Semana 15 de enero: MÁS ALLÁ DEL TEÍSMO… Y MÁS ALLÁ DE LA MENTE

Desde hace unos años, son cada vez más las voces, desde dentro del campo cristiano (también católico), que ponen en cuestión la lectura literal de las creencias, propugnando incluso un cristianismo post-religioso y pos-teísta. En semanas pasadas, ofrecí aquí textos de María López Vigil[1] y de Santiago Villamayor[2]. Son solo dos muestras que se inscriben en un movimiento más amplio, en el que es obligado citar al jesuita Roger Lenaers[3] y al obispo anglicano John Shelby Spong[4].

Se trata, a mi modo de ver, de las repercusiones inevitables del llamado “cambio de paradigma” que se produce en el paso de la Pre-modernidad a la Modernidad y Post-modernidad.

Desde un nivel mítico de consciencia, las creencias –con las que se ha crecido y que han estado vigentes durante siglos- se aceptan en su literalidad; los cuestionamientos, si los hay, son parciales y minoritarios.

Sin embargo, una vez superada la consciencia mítica, desde el nuevo nivel racional, aquellas mismas creencias que antes habíamos aceptado sin dificultad, empiezan a resultar literalmente inasumibles.

Eso explica que, antes o después, de manera inevitable, se haga presente la crisis: una mente “moderna” no puede aceptar, en su literalidad, los dogmas del catecismo. Ahí es donde juegan su papel los escritos citados.

         Sin embargo, me parece que el cuestionamiento no termina en ese punto. Las discusiones acerca del llamado “cambio de paradigma” –teísmo o posteísmo- se mueven todavía en el ámbito mental. Y ese ámbito pertenece al nivel de lo “aparente”, no de lo realmente real. Por ello, me parece que la crisis está llamando a ir un poco más lejos: a trascender la mente, o dicho con más precisión, a pasar del modelo mental de conocer al modelo no-dual.

Y eso no nace de ninguna moda, sino de una constatación decisiva: la mente es incapaz de ver la realidad. No percibe sino el mundo que ella misma construye. Lo que ella elabora –en cualquiera de los campos del saber, incluido el religioso- es “verdadero” en ese nivel mental, pero no real. Lo real trasciende la mente. Más aún: se requiere aprender a silenciarla si queremos ver más allá de sus propias construcciones. 

Ninguna idea ni creencia puede ayudarnos a vivir lo que somos, porque todas ellas nos mantienen en el nivel de lo aparente, es decir, en aquello que no somos. De ahí que sea necesario soltar todas si queremos llegar a nuestra verdad más profunda. Las creencias nos alienan porque nos hacen esclavos de una “idea” determinada, que es únicamente una construcción mental. Pero además nos confunden, porque nos mantienen prisioneros de un concepto que pretende definirnos. Sin embargo, lo que realmente somos se halla más allá de las creencias, ya que no somos nada que pueda ser pensado o nombrado: todo ello no serían más que “objetos” dentro de la espaciosidad que somos. Somos Eso que queda cuando soltamos todos los pensamientos y todas las creencias.

Para la mente, la realidad es un conjunto o una suma de objetos separados. Trascendida la mente, se percibe que lo real es no-separado. La realidad es no-dual. Y es esta comprensión la que nos permite acceder a lo realmente real, a la vez que nos hace captar la irrelevancia de las anteriores discusiones mentales.

Es innegable que, desde la comprensión de la no-dualidad, seguiremos cuidando –ocupándonos de- este mundo, pero cesará la identificación con las construcciones mentales de cualquier tipo. Respetaremos todas ellas, pero las miraremos como quien contempla los sueños que tuvo la noche anterior. Lo que realmente somos no se ventila en el nivel mental; es uno con todo lo que es y se halla siempre a salvo, más allá de la “forma” que tenemos y de las circunstancias que nos “toquen” vivir.

A partir de esta comprensión, todo lo que percibíamos desde la mente queda radicalmente modificado: tanto cualquier idea sobre Dios o el mundo como la percepción de nuestra identidad. Al “despertar” del “sueño mental” abrimos los ojos a la realidad. Discusiones que nos parecían decisivas se muestran ahora como completamente irrelevantes. Hemos comprendido que somos uno con la Vida –con Lo que es- y no queda otra cosa que “dejarse vivir” o fluir con ella, en la certeza de que ahí brotará en todo momento la acción adecuada. Por decirlo brevemente: cae toda elucubración mental, queda simplemente ser.

En el nivel mental era inevitable el cambio al que me refería en el inicio. Y está bien que así sea: forma parte del “juego” de la representación o –si se prefiere- del despliegue de la consciencia una. No se niega nada de ello. Pero se trata de no reducirnos a ese “sueño”, sino de ser conscientes de nuestra verdadera identidad.

En las discusiones en torno a los diferentes paradigmas no se sale de la mente. Podrán elaborarse ideas más o menos “acertadas”, filosofías o teologías más o menos “avanzadas”, pero se permanecerá encerrado en la “jaula” mental.

Salir de ella requiere, tal como lo veo, un “salto cualitativo”. No se rechaza el lugar de la mente ni mucho menos la razón crítica –irrenunciable si queremos evitar la caída en la irracionalidad-, pero se la ve sencillamente como lo que es: una herramienta adecuada para la función que puede desarrollar en el mundo de los objetos. El “salto” al que me refiero nos saca del sueño, liberándonos de la confusión y del sufrimiento: hemos caído en la cuenta de que estamos –y siempre hemos estado- en “casa”. Más aún: somos esa misma “casa” que siempre –también a través de la mente y en medio de nuestros “sueños”, elucubraciones y discusiones- habíamos buscado[5].

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[1] M. LÓPEZ VIGIL, Bienaventurados los ateos porque encontrarán a Dios: https://www.enriquemartinezlozano.com/semana-28-de-agosto-bienaventurados-los-ateos/

[2] S. VILLAMAYOR, ¿Qué puede aportar hoy el mensaje del evangelio en nuestra cultura y sociedad?: https://www.enriquemartinezlozano.com/semana-8-de-enero-evangelio-y-cultura/

[3] R. LENAERS, Otro cristianismo es posible. Fe en lenguaje de modernidad, Abya Yala, Quito 2008; ID., Aunque no haya un Dios ahí arriba. Vivir en Dios, sin dios, Abya Yala, Quito 2013.

[4] J.S. SPONG, La resurrección, ¿mito o realidad?, Mr Ediciones, Barcelona 1996; ID., Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo, Abya Yala, Quito 2011; ID., ¿Vivir en pecado?, Águeda Domingo, Madrid 2013.

[5] A quien se sienta interesado en esta cuestión, puedo sugerirle una doble lectura: un texto que he puesto, tanto en la web como en facebook, en 11 entregas, con el título: “Cuando caen las creencias: ¿vacío o liberación?”; puede verse la primera de esas entregas en: https://www.enriquemartinezlozano.com/semana-19-de-junio-la-encrucijada-religiosa/; y un libro recientemente publicado (“La dicha de ser. Vida cotidiana y no-dualidad”, Desclée De Brouwer, Bilbao 2016), en el que me refiero a las “resistencias ilustradas a la no-dualidad”, proponiendo claves para poder transcenderlas.

Semana 15 de enero: EL ABSOLUTO

Lo que no puede expresarse en palabras y sin embargo es por lo que las palabras se expresan, sabe que eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran.

 Lo que no se puede pensar con el pensamiento y sin embargo es por lo que el pensamiento piensa, sabe que eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran.

 Lo que no se puede ver con los ojos y sin embargo es por lo que los ojos ven, sabe que eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran.

 Lo que no se puede oír con el oído y sin embargo es por lo que el oído oye, sabe que eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran.

 Lo que no se puede respirar con el aliento de la vida y sin embargo es por lo que ese aliento respira, sabe que eso es en verdad el Absoluto y no lo que las gentes adoran”.

 Kena Upanisad (I,5-9), en: Upanisad. Con los comentarios advaita de Śankara (edición de Consuelo Martín), Trotta, Madrid 2001, pp. 44-46.

Semana 8 de enero: EVANGELIO Y CULTURA

¿QUÉ PUEDE APORTAR HOY EL MENSAJE DEL EVANGELIO
EN NUESTRA CULTURA Y SOCIEDAD?

Santiago Villamayor. Comunidad Almofuentes de Zaragoza.
Zaragoza, 15 de abril de 2016.

RESUMEN

La sociedad y la cultura actuales están determinadas por el avance tecnocientífico y la tensión entre el mercantilismo y los valores democráticos. La insólita propuesta de Jesús no se orienta tanto a una salvación religiosa y específica cuanto a un proyecto supra ético universal basado en una civilidad de amor desbordante que empieza por los más débiles. Esa es su trascendencia y su divinidad enterrada.

INTRODUCCIÓN

Si preguntamos hoy a una persona cualquiera qué quiere hacer de su vida no responderá evidentemente que “ha sido creada para alabar hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y mediante esto salvar su ánima” ni tampoco “cambiar el sistema mediante la propiedad colectiva de los medios de producción…” sino que a lo mejor dirá “vivir feliz, no hacer daño a nadie y sentirse protegido, creyendo que “hay algo” superior que explica todo.

A la par, si para nosotros Jesús de Nazaret representa el mejor valor para una vida digna, hemos de interpretar los relatos que nos hablan de él no al modo judío de la Palestina del siglo I, ni tampoco al modo de las religiones que ya nos dicen poco, tampoco al modo revolucionario ya bastante decaído y mucho menos al modo instrumental de esta sociedad. Debemos responder a la tercera respuesta: El evangelio hay que leerlo desde lo universal mejor de esa persona común y que es también el mismo fondo de Jesús de Nazaret y que todo el mundo intuye desde una mirada sincera.

En los últimos años muchos “católicos” nos hemos caído del guindo de la religión. La Biblia como Palabra de Dios absoluta y exclusiva, el Misterio de la Salvación, esa secuencia temporal: creación-pecado-encarnación-redención-resurrección-vida eterna no nos dicen nada si no es como una gran metáfora. Hemos “deconstruído” nuestras creencias, experimentamos un terremoto devastador que nos ha provocado primero desconcierto, luego alivio y finalmente renacido ánimo

Este artículo no tiene espacio más que para unos rasgos intuitivos de este tránsito de la religión a un supraética del amor. No pretendemos demostrar ni argumentar una nueva teología. Queremos de verdad y deseamos vuestra corrección para remontarnos a ese significado más auténtico de Jesús de Nazaret.

Y ahora, dos observaciones previas. La primera que la sociedad y la cultura actual, a pesar de su globalidad y acelerada uniformidad, no son homogéneas. Nosotros nos situamos  en el contexto occidental postmoderno. La segunda es que en los mensajes concretos de Jesús no cabe una única interpretación. Nosotros prescindimos de la lectura literal y exclusiva de la Biblia, asumimos las voces de las ciencias y las filosofías críticas y desmontamos muchas teologías a la búsqueda del “paradigma evangélico”

1. LA SOCIEDAD Y LA CULTURA ACTUAL

El mundo es un pañuelo, decíamos ayer, y hoy más bien lo comparamos con una manta de inmigrante, extendida en las calles de moda y cogida por cuatro cuerdas para salir corriendo. Vivimos en una manta global llena de opresiones, en un mundo desigual, fragmentado, contradictorio, líquido y gaseoso, posesivo y evasivo en paraísos fiscales y telemáticos, ansioso y carroñero, post religioso y fundamentalista, “low-cost“, “desigual” e “Inditex-ado” por el pensamiento único. Vivimos con el 99% sumergido en las aguas gélidas del mercado y el desafecto.

Cuando nos preguntamos por esta sociedad tratando de decir qué puede aportar el evangelio, nuestra primera respuesta es que queremos mirarla con los ojos del mantero, desde los pies en la calle, ojo avizor al que nos persigue y expulsa de ella. La mirada de Jesús es de abajo arriba y tan abierta que no niega lo que parece imposible

Y esta mirada fue el detonante de una conversión iniciada en la Teología de la liberación. Allá por los años 60 y 70, cuando el Vaticano II, cuando los mártires de Latinoamérica y el Mayo del 68. También cuando se asomó la Teología de la secularización tras la muerte de Dios en Auschwitz y su posterior resurrección en la protesta colectiva contra las barbaries.

La segunda gran conmoción en nuestra lectura del evangelio la estamos experimentando desde hace cinco o diez años. Está en sus comienzos y va a provocar una convulsión de enormes repercusiones no solo en el cristianismo. Muchos llaman a esta revolución “cambio de paradigma” o de paradigmas, una mutación de los presupuestos de nuestra interpretación del mundo y consiguientemente de nuestro yo, de la fe y de Dios.

El primer y básico rasgo de este paradigma es la apertura a la ciencia. Su avance espectacular y sobre todo su divulgación han colocado las creencias como símbolos detrás de las explicaciones plausibles (o admisibles por los procedimientos de investigación). Ya no son la primera verdad. Asumimos la teoría de la evolución, la revolución genética, las teorías de la relatividad y cuántica, los avances de las neurociencias y la informática y sus prolongaciones cibernéticas. También las filosofías críticas de Marx, Nietzsche, Wittgenstein, etc. y otras sociologías de la contestación.

Pero sobre todo entendemos el conocimiento de otra manera.  No hay verdades absolutas ni procedimientos concluyentes. La incertidumbre, la subjetividad y el azar son constitutivos de todo conocimiento. Somos nosotros los que configuramos los dígitos que describen la realidad, nosotros ponemos las reglas para la ciencia, nosotros creamos al Dios que nos crea. La Biblia es otra creación de nuestra bella y buena razón y el “mensaje evangélico” la mejor explicitación de la bondad que emerge en nuestra conciencia personal y social.

El nuevo paradigma epistemológico sitúa a las religiones en el ámbito de la moralidad (léase libertad en acción); en el ámbito concreto de la esperanza, del postulado, del ojalá. No en el de la explicación o la verdad. Cuando no encontramos respuesta a una pregunta ésta permanece abierta como dinamismo. Por eso cuando no podemos razonar más se produce un cambio cualitativo. Al final de la razón, cuando ésta hace agua, entonces, en su desazón, rompe aguas de esperanza. Alumbra  un mundo de simbolismos, de anhelos profundos y buenas voluntades, de interiores compartidos, una ropa interior del amor que cura el mundo en un abrazo de solidaridad utópica.

No mezclemos la explicación de la naturaleza, con la comprensión de lo humano y la simbolización de la esperanza. Durante milenios se ha confundido la metáfora con la verdad y con el deber. Hasta ahora la fe tenía siempre razón, ahora es la ciencia la que va a misa. Si hay contradicción debe resolverse según los procedimientos críticos de la ciencia y la inagotable metamorfosis de las creencias que encantan pero no dicen. No puede haber riña entre ciencia y fe.

La convivencia con otras religiones ha puesto frente a nosotros como en un espejo muchos de nuestros símbolos y prácticas. Nos hemos contemplado desde fuera y eso nos ha dado una imagen extraña y nos ha conducido a la relatividad. En cierto sentido todas las religiones se parecen y hacen cosas raras. Su valoración ya no puede venir de la fuerza de su pretendida inspiración divina sino por la respuesta a las necesidades y derechos humanos. Con Kant podríamos decir: Cree y obra de tal manera que tu fe pueda ser tenida como válida por toda la humanidad.

La experiencia religiosa “tremenda y fascinante” de otro tiempo, construida sobre el desdoblamiento del mundo, cede hoy el relevo a una vivencia más secular del amor incondicional en un contexto de ciudadanía y construcción personal. El mundo de lo sobrenatural se abre no en el más allá sino en la actitud de gratuidad. Podemos ser ateos, agnósticos o teístas. Pero no podemos dejar de amar. El mundo sobrenatural es la inagotable capacidad de amar de la libertad. Solo en el amor merece la pena creer (1Cor, 13).

2. APORTACIÓN DEL MENSAJE EVANGÉLICO

Jesús no creó ninguna religión, ninguna política o moral específicas. Solo exageró el amor hasta lo insólito: perdonar y amar también al que te hace daño, poner la otra mejilla. Esto no es exclusivo del cristiano, felizmente es de todos, pero sí que en un momento de la historia fue ’inventado’, revelado o activado por una persona de la que luego muchos hemos hecho un Cristo. Lo hemos universalizado en un paradigma de buen amor, de buen vivir. De este hilo hemos bebido todos lo humanismos.

Los nuevos paradigmas recuperan esta memoria del Jesús “enteramente para los demás” (P.Tillich), “humano como solo un dios puede serlo” (L. Boff) que nos descubrían las teologías de la secularización y de la liberación allá por los años 1960. Ambas nos llaman no a la religión sino a esa supra ética de la desmesura y de la autonomía benevolente: “Aunque no hubiera cielo yo te amara”.

El “buen cristiano” es hoy el buen ciudadano que responde al consenso de la reciprocidad con la misma altura de miras con que le gustaría respondieran todos. Pero que además en algunos casos y según cada persona, y solo desde una auto-invitación libérrima, se anima a sobredimensionar su civilidad con la donación de su vida. Tres peldaños de una ética cívica abierta a una trascendencia desde abajo: ciudadanía, fraternidad, donación.

Los bellos relatos, el cine, el arte, la poesía, las utopías sociales y algunas prácticas políticas, religiosas y comunitarias son extremadamente valiosas para animar y construir esta nueva sociedad y persona que todos queremos. Pero ese rellano final desde el que levantamos el vuelo suena a Jesús de Nazaret. A ese modo de vida, a esa actitud de ponerse en el lugar del menos favorecido, de responder incondicionalmente a la compasión.

Evangelizar hoy es extender este movimiento universal por la justicia y la felicidad con todas las instituciones mundiales y movimientos alternativos. Esa es la nueva iglesia, la convergencia de todas las gentes por la dignidad humana. Eso hizo y quiso Jesús. Su “Reino” es hoy este “impulso de dignidad universal”, inexplicable, que gime dentro de cada persona, del planeta y de cada acción colectiva. Ya ha concluido el tiempo de hacer nuestra Iglesia, de definir nuestro Dios, de defender nuestra Salvación. Es hora de construir una convención mundial por la justicia, una internacional de la esperanza.

Nos agruparemos en comunidades humanas de base, grupos de significación plural del desinterés, del amor, de la libertad. Será labor de estos grupos de esperanza llamar al optimismo radical del ser, a trabajar por la igualdad en libertad, a fomentar significados, desenmascarar el sistema único, disolver el lenguaje monolítico de las religiones y de las ideologías y denunciar los reavivamientos ilusorios y fundamentalistas. Tan difícil es para la persona religiosa dejar de remitirse a un mundo sobrenatural como para el materialista elevarse a significados no inmediatos.

Los próximos retos de este nuevo cristianismo serán la formación y el vigor de la esperanza en la sociedad civil. Propiciar las funciones simbólicas y formativas que hoy por hoy la sociedad civil no acaba de darse para elevar su moralidad. Vigorizar la esperanza: no es lo mismo moverse por certezas cerradas que por metáforas; lo primero da pie a pautas de entrega fuertes pero con orejeras, lo segundo responde a la gratuidad de la libertad. Las parroquias, cafés, foros y tertulias u otros lugares comunitarios deben ser, para todos los credos y pensamientos, lugares de acción y crítica social, de cuidados mutuos, zonas verdes frente al mercantilismo y zonas azules para la serenidad.

Semana 8 de enero: VER

«El ojo con el cual veo a Dios
 es el mismo ojo con el que Él me ve»
(Angelus Silesius).

Al filo de un comentario de Enrique Martínez Lozano.

Poseer cosas y ser dichoso
define la religión de nuestro tiempo.
Y, sin embargo, la felicidad se ciega ante tanto cachivache.
De la insatisfacción como motivo solo se escapa
desarrollando nuestro talento para ver.
Y para ver no necesitamos instrumentos,
ni ideas invariablemente fabricadas por otros,
menos aún creencias o increencias.

Nada de ello sirve,
porque lo relevante siempre ha sido
averiguar el doble enigma primigenio:
quiénes somos, qué nos sostiene.
No nos desalentemos,
ante el Oráculo siempre se nos dará
la pista definitiva:
si no experimentemos dicha, no hemos visto.                                                                         

Luis Miguel URIARTE, Hebras de aire, Monte Carmelo, Burgos 2016, p.52.

Semana 1 de enero: ANTE 2017

UN AÑO POR ESTRENAR.

Vivir en la sabiduría de la no-dualidad

 En contra de lo que nos dice nuestra mente –y el sentido común-, hoy ya sabemos que el tiempo no es la “línea” estable sobre la que discurre la existencia, sino una dimensión más –junto con el espacio, del que es inseparable- del mundo de lo manifiesto. Este es el nivel aparente, el mundo de las formas y del movimiento.

Por “debajo” de él, o mejor, en su “núcleo”, late lo realmente real, aquello que constituye la identidad última de todo lo que es y somos. Y Eso es quietud.

Pero movimiento y quietud no son realidades opuestas o contrarias, sino las dos caras en que se manifiesta lo Real. Como enseña el Tao te King, “el Ser nace en el No-Ser”; o “el Tao es un vacío insondable y está en movimiento incesante que jamás se agota”. La quietud aparece como movimiento, el vacío como forma, la nada como objetos… Y nosotros mismos podemos experimentar la no-contradicción: al silenciar la mente, experimentamos, a la vez, la quietud que somos y el incesante movimiento que se da en nuestro cuerpo.

A esa unidad en la diferencia la llamamos no-dualidad. Y en eso consiste la sabiduría: en vivir la realidad de las formas (el movimiento) desde lo realmente real (la quietud), vivir “lo que tenemos” desde “lo que somos”, vivir el tiempo (en el tiempo) desde la atemporalidad (presencia).

Lo cual requiere conocer quiénes somos y permanecer en conexión con ello. Somos quietud en medio de las formas. Y cuanto más nos atrevemos a vivirlo, más descubrimos su verdad.

Ánclate en la quietud que eres. Cuando aparezca cualquier tipo de inquietud, reconoce que es solo un movimiento en la superficie que no afecta a tu identidad. Como dice Pema Chödrön, “tú eres el cielo, todo lo demás es el clima”. El cielo no se ve afectado por las nubes que aparecen en él. Si la inquietud nos posee y nos arrastra, se debe solo a la ignorancia acerca de quienes somos.

La comprensión de nuestra identidad conduce a la aceptación, y en la aceptación encontramos la paz. Aceptar significa alinearse con lo real y fluir con la corriente de la vida.

Aceptar, por tanto, es lo opuesto a resistir –la resistencia es el arma que tiene el ego para autoafirmarse, aun a costa de generar sufrimiento inútil-, pero es también lo opuesto a resignarse o claudicar.

Alineados con lo real, de nosotros brotará la acción adecuada en cada caso. Visto desde la mente, podría decirse que nos responsabilizamos del mundo de las formas. En realidad, aceptación y responsabilidad vienen unidas en el mismo movimiento en el que nos introduce la sabiduría de la vida. Porque, tanto al aceptar como al responsabilizarte, lo haces en la consciencia de ser uno con ella.

Y precisamente por eso –por saber que eres uno con la vida-, te acompaña siempre la confianza. Porque tu acción no busca un resultado determinado. Porque, en último término, no eres tú el hacedor, sino solo el cauce por el que la propia vida fluye. Es lo que expresaba admirablemente, en un lenguaje teísta, Ignacio de Loyola, en la conocida “paradoja ignaciana”: “Actúa como si todo dependiera de ti, confía como si todo dependiera de Dios”. Es admirable precisamente porque se asienta, consciente o inconscientemente, en la sabiduría de la no-dualidad.

Sabiduría que podría formularse de este modo: “Vive como si todo dependiera de ti; y confía como si nada dependiera de ti”. Responsabilidad y confianza, compromiso decidido y desapropiación completa: es el camino de la gratuidad, que nace de la comprensión. Tal paradoja, que para la mente suena a contradicción irresoluble, contiene la más exquisita sabiduría vital. Pero solo puede ser vivida plenamente en la medida en que salimos de la ignorancia que nos hacía reducirnos al “yo” y permanecemos en conexión con nuestra verdadera identidad. La misma comprensión-vivencia de que somos Vida hará todo lo demás.