en otros, crece la acogida y la compasión, hasta ocupar todo el espacio. Personalmente, me parece bueno dejar vivir ambos polos, sin reprimirlos, hasta poder llegar a vivir conscientemente la vulnerabilidad desde la acogida.

          Ahora bien, siendo las “dos caras” de la misma realidad, no tienen la misma “sustancia”. Por decirlo brevemente: tenemos vulnerabilidad, pero somos acogida y compasión. Cualquier paradoja que pueda presentarse en nuestra existencia no es sino reflejo de la paradoja fundamental, fruto de los “dos niveles” que nos constituyen: la personalidad (el personaje, el yo) y la identidad (una y compartida con todos los seres).

          La primera es algo que tenemos –la forma concreta en la que nos experimentamos–; la segunda es lo que realmente somos. La sabiduría abraza ambos niveles invitando a vivir la personalidad desde la identidad. En este caso concreto –en la primera paradoja a la que he hecho alusión–, la acogida que soy abraza y sostiene a la vulnerabilidad que tengo.

Semana 18 de febrero: CANCIÓN DE AMOR PARA MÍ MISMO (J. Foster)

Tú eres aquel con quien me despierto cada mañana. Aquel con el que respiro, aquel cuyo latido siento como mío.

          Tú eres aquel con el que camino, aquel con el que hablo y canto, aquel que se queda conmigo en cada momento de despertar de cada día sagrado.

          Tú eres aquel con el que me enfermo, con el que lloro, aquel cuya ira y alegría y duda surge a través mío como fuego.

          Tú eres aquel con el que moriré, aquel a cuyos brazos regresaré. Tú eres aquel que veo en cada rostro, brillando a través de cada par de ojos, resplandeciendo a través de los silencios, los senderos de polvo y los espacios en el follaje.

          Tú eres mi constante compañía, mi hogar, mi razón, mi alegría, mi vida. No podemos ser separados, no podemos ser dos, e incluso “Uno” es demasiado para nosotros.

          Entono esta canción para mí mismo, desapareciendo en ella, y nunca estoy solo. 

Jeff Foster

Semana 11 de febrero: SUPERACIÓN DEL ETNOCENTRISMO

Cuando somos capaces de tomar distancia –la observación desapegada es principio de la sabiduría–, no es difícil apreciar la inconsistencia  e incluso el infantilismo que se esconde en cualquier actitud etnocéntrica.

          Frente a la ignorancia que nos mantiene enjaulados en “lo nuestro” –en la propia tribu-, es urgente reconocer (caer en la cuenta, comprender) que no somos una bandera, no somos una creencia, no somos un país, no somos nuestro pensamiento, no somos nuestro sentimiento, no somos el yoSomos la misma y única Plenitud que en todo se manifiesta y expresa. Y cada vez que busco afirmarme a través del contraste y de la contraposición con los otros, he caído en las redes del narcisismo y en la ignorancia radical que me desconecta de lo que realmente soy (somos).

          Es solo la ignorancia la que nos hace encerrarnos en nuestra “jaula” particular y creernos separados de los demás. Por eso mismo produce aún más tristeza comprobar que grandes corrientes ideológicas que presumen de “progresistas” confundan qué significa exactamente “progreso” y, creyendo avanzar, no hagan sino aferrarse a niveles de consciencia que tendrían que ser superados.

          Me parece una verdadera tragedia olvidar que la verdadera revolución es aquella que transforma nuestro “modo de ver”, sacándonos de la estrecha y encapsulada visión egoica y abriéndonos a la comprensión de la unidad que somos.

       La sabiduría invita a quitar fronteras, soltar banderas y dejar caer creencias. Al caer las creencias, nos abrimos a la verdad; al abandonar las banderas, es posible reconocer la misma y única realidad compartida; al quitar las fronteras, empezamos a habitar la misma y única “casa” que constituye nuestra identidad.

      ¿Significa esto una invitación a la resignación, la pasividad o la indolencia? ¿Hay que renunciar a la defensa de lo propio, quizás con frecuencia postergado, ignorado o incluso aplastado? En absoluto. Más allá del “mecanismo acción–reacción”, entre la reactividad egoica que separa y enfrenta y la claudicación que paraliza y aletarga, emerge el camino de la sabiduría que consiste en la defensa irrefrenable de lo propio desde la comprensión de que nuestro horizonte y nuestra meta es la unidad, porque esa es precisamente nuestra identidad. 

      El camino de la sabiduría no es un camino de autoafirmación narcisista –ese el camino del ego, individual y colectivo–, sino de apertura empática y reconocimiento de aquello que somos y que trasciende las diferencias. Porque, en definitiva, tal como afirmaba recientemente el que fuera vicepresidente del primer gobierno sandinista de Nicaragua Sergio Ramírez, premio Cervantes 2017, “la mayor revolución es ver el mundo como lo ve el otro”.