Semana 16 de julio: OBSERVAR LA MENTE

La mujer que aparece en esta imagen muestra una ligera sonrisa en su rostro. En realidad, simplemente está observando las travesuras de su mente, sin juzgar, sin tratar de detenerlas, sin identificarse; simplemente las observa, como si se tratara del tráfico en una carretera, o de las ondas en la superficie de un pozo. Y las travesuras de la mente resultan, incluso, algo divertidas: saltan arriba y abajo y dan vueltas de mil maneras tratando de captar tu atención y de meterte en el juego. Desarrollar el don de desapegarse de la mente es una de las bendiciones más grandes que hay. Realmente es el meollo de la meditación. No se trata de cantar un mantra o de repetir una afirmación, sino simplemente de observar, como si la mente perteneciera a alguien diferente. Ahora estás listo para tomar esa distancia y observar el espectáculo sin quedarte atrapado en él. Abandónate a la simple libertad de ir “hacia dentro” cada vez que puedas e irás pillando el “tranquillo” a la meditación, cada vez más y mejor.

         Ir hacia dentro no es para nada cambiar de dirección. Ir hacia dentro no es para nada un “ir”. Ir hacia dentro simplemente significa que has estado corriendo detrás de este y aquel deseo, corriendo y corriendo, y una vez tras otra has llegado a la frustración; que cada deseo trae desdicha, que no hay plenitud a través de él, que nunca llegas a ninguna parte, que la satisfacción es imposible. Al ver esta verdad, que correr tras los deseos no te lleva a ninguna parte, te detienes. No se trata de que hagas ningún esfuerzo para detenerte. Si haces algún esfuerzo para detenerte, vuelves otra vez a correr. De una forma sutil aún estás deseando: quizás ahora lo que deseas es no desear.

         Si estás haciendo algún esfuerzo para ir hacia dentro, aún estás yendo fuera. Cualquier esfuerzo solo puede llevarte hacia fuera, al exterior.

         ¿Cómo puedes tener un viaje hacia dentro? Ya estás ahí, no tiene sentido ir. Cuando el ir se detiene, los viajes desaparecen; cuando los deseos ya no ensombrecen tu mente, estás dentro; esto es lo que se llama ir hacia dentro, pero no es un ir en absoluto, es simplemente no salir.

OSHO

Semana 9 de julio: LA CIENCIA Y LOS CIENTÍFICOS (II)

LA CIENCIA ES SABIDURÍA; LOS CIENTÍFICOS A VECES SON DOGMÁTICOS

II

        El dogmatismo –como la intolerancia- es una actitud que acecha constantemente a los humanos, hambrientos de seguridad. A falta de aquella seguridad que nace de la comprensión de lo que somos, es prácticamente inevitable que se proyecte a las propias “creencias” o ideas, a las que se identifica con “la verdad”.

        Tal fenómeno ha sido una constante en las religiones instituidas que, creyéndose en posesión de la verdad, descalificaban a todo disidente. Así nacieron, por ejemplo, en la Iglesia, el “Índice de libros prohibidos” o las listas de herejes cuyas opiniones eran condenadas en su integridad.

     Sin embargo, ese “tic” no es exclusivo de las religiones. Aparece en científicos fundamentalistas que hacen de la ciencia una pseudo-religión para, desde ahí, dedicarse a condenar, sin matices, todo aquello que no se corresponde con sus propios presupuestos.

        Es lo que puede apreciarse en la lista elaborada por la “Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas” (APETP), en la que se enumeran más de setenta y cinco –así etiquetadas- “terapias pseudocientíficas”, y que según ellos van de la acupuntura a la sonoterapia, incluyendo igualmente al ayurveda o el psicoanálisis, la osteopatía y la psicología transpersonal[i].

        Me parece que la salida de la trampa únicamente podrá venir de la mano de una formulación más completa y adecuada, que podría expresarse de este modo: “Todo lo demostrable científicamente es verdadero, pero no todo lo que es verdadero es demostrable científicamente”. O por decirlo de otro modo: aparte de lo “irracional” y lo “racional” –disyuntiva en la que estos científicos se mueven sin cuestionarla-, existe otra dimensión “trans-racional”.

      La misma formulación nos hace ver su frágil equilibrio: ¿cómo distinguir lo uno de lo otro? ¿Cómo saber si nos encontramos ante algo verdadero cuando no es científicamente demostrable? ¿Cómo evitar confundir lo que es “irracional” –erróneo y peligroso- con lo que es genuinamente “trans-racional” y, por ello, verdadero?

       Aceptar ese interrogante abierto requiere humildad, amor a la verdad y búsqueda honesta de la sabiduría. Es más cómodo desechar cualquier cosa que cuestione los supuestos previos…, pero más dogmático y, a la postre, caduco.

      Es lo que ocurre con algunos científicos que, aun sin reconocerlo, se ven desbordados por los nuevos avances científicos, que están dejando obsoletas afirmaciones anteriormente consideradas inmutables. Una vez más, es la misma ciencia la que nos vuelve a la humildad, cuando nos hace ver que apenas si conocemos un 4% de la realidad que sabemos que existe, o cuando nos muestra que las leyes por las que se regía la física clásica saltan por los aires desde la perspectiva de la mecánica cuántica. Si sabemos que, en última instancia, la realidad es energía e información –que el origen de la materia es inmaterial-, ¿cómo se puede seguir manteniendo sin rubor que solo es verdadero lo que hoy es científicamente demostrable?

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[i] http://www.apetp.com/index.php/lista-de-terapias-pseudocientificas/

Semana 9 de julio: EL YO Y LA TOTALIDAD

“Un ser humano es parte de un todo llamado por nosotros «universo», una parte limitada en el tiempo y el espacio. Él se experimenta a sí mismo, y a sus pensamientos como algo que lo separa del resto, pero esta es una especie de ilusión óptica de la conciencia.

Esta ilusión es como una prisión para nosotros, que limita nuestros deseos personales y nuestro afecto a unas pocas personas cercanas a nosotros. Nuestra verdadera tarea debe ser liberarnos de esta cárcel, ampliando nuestro circulo de compasión y nuestra custodia a todos los seres y a toda la naturaleza”.

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“El autentico valor de un ser humano depende, en un principio, de en qué medida y en qué sentido haya logrado liberarse del yo”.

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“La más hermosa experiencia que podemos tener es la del misterio. Quien no la conoce ni puede ya admirarse, es como si estuviera muerto”.

(Albert Einstein, Mis ideas y opiniones, Antoni Bosch editor, Barcelona 2011, p.23).

Semana 2 de julio: LA CIENCIA Y LOS CIENTÍFICOS (I)

LA CIENCIA ES SABIDURÍA; LOS CIENTÍFICOS A VECES SON DOGMÁTICOS

I

        El dogmatismo hace referencia a aquella actitud que asume determinadas opiniones como “verdades absolutas” y, por tanto, indiscutibles. De ese modo, se produce un sometimiento acrítico a ciertas creencias, formuladas frecuentemente de una manera simplista, que se suscriben de modo incuestionado.

       En este sentido, el dogmatismo es lo opuesto al librepensamiento y, en último término, a la búsqueda honesta de la verdad. Suele hacer pie en necesidades (inconscientes) de la persona, como son la seguridad y la autoafirmación.

        Habitualmente se ha relacionado el dogmatismo con la religión. La realidad, sin embargo, es que se presenta en cualquier ámbito de la existencia. Resulta cómodo “descansar” en la ilusión de que las propias creencias –sean las que sean- son verdaderas y, desde ellas, descalificar a quienes las cuestionan.

   La ciencia, entendida adecuadamente, es antidogmática. Movida por la búsqueda de la verdad, se define precisamente por su capacidad de apertura a lo real y, en consecuencia, por el cuestionamiento permanente de cualquier afirmación o postulado que se presente como “definitivo”. Cuando es tal, la ciencia se halla en una discusión constante de sus propios resultados. Abierta a la verdad, está dotada de sabiduría y de humildad.

      Sin embargo, no ocurre siempre lo mismo con los científicos que, a menudo, suelen identificarse con los descubrimientos adquiridos y aferrarse a ellos de una manera dogmática, a la vez que, paradójicamente, protestan contra el “dogmatismo” de quienes los cuestionan. Al analizar esa postura más de cerca, se advierte que el error se produce cuando los científicos se han identificado con un paradigma determinado, con un “marco de creencias” acerca de la realidad, al que sin darse cuenta han absolutizado. Esto es lo que sucedió en la cultura occidental, a partir del positivismo que desembocó en el cientificismo, según el cual solo es “verdad” aquello que puede ser demostrado en un laboratorio. Parece evidente que tanto el positivismo como el cientificismo son, simple y llanamente, posturas dogmáticas. Otorgan a sus adictos lo mismo que han prometido siempre los dogmas: seguridad en la propia postura, descalificación de lo diferente, sensación de “superioridad” (intelectual o moral), cesación de la búsqueda de una verdad mayor…

       El cientificismo aparece enarbolando el estandarte de la verdad, con el que dice encabezar la cruzada contra la irracionalidad, a partir de un postulado (dogmático) de base: todo lo que no es “científico” es irracional. Sin advertir que tal formulación es en sí misma acientífica –nunca podría ser demostrada-, sus seguidores aparecen como adalides de la ciencia y de la verdad, adoptando con frecuencia el tono y las maneras de auténticos “predicadores”. Parecen desconocer que, en el campo de las ideas, la intolerancia es indicio de dogmatismo.