Semana 12 de noviembre: TODO PASA

Tú no eres nada de lo que pasa; eres “Eso” en lo que todo pasa.
Sabemos que todo es impermanente, porque hay “Algo” que es estable.
Todo pasa, porque hay “Algo” que no pasa.
Lo real no cambia; lo que cambia no es real.

Un estudiante fue hasta su profesor de meditación y le dijo:
̶ ¡Mi meditación es horrible! Me distraigo completamente, mis piernas me duelen, o estoy constantemente quedándome dormido. ¡Es horrible!
̶ Ya pasará-, dijo irónicamente el profesor.
Una semana después, el estudiante volvió hasta su profesor:
̶ Mi meditación va de maravillas. Me siento tan consciente, tan apacible, tan vivo… ¡Es maravilloso!
̶ Ya pasará-, contestó irónicamente el profesor.

Es bueno recordar que todo pasa. Las emociones no son permanentes. Hay momentos de alegría y momentos de tristeza. El camino es aceptarlo como parte de nuestra naturaleza.

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Cuenta una leyenda que hace muchos años, un Rey de un poderoso reino convocó a sus sabios y consejeros, y les dijo:
— He encargado a mis joyeros un precioso anillo, en el que deseo grabar una frase que me ayude e inspire en mis momentos desesperados. Una frase que me ayude a tomar decisiones. Una frase que me ayude cuando me sienta perdido. Una frase que me ayude a ser un Rey más justo, sabio y compasivo
Sus asesores y consejeros, los sabios más cultos del reino, se dispusieron a escribir las frases más extraordinarias. Pero el Rey las rechazaba. No le llegaban. No eran suficiente.
Como suele ocurrir en las leyendas, apareció, de no se sabe dónde, un anciano, humilde, pero que de algún modo transmitía seguridad y sabiduría. Le dijo:
— Majestad, ha llegado a mis oídos que busca una frase, la frase que le sirva en las situaciones complicadas de la vida.
— Efectivamente, contestó el Rey.
— ¿Crees que puedes ayudarme?
— Tengo la frase en este papel.
El Rey, raudo e impulsivo, se dispuso abrirlo; pero el anciano le dijo que no podía leerla hasta que estuviera en una situación desesperada. Sin saber muy bien por qué, pero sintiendo la certeza de que debía seguir el consejo del anciano, guardó el papel, y además le ofreció al anciano ser su acompañante.
Unas semanas más tarde, el Rey se vio metido en una gran emboscada. ¡Estaba desesperado! ¡Huía con su corte por el bosque, tratando de escapar de quienes le perseguían! Pararon en un claro, miró al anciano, que a su vez le miraba tranquilo y confiado, y recordó el papel. Lo sacó, lo leyó. Decía: “Esto también pasará”.
El desconcierto que sintió en un primer instante, poco a poco se transformó en calma y confianza. ¡Efectivamente! ¡Esto también pasará! El Rey estaba entusiasmado. Casi de manera automática respiró profundamente, aliviado.
— ¡Gracias, gracias!, le repetía una y otra vez al anciano. Esta es la clave. ¡Por fin!
A lo que el anciano respondió, sonriendo, lleno de amor y compasión: «Esto también pasará».

Aunque no lo creamos, aunque estemos en un el peor de los momentos, hemos de tener la certeza de que todo pasa. Lo único que permanece es el cambio, como dijo hace ya mucho tiempo el sabio griego. Todo pasa. Ese momento terrible pasa. Pero ese momento de extrema excitación y placer también pasa.
No existe el placer sin el dolor. Ni la alegría sin la tristeza. Ni el valor sin el miedo. Es la VIDA. La VIDA en la que TODO PASA, y por la que todo pasa.
Esto que tanto te preocupa ahora… también pasará… Y eso que tanto te gusta ahora… también pasará.

Y en todo momento recuerda:

 Tú no eres nada de lo que pasa; eres “Eso” en lo que todo pasa.
Sabemos que todo es impermanente, porque hay “Algo” que es estable.
Todo pasa, porque hay “Algo” que no pasa.
Lo real no cambia; lo que cambia no es real.

Semana 12 de noviembre: ANTE TODO LO QUE APARECE (Jeff Foster)

“La ley es simple. Cada experiencia se repite o se sufre hasta que la experimentas adecuada y completamente por primera vez” (Ben Okri).

Justo en el momento en que tenemos un encuentro con el enojo, con la tristeza, con el miedo, con la duda, con el dolor, en su estado puro, no filtrado y completamente natural; sin el intento de evitarlo, ni de adormecernos ante él, sin manipularlo de alguna forma, sin convertirlo en nuestro enemigo, ese ciclo del karma relacionado a ese aspecto en particular de la experiencia, se rompe.

Cuando hay resistencia hacia aquello que ya es, cuando se trata de evitar lo que surge en la vida, cuando se rechaza alguna experiencia, cuando uno rehúsa a convivir con ESTO tal y como es, ese enojo puro, natural, se solidifica como “mi enojo”, y nace entonces una (falsa) identidad. Ahora me identifico como “el que está enojado” (o “el que está frustrado” o “el miedoso”, y así sucesivamente.)  He olvidado que soy ese vasto espacio de consciencia en donde todas las sensaciones y sentimientos tienen el absoluto permiso de surgir. Olvidé que lo que realmente soy es, por naturaleza, algo no identificable e incapaz de juzgar…, ¡sin tener que “intentar” serlo! Olvido mi verdadera identidad como la vida misma. Olvido la vastedad y me identifico como una “cosa” muy limitada, un objeto dentro del tiempo y el espacio. Es aquí donde nace el karma. Y donde comienza la violencia.

La historia del karma, la historia de la causa y el efecto, es la historia de “este objeto o persona HIZO que me enojara”. Repito la historia una y otra vez, me la repito a mí y a los demás, a través de mis palabras y mis acciones. Estoy inconscientemente jugando el papel de “la persona enojada”, y a partir de ahí…, ¡voy por todos lados buscando cosas y personas con QUIEN enojarme! Árboles, autos, animales, palabras -cualquier cosa es buena-. Si no hubiera objetos o personas con QUIEN enojarme, ¿cómo podría yo reconocerme como “el enojado”? ¡Por eso creo que debo alimentar esa identidad! Me protejo a mí mismo de la muerte de esa identidad, proyectando mi enojo hacia todo y todos los que veo. Ahora viene hacia mí un momento eterno de enojo y así es como el ciclo comienza. Me identifico como una persona separada.

Años después, podría seguir regurgitando la misma historia, repitiendo la experiencia incansablemente, recordando la historia de “yo y mi enojo” y la justificación acerca de por qué estoy enojado, lo mal que todo salió, lo horrible o terrible que tal o cual persona hizo. Puedo repetir esto a mis hijos, y ellos lo repetirán a sus hijos, y la identificación pasará a través de las generaciones, y el círculo del prejuicio y la violencia se mantendrá intacto. Ese es el verdadero significado de la reencarnación. Y todo esto continúa hasta que el ciclo se rompe, en el momento, a través de la profunda aceptación de lo que surge. 

El Amor, en el sentido profundo de la palabra, destruye el karma.

En la absoluta aceptación, esa energía pura de vida que llamamos “enojo” (o miedo, o dolor…) es aceptada profundamente conforme surge en el momento, y es reconocida como yo mismo. Esa sensación natural está profundamente admitida aquí para que viva su breve existencia y muera a su debido tiempo. La etiqueta “enojo” ni siquiera tiene la necesidad de surgir, ya que ninguna etiqueta es necesaria en el misterio de esto. Y estas etiquetas, si es que llegan a surgir, son también bienvenidas como parte del misterio. La sensación es bienvenida, y tiene permiso de estar, y permiso de pasar con su propia dulce forma. La intensidad de la vida se recibe con un bello abrazo.

Los pensamientos, sensaciones y sentimientos surgen en el océano que somos, los “hijos” de la consciencia, como yo les llamo -sí, ¡la consciencia es el padre supremo!-, no se abortan, no se les aplica la eutanasia, no son negados. Se les honra. Se les conoce en presencia. Nunca se convierten en enemigos. Y así, nunca nos identificamos como seres limitados. “El enojado” jamás nace -solo hay un momento de enojo-. “El frustrado” nunca tiene por qué surgir -solo surge un momento de frustración-. “La víctima del dolor” jamás tiene la oportunidad de echar sus raíces -hay solo esa fuerte sensación a la que llamamos “dolor”-. Y todas esas olas surgen y se disuelven en el vasto océano que somos, nunca se vuelven “permanentes”. “El herido” se reconoce ahora por la imagen transitoria que realmente es. “La víctima” es solo una historia, aquí en la vastedad que eres. El recuerdo de esta vastedad -que es la vastedad que nos compone a todos- reverbera a través de las generaciones. 

El karma nunca se crea y, tampoco se transmite. Tú no te relacionas con tus seres amados como “la persona enojada” o “el herido” o “el temeroso”, sino como la vastedad ilimitada en donde la ira, el miedo, el dolor, la duda, en donde toda energía es profundamente permitida a surgir y caer. Sanándote a ti mismo de una identificación errónea, otros sanarán automáticamente gracias a “ti”. El karma ya no se “genera” y así, el ciclo se rompe.

Un momento presente no es solo un momento presente. Es precioso y sagrado y está preñado de potencial. Es una invitación para liberar a tus seres queridos de “ti”, ahora y en las generaciones futuras al dejar de participar en la creación del karma. Liberándote a ti de esa manera, liberas al universo para siempre.

Jeff Foster.

Semana 5 de noviembre: EL YO Y LOS SENTIMIENTOS (y III)

Decía en la entrega anterior que los sentimientos son moralmente neutros. Sin embargo, eso no niega que, al menos desde una perspectiva pedagógica, reconozcamos sentimientos “constructivos” y “destructivos”: el amor, la alegría, la paz, la solidaridad, la compasión… formarían parte del primer grupo; el odio, la apatía, la tristeza, el malestar, el egocentrismo… se incluirían en el segundo.

          Esa clasificación tiene una finalidad pedagógica, porque nos ayuda a ver que el tratamiento que corresponde a cada uno de esos grupos ha de ser diferente.

          En el caso de los sentimientos que hemos llamado “constructivos”, se trata de reconocerlos como reflejo de nuestra verdadera identidad: amor, alegría, paz, solidaridad, compasión…, es lo que somos. Por tanto, cuando tales sentimientos se despiertan o afloran, lo adecuado es permitirnos sentirlos conscientemente e impregnarnos de ellos, sin apropiación, reconociendo que brotan de lo que –más allá de nuestro psiquismo- realmente somos.

          En el caso de los sentimientos denominados “destructivos” –aunque en realidad, hablando con rigor, únicamente es destructiva la actitud que lleva a identificarse con (o reducirse a) ellos-, los pasos a realizar serían los siguientes:

  • identificarlos, nombrarlos, verbalizarlos,
  • dejarse sentirlos,
  • aceptarlos,
  • no reducirse a ellos,
  • comprender (descifrar) de dónde vienen,
  • acogerse a sí mismo/a desde un amor incondicional
  • y vivirlos desde la identidad profunda.

          Con esas claves, se puede favorecer y potenciar el crecimiento psicológico. Porque solo el contacto con los propios sentimientos permite habitarse a sí mismo/a y vivir en el presente.

          La lejanía del propio cuerpo y de los propios sentimientos implica distancia de sí y, en último término, distancia de la vida. Es cierto que la lejanía empezó como una huida, y siempre que esta se produjo es porque hubo miedo: el miedo es lo que nos hizo (hace) huir.

          Por eso, tendremos que encontrar el modo de “mirar de frente” al miedo –o a cualquier sentimiento del que hemos tendido a alejarnos-, si queremos vivir conectados con nosotros mismos y con la Vida que constituye, en último término, nuestra identidad más profunda.

          Y en ese camino, cualquiera puede experimentar –como han enseñado todas las grandes tradiciones espirituales- que es el cuerpo la gran puerta que nos trae al presente. Ejercitarnos en sentir el cuerpo –o en vivir la respiración consciente- es una de las herramientas más eficaces para “volver a casa”.

          La conclusión parece clara: ante cualquier cavilación mental o rumiación (con el consiguiente peligro de identificarte con los sentimientos y reducirte a ellos), ante cualquier tendencia a huir (con el consiguiente peligro de represión y rigidez), párate: siente lo que hay, sin dar vueltas, sin contarte “historias mentales”…, o lleva la atención a la respiración.

          Acoge el sentimiento que sea, acéptalo, “míralo a los ojos”, permitiéndole estar en tu campo de consciencia, pero sin olvidar en ningún momento quién eres. Consciente de que ese sentimiento no da ni quita nada a tu verdadera identidad: quien realmente eres está siempre a salvo.

          Y observa que, tras cualquier malestar, siempre hay un pensamiento erróneo que te estás creyendo, y al que le estás dando poder sobre ti. Por eso, al mismo tiempo que te acoges con el sentimiento doloroso, pregúntate qué pensamiento ocupa tu mente. Descúbrelo y atrévete a decirle: “eres solo un pensamiento; no tienes más poder que el que te da mi propia creencia; no eres real, así que dejo de creer en ti”.

          Para verificar el cambio, advierte cómo te sientes cuando quitas ese pensamiento. Y, apoyado en una atención desnuda de pensamientos, permítete descansar en lo que es.

Semana 5 de noviembre: LA VIDA…

No es posible escapar de la Vida.

Nadie puede concebirla como algo “Otro”, distinto del mundo y de sí mismo. Somos la Vida. O, más propiamente, Ella nos es.

No hay que demostrarla; su realidad no precisa ser objeto de sesudas discusiones filosóficas ni de disputas teológicas.

Nadie puede negarla, porque es la misma esencia y realidad de quien la niega. Si no puede ser conocida como un objeto, no es por su lejanía o extrañeza, sino por su absoluta cercanía. ¿Cómo puede el pensamiento comprender Aquello que piensa en él? ¿Cómo el ojo puede ver Aquello que ve a través de todos los ojos y que posibilita y sostiene la visión?…

No es un Ideal supremo que alcanzar, porque todo está permeado por Ella; y Ella, a su vez, no tiene más fin que Sí misma.

No puede ser objeto de un credo, porque lo más evidente y directo no precisa ser objeto de fe.

No requiere de ritos que mendiguen su atención, porque nuestro rito y nuestra petición son ya de hecho una manifestación de la Vida. El único ritual que le es acorde es aquel que la celebra y que, al hacerlo, permite comprender Su íntimo sentido, porque la Vida es una constante celebración de Sí misma.

La Vida no es lo sagrado frente a lo mundano o lo profano, porque la Vida es todo y es indisociable de sus manifestaciones. El vuelo de un ave es sagrado si se sabe ver en él una expresión de la Vida. Una brizna de hierba también lo es, porque su esencia, el Tao, es inmortal. Y no es más sagrado un templo que la intimidad de nuestro dormitorio, la calle por la que diariamente transitamos o un valle sesteando al Sol, siempre que se comprenda que todos esos espacios son símbolos del único Espacio en el que todo acontece: la Vida.

Mónica CAVALLÉ.