Semana 25 de diciembre: NAVIDAD, NACER DE NUEVO

El autor del cuarto evangelio pone en boca de Jesús estas palabras: “El que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios” (Jn 3,3). En un lenguaje más comprensible para nosotros –universal, no religioso- podría traducirse de este modo: “Si no desaprendes todo lo aprendido no podrás conocer quién eres”.

         “Desaprender” significa soltar lo aprendido: ideas, creencias o hábitos. Porque mientras permanezcamos aferrados a todo ello, seguiremos anclados en el pasado y reducidos a la mente. Dicho con otras palabras: la adhesión a las creencias nos mantiene enjaulados en la mente –a la que hemos absolutizado- y reducidos a ella. Y dado que la mente es pasado, porque pensar es volver al pasado –guardado en la memoria- para, desde ahí, leer el presente, si nos quedamos en ella, estaremos cerrados a la vida, ignorantes de quienes realmente somos.

         En síntesis, no es posible reducirse a la mente y abrirse a la verdad. Porque la mente –preciosa herramienta para manejarnos en el mundo de los objetos e incluso para desarrollar la razón crítica- es incapaz de acceder a la verdad, así como a todo aquello que no es objeto. La mente no nos dice cómo es la realidad; lo que nos ofrece es únicamente la interpretación que ella hace de lo real. No solo eso: lo único que la mente percibe es el nivel aparente o manifiesto. Por todo ello, reducirse a la mente –a las creencias, de cualquier tipo que sean- es el modo más eficaz de quedarse encerrados en el error. No hay duda: desde la mente es imposible “nacer de nuevo”.

         Por su parte, la polisémica expresión “Reino de Dios” apunta a aquello que constituye nuestra verdadera identidad. De ahí que el propio Jesús afirmara que “el reino de Dios está dentro de vosotros” (Lc 17,21). En contra de lo que la mente percibe, lo que somos no es nada que podamos nombrar ni pensar. Somos Eso que observa y no puede ser observado, el Fondo único de todo lo real, la consciencia (el ser, la vida) que se despliega en variadísimas formas. Por el contrario, lo que llamamos “yo” es solo una forma en que se expresa lo que realmente somos.

         Cada tradición se ha referido a Eso que somos con expresiones diferentes: para el taoísmo, es el Tao; el hinduismo lo nombra Atman, que es uno con Brahman; el budismo habla de la “naturaleza búdica” que constituye el núcleo de todos los seres; para la filosofía griega es el Logos y, más en concreto, los estoicos se referirán a Eso como el “principio rector” (hegemonikón) (Epicteto) o como la “divinidad interior” (Marco Aurelio)… En esa misma línea, la expresión “Reino de Dios” a veces se ha traducido como “realidad crística” o, simplemente, el “Cristo” que vive en todo ser humano. Esta expresión, como todas las anteriores, son términos inadecuados que buscan apuntar a Eso –inefable- que constituye nuestra verdadera identidad.

         Ahora bien, Eso que somos no puede ser alcanzado por la mente, porque no es un objeto. Por lo tanto, si queremos captarlo –“nacer de nuevo”-, tendremos que ir “más allá” de la mente, atreviéndonos a salir de la “jaula” en la que nuestros pensamientos nos habían encerrados. A esto es a lo que se refiere otro de los términos centrales del evangelio: la “conversión” o “metanoia”.

         La conversión no tiene que ver, en primer lugar, con el comportamiento moral, sino con la comprensión auténtica, aquella que nos permite “ver” más allá de la razón. Ese es precisamente el significado etimológico del término metanoia: meta-noia (de nous: mente) significa, en su sentido literal, “más allá de la mente”. “Convertirse”, por tanto, equivale a ver “de otro modo”, y esto requiere soltar todas las creencias –desaprender lo aprendido- si queremos conocer y vivir lo que realmente somos –“nacer de nuevo” o nacer a nuestra verdad-.

        Con todo este trasfondo es fácil comprender el rico contenido simbólico que encierra la celebración de la Navidad. Tanto si se vive solo como un “recuerdo” del pasado, como si se centra exclusivamente en la figura de Jesús, no se ha salido de la consciencia mítica. La Navidad –como, por otra parte, todo lo que sucede a cualquier persona, puesto que no hay nada separado de nada- habla de todos nosotros. Y en este caso, en concreto, de nuestro anhelo por “nacer” a lo que somos.

         Y ahí descubrimos admirados y agradecidos que todo encaja, como un puzle armonioso: lo que es Jesús lo somos todos; en la tradición cristiana, lo reconocemos como un “espejo” nítido en el que todos nos vemos reflejados. No somos seres separados –el propio Maestro de Nazaret recordaba que “el Padre y yo somos uno” y que “lo que hicisteis a cada uno de estos me lo hacéis a mí”-, sino la misma Vida que, temporalmente, adopta “formas” o “disfraces” diferentes.

         “Navidad” es celebrar lo que ya somos, quitando los “velos” que nos despistan o incluso hipnotizan. De ahí que podamos verla también como una invitación que conecta con nuestro Anhelo más profundo a “nacer de nuevo” o nacer conscientemente a lo que, paradójicamente, siempre hemos sido.

Semana 25 de diciembre: CUANDO LA OLA SABE…

Cuando la ola sabe que es mar
no necesita crecerse por encima de él,
ni necesita mover toda la arena de la playa,
le basta con batir en el instante
y retirarse después a formar parte
del todo al que pertenece.

Cuando la luciérnaga sabe que es luz
no necesita crecer por encima del sol,
ni necesita alumbrar toda la oscuridad,
se instala en mitad de un todo
que no alcanza a ver y alumbra
mientras dura la noche.

Ambas, la ola y la luciérnaga,
viven el gozo y la plenitud
como si fueran eternas.

Porque lo son.

Begoña Abad.

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En la consciencia de lo que somos…,

¡MUY FELIZ NAVIDAD!

Seguimos «naciendo» a lo que, paradójicamente, ya somos.

 (Fidel Delgado).

Semana 18 de diciembre: EL SILENCIO ME SOSTIENE Y ME LIBERA

Desde siempre sentí una atracción especial por el silencio, antes incluso de saber lo que era. Desde niño, sentía la necesidad de quedarme a solas; siendo joven, empecé a buscar espacios de silencio en monasterios cartujos y cistercienses. Y percibía que el silencio me “recomponía”, aquietándome por dentro y armonizando toda mi existencia.

        Sin embargo, la innegable atracción se daba la mano con la dificultad que experimentaba. Buscaba el silencio, pero rara vez lograba acallar el oleaje mental y emocional. Había demasiado ruido –miedo y soledad- y demasiado ego en mi interior. Y me faltaba mucho para comprender que el silencio no tiene que ver tanto con lo exterior, cuanto con la mente y el yo. Me faltaba mucho trabajo interior –trabajo psicológico y práctica meditativa adecuada- para ir aprendiendo a aquietar la mente y silenciar el ego.  

        Hoy sigo experimentando dificultades y mi ego se sigue desbocando. Sin embargo, se me ha regalado una certeza impagable: que el silencio no es “algo” que vaya buscando porque me hace bien, sino que es otro nombre de la Realidad que me sostiene y, en último término, me constituye. Y ahora entiendo, finalmente, por qué me atraía con tanta intensidad: el Silencio es la “casa”, nuestra verdadera identidad. Lo contiene todo –también los ruidos, los pensamientos y las emociones con sus vaivenes-, pero no se reduce a nada de ello.

        Tras ese regalo, vivo el Silencio, no como algo bienhechor, ni tampoco como una práctica beneficiosa, sino como un estado de consciencia que me permite reencontrarme conmigo mismo en profundidad y con todos los seres.

        Ahora sé también que no hay nada que lo pueda romper. Y por eso vuelvo a él en medio de cualquier actividad e incluso de cualquier alteración. Volver a él es venir a casa y encontrarme con lo que soy, con lo que somos: Aquello que está siempre a salvo y no puede ser dañado. He descubierto así el Silencio como fuente de liberación.

        Y no se trata de ningún esfuerzo por “construir” o “producir” ese silencio sanador. Es mucho más sencillo: se trata simplemente de dejarse atraer y aprender a descansar en él. El resto viene dado. No implica tanto esforzarse en poner atención cuanto descansar en la atención que somos.

     Descansar, vivir en el Silencio significa poner consciencia en todo aquello que hago y vivo: en la tarea que estoy realizando, en la relación que mantengo, en la preocupación que aparece, en la inquietud que altera, en el dolor que desasosiega…, e incluso en la oscuridad que parece cegarme. Sea lo que sea, simplemente, pongo consciencia en aquello que está sucediendo –me introduzco en el estado de consciencia que es el Silencio- y permanezco en la Presencia que soy. Y compruebo, una y mil veces, que lo que brota de ese estado no tiene nada que ver con lo que aparece en el estado mental. El Silencio me unifica y me libera, me mantiene en casa, me otorga una capacidad cada vez más fácil de resituarme cuando mi ego ha tomado el mando y me regala el gozo de experimentar que soy uno con la Vida.

Semana 18 de diciembre: DESDE EL SILENCIO

“Es bueno reconocer que es muy honorable la acción del hombre, el esfuerzo por eliminar el hambre, la violencia, los atropellos; pero hay también una grandeza en la no-acción, en el silencio, en ese consumir las búsquedas del ego. La paz brotará al menguar y desaparecer el ego. Siempre este silencio es humanizador, siempre a favor del hombre. Es muy diferente moverse en el plano del ego a moverse en el plano del silencio, en esa conciencia que está por debajo y que por eso ilumina toda la vida y toda la conducta.

El ego siempre es temeroso, siempre vive en desconfianza; lo propio suyo son los temores, los desconciertos, los estremecimientos porque está empeñado en sobrevivir; pero el entorno y, a veces, las circunstancias no son muy favorables para ello. En cambio en esa conciencia profunda que existe en el silencio no existe el miedo a la muerte, ni existe la desconfianza; existe la confianza en esa fragancia del amor que constantemente abraza, ilumina y transporta al hombre. 

El silencio es un camino para acercarse a este Reino. Es un recorrido largo y poco cómodo, pero conduce a lo verdadero. Y esto es lo mejor del camino. El que emprende este viaje tiene que acomodarse a una nueva atmósfera, a la desnudez en que el silencio nos deja. Este camino hacia ese Reino dentro de nosotros no tiene ningún mapa, es un viaje lleno de silencio y de discreción, por eso mismo pide de nosotros cuidado y diligencia, un estado de alerta. Promover en el mundo este acercamiento del hombre a su conciencia es una de las grandes aventuras que se pueden vivir».

(J.F. MORATIEL, Desde el silencio, Desclée De Brouwer, Bilbao 22011, p.77-78).

Semana 11 de diciembre: ¿QUÉ ES UNA PERSONA?

¿Qué es una persona? He aquí la cuestión más fundamental a la que se enfrentan todas las psicologías. Las diferentes psicologías suponen perspectivas diferentes y subrayan diferentes dimensiones. A partir de ellas construyen lo que con frecuencia parecen imágenes radicalmente diferentes de la naturaleza humana. Por lo común se considera que tales puntos de vista son opuestos; pero es más probable que representen partes de una compleja totalidad multidimensional. El modelo transpersonal que aquí presentamos no se propone negar otros modelos, sino más bien enmarcarlos en un contexto más amplio, que incluya estados de consciencia y niveles de bienestar que no tienen cabida en los modelos psicológicos anteriores.

Las dimensiones principales de este modelo son la consciencia, el condicionamiento, la personalidad y la identidad. Bajo estos encabezamientos resumiremos lo que nos parece representativo de los principios básicos de un modelo transpersonal, y compararemos con ellos los supuestos tradicionales de Occidente.

La consciencia

Este modelo transpersonal considera que la consciencia es la dimensión central que sirve de base y de contexto a toda experiencia. Respecto de la consciencia, las psicologías tradicionales de Occidente han mantenido diferentes posiciones, que van desde el conductismo, que prefiere ignorarla, dadas las dificultades que plantea su investigación objetiva, hasta los enfoques psicodinámicos y humanistas, que la reconocen pero que generalmente prestan más atención a los contenidos que a la consciencia per se, como contexto de la experiencia.

Un modelo transpersonal considera nuestra consciencia habitual como un estado restringido por una actitud defensiva ante la vida. Este estado habitual se encuentra inundado, en medida tan notable como poco reconocida, por un flujo continuo de pensamientos y fantasías, en gran parte incontrolables, que responden a nuestras necesidades y defensas. En palabras de Ram Dass: “Todos somos prisioneros de nuestra mente. Darse cuenta de esto es el primer paso en el viaje de la liberación”.

La consciencia óptima se considera como un estado considerablemente más amplio y potencialmente accesible en cualquier momento, a condición de que se pueda relajar la contracción defensiva. Por lo tanto, la perspectiva fundamental en crecimiento señala la necesidad de abandonar esa contracción defensiva y apartar los obstáculos que se oponen al reconocimiento de esa potencialidad de expansión siempre presente, aquietando la mente y reduciendo la deformación perceptiva.

La tarea fundamental que da la clave de muchas realizaciones es el silencio de la mente. En verdad, cuando se detiene el mecanismo mental se hacen toda clase de descubrimientos, y el primero es que si la capacidad de pensar es un don notable, la capacidad de no pensar lo es aún más.

Desde la perspectiva transpersonal se afirma que existe un amplio espectro de estados ampliados de consciencia, que algunos son potencialmente útiles y funcionalmente específicos (es decir, que poseen algunas funciones no accesibles en el estado habitual, pero carecen de otras) y que algunos de ellos son estados verdaderamente superiores. “Superior” se usa aquí en el sentido de que poseen todas las propiedades y potencialidades de los estados inferiores, más algunas adicionales. Además, una vasta bibliografía proveniente de diversas culturas y disciplinas del crecimiento da testimonio de que tales estados superiores son alcanzables. Por contra, el punto de vista tradicional en Occidente sostiene que no existe más que una gama limitada de estados, por ejemplo, la vigilia, el sueño, la embriaguez, el delirio. Aparte de ello, a casi todos los estados alterados se los considera nocivos y se ve en la normalidad la situación óptima.

Si nuestro estado habitual se considera a partir de un contexto expandido, de ello resultan algunas implicaciones inesperadas. El modelo tradicional define la psicosis como una percepción de la realidad que, además de estar deformada, no reconoce la deformación. Visto desde la perspectiva de este modelo, el nuestro habitual satisface esta definición en tanto que es sub-óptimo, ofrece una percepción deformada de la realidad y no alcanza a reconocer esa deformación. De hecho, cualquier estado de consciencia es necesariamente limitado y solo relativamente real. De aquí que, desde esa perspectiva más amplia, se pueda definir la psicosis como un estar apegado a -o encontrarse atrapado en- un solo estado de consciencia, cualquiera que sea.

Como cada estado de consciencia no revela más que su propia imagen de la realidad, de ello se sigue que la realidad tal como la conocemos (y esa es la única forma en que la conocemos) también es solo relativamente real. Dicho de otra manera, la psicosis es el apego a cualquier realidad aislada. En palabras de Ram Dass: “Crecemos con un plano de existencia al cual llamamos real. Nos identificamos totalmente con esa realidad como algo absoluto y desechamos las experiencias que no son congruentes con ella”.

Lo que Einstein demostró en física es igualmente válido en todos los demás aspectos del cosmos: toda realidad es relativa. Cada realidad es válida solo dentro de determinados límites; no es más que una versión posible de la manera de ser de las cosas. Hay siempre múltiples versiones de la realidad. Despertarse de cualquier realidad aislada es reconocer que su realidad es relativa.

De tal modo, la realidad que percibimos refleja nuestro propio estado de consciencia, y jamás podemos explorar la realidad sin hacer al mismo tiempo una exploración de nosotros mismos, no solo porque somos, sino también porque creamos, la realidad que exploramos.

El condicionamiento

Respecto del condicionamiento, el enfoque transpersonal sostiene que la gente está mucho más encerrada y atrapada en su condicionamiento de lo que se da cuenta, pero que es posible liberarse de él. El objetivo de la psicoterapia transpersonal es esencialmente sacar a la consciencia de esa tiranía condicionada de la mente, una meta que se describe con más detalle en el epígrafe dedicado a la identidad.

Una de las formas de condicionamiento que las disciplinas orientales han estudiado en detalle es el apego. El apego se vincula íntimamente al deseo y significa que el resultado del no cumplimiento del deseo será dolor. Por consiguiente, el apego desempeña un importante papel en la causa del sufrimiento, y para la cesación de este es fundamental la renuncia al apego. La asociación con él trae desdicha interminable. Mientras seguimos apegados, seguimos poseídos; y estar poseído significa la existencia de algo más fuerte que uno mismo.

El apego no se limita a los objetos o personas externos. Además de las formas familiares de apego a las posesiones materiales, a determinadas relaciones y al status quo dominante, puede haber apegos igualmente intensos a una determinada imagen de sí mismo, a un modelo de comportamiento o a un proceso psicológico. Entre los apegos más fuertes que observan las disciplinas de la consciencia están los que nos ligan al sufrimiento y a la sensación de indignidad. En la medida en que creamos que nuestra identidad se deriva de nuestros roles, de nuestros problemas, de nuestras relaciones o del contenido de la consciencia, el apego resultará reforzado por la zozobra de la supervivencia personal. Si renuncio a mis apegos, ¿quién seré y qué seré?

La personalidad

La mayor parte de las psicologías anteriores han concedido un lugar central a la personalidad y, de hecho, muchas teorías psicológicas sostienen que las personas son su personalidad. Es interesante señalar que el título que más comúnmente han recibido libros sobre la salud y el bienestar psicológico ha sido The Healthy Personality (“La personalidad sana”). Por lo común se ha considerado que la salud es algo que implica principalmente una modificación de la personalidad. Sin embargo, desde una perspectiva transpersonal, a la personalidad se le concede relativamente menos importancia. Se la ve más bien como un solo aspecto del ser, con el que el individuo puede identificarse pero sin que sea necesario que lo haga. En cuanto a la salud, se considera que implica principalmente un distanciarse de la identificación exclusiva con la personalidad, más que una modificación de ella.

De manera semejante, el drama o la historia personal que cada uno, hombre o mujer, puede contar de sí mismo se enfoca también desde un ángulo diferente. De acuerdo con Fadiman, los dramas personales son un lujo innecesario que se introduce en un funcionamiento pleno y armónico. Son parte de nuestro bagaje emocional y generalmente para una persona es benéfico alcanzar cierto grado de desapego o desidentificación respecto de sus propios dramas y de los dramas personales ajenos.

La identidad

Es un concepto al que se asigna importancia decisiva y que conceptualmente se extiende más allá de los límites que son tradicionales en Occidente. Las psicologías tradicionales han reconocido la identificación con los objetos externos y la han definido como un proceso inconsciente en el cuál el individuo se asemeja a alguna cosa o siente como alguna otra persona. Las psicologías transpersonales y las orientales también reconocen la identificación externa, pero sostienen que la identificación con procesos y fenómenos internos (intrapsíquicos) es aún más importante. Aquí se define la identificación como el proceso en virtud del cual algo es vivenciado como el sí mismo. Además, este tipo de identificación pasa inadvertido para la mayoría de nosotros, incluyendo psicólogos, terapeutas y estudiosos de la conducta, dada la gran medida en que nos afecta a todos. Es decir que estamos tan identificados que jamás se nos ocurre siquiera cuestionar aquello que con tal claridad nos parece que somos. Las identificaciones consensualmente validadas pasan inadvertidas porque no se ponen en tela de juicio. Es más, cualquier intento de cuestionarlas puede chocar con considerables resistencias. Los intentos de despertarnos antes de tiempo suelen ser castigados, especialmente por quienes más nos aman. Porque ellos, a quienes Dios bendiga, están dormidos. Piensan que cualquiera que se despierte, o que se dé cuenta de que lo que se toma por realidad es un sueño, se está volviendo loco.

El proceso de desidentificación es de muy amplias proyecciones. La identificación de la consciencia con el contenido mental hace que el individuo no llegue a percatarse del contexto más amplio de la consciencia que abarca este contenido. Si la consciencia se identifica con el contenido mental, este contenido se convierte en el contexto a partir del cual se contempla cualquier otro contenido y experiencia mental. Así, el contenido convertido en contexto interpreta ahora otro contenido y determina el significado, la percepción, la creencia, la motivación y el comportamiento, todo de manera que sea congruente con ese contexto y lo refuerce. Además, el contexto moviliza procesos psicológicos que a su vez lo refuerzan.

Por ejemplo, si el individuo acierta a pensar “estoy asustado”, y al observar ese pensamiento lo ve como lo que es, o sea nada más que otro pensamiento, entonces ejerce poca influencia sobre él. Sin embargo, si se identifica con él, entonces la realidad en ese momento es que el individuo está asustado y es probable que genere toda una serie de ideas y emociones de miedo y se identifique con ellas, que interprete como miedo sentimientos todavía inciertos, que perciba el mundo como atemorizante y que actúe de manera temerosa. Es decir que la identificación moviliza un proceso profético que se autorrealiza, en virtud del cual la vivencia y los procesos psicológicos validan la realidad de aquello con lo cual el sujeto estaba identificado. A la persona identificada con la idea de “estoy asustado” le parece que todo demuestra la realidad y la validez de su miedo.

Recuérdese que la identificación hace que la persona no se percate del hecho de que su percepción emana de la idea de “estoy asustado”, porque ahora esta idea no es algo que se puede ver, sino más bien aquello a partir de lo cual se ve y se interpreta todo lo demás. La consciencia, que podría ser trascendente y estar más allá de cualquier toma de posición, se ha visto ahora restringida a considerar el mundo desde una única perspectiva que se autovalida. Es similar al proceso que se da con los modelos no reconocidos, tal como lo describimos antes. Estamos dominados por todo aquello con lo cual nuestro ser se identifica. Podemos dominar y controlar todo aquello de lo que nos desidentificamos. En tanto que estamos identificados con un objeto, eso es servidumbre.

Es probable que las ideas y creencias constituyan los operadores o algorritmos que construyen, median, guían y mantienen la restricción identificatoria de la consciencia y actúan como modelos limitadores de quienes creemos ser. Como tales, deben estar abiertos a la identificación con el fin de permitir el crecimiento. Es posible que las creencias sean adoptadas como decisiones estratégicas y defensivas referentes a quiénes y qué debemos ser para sobrevivir y funcionar de manera óptima.

Cuando se recuerda que por lo común la mente está llena de ideas con las que nos identificamos sin saberlo, se hace obvio que nuestro estado de consciencia habitual es un estado en el que nos encontramos, literalmente, hipnotizados. Como en cualquier estado hipnótico, no es necesario que haya reconocimiento alguno del trance ni de la restricción de la consciencia que lo acompaña, ni tampoco recuerdo de la sensación de identidad previa a la hipnosis. Mientras estamos en trance, lo que pensamos que somos son las ideas con las que nos identificamos. O dicho de otra manera, los pensamientos de los que todavía no nos hemos desidentificado, crean nuestro estado de consciencia, nuestra identidad y nuestra realidad.

Sostenemos el mundo con nuestro diálogo interno. Los mecanismos generales subyacentes en la naturaleza hipnótica de nuestro estado habitual son probablemente similares en todos nosotros, aunque el contenido varíe entre uno y otro individuo y entre una y otra cultura. Dentro de las culturas se tiende a inculcar enérgicamente y a compartir las creencias y las realidades.

Lo que es inconsciente y lo que es consciente depende de la estructura de la sociedad y de las pautas de sentimientos y de pensamientos que ésta produce. La sociedad no se limita a atiborrarnos la consciencia de ficciones, sino que además nos impide percatarnos de la realidad. Cada sociedad determina las formas de percatación. Este sistema funciona, por así decirlo, como un filtro socialmente condicionado; no puede haber percatación de la vivencia a menos que esta pueda atravesar el filtro.

Visto desde este ángulo, parece que el ego cobrase existencia desde el momento en que la percatación se identifica con el pensamiento, que representa la constelación de pensamientos con los que tendemos a identificarnos y que fuera fundamentalmente una ilusión producida por una percatación limitada. Es una idea que da que pensar, tanto respecto de sus implicaciones personales como si consideramos que nuestras psicologías tradicionales de Occidente son psicologías del ego, y por consiguiente, estudios de la ilusión.

La trascendencia de la desidentificación

La tarea del despertar puede considerarse, pues, desde cierta perspectiva, como una desidentificación progresiva respecto del contenido mental en general y de los pensamientos en particular. Esto se evidencia en prácticas tales como la meditación interiorizadora, en la que se adiestra al estudiante para que observe e identifique con rapidez y decisión todo su contenido mental. Para la mayoría, se trata de un proceso lento y arduo, en el cuál un refinamiento gradual de la percepción da como resultado que la percatación se vaya despojando de capas o niveles de identificación cada vez más sutiles.

Finalmente, la percatación ya no se identifica exclusivamente con nada. Esto representa un cambio de consciencia radical y duradero conocido con diversos nombres, como iluminación o liberación. Como ya no existe ninguna identificación exclusiva con nada, queda trascendida la dicotomía yo/no-yo, y la persona se auto-vivencia a la vez como nada y todo. Es a la vez pura percatación (nada) y el universo entero (todo). Al estar identificada al mismo tiempo con ningún sitio y con todos los sitios, en ninguna parte y en todas partes, su vivencia es la de haber trascendido el espacio y la ubicación.

Una trascendencia similar se da con el tiempo. La mente está en un fluir constante. En los niveles de percepción más sensibles que es dable alcanzar mediante un adiestramiento perceptivo como la meditación, se ve la totalidad de la mente, y, por lo tanto, la totalidad del universo fenoménico, en movimiento y cambio continuos; cada objeto de la percatación emerge del vacío, entra en la percepción y vuelve a desaparecer en ínfimas fracciones de segundo. Tal es el reconocimiento fundamental de la enseñanza budista de la impermanencia, esto es, que todo cambia, que nada sigue siendo lo mismo. Darse cuenta de ello puede convertirse en una de las principales fuerzas que estimule a los meditadores avanzados a trascender todos los procesos mentales y alcanzar el estado, inmutable e incondicionado, del nirvana.

En este estado final de percatación pura, como ya no hay identificación con la mente, no hay sensación de estar identificado con el cambio. El tiempo es una función del cambio, y de esto resulta una experiencia de estar fuera del tiempo, o de trascenderlo, que se vivencia como eternidad, la eternidad del ahora inmutable, y a partir de esta perspectiva se percibe al tiempo como un producto ilusorio de la identificación.

Los contenidos y los procesos mentales se dan en buena medida como resultados del condicionamiento, hecho que reconocen tanto las psicologías de Occidente como las no occidentales. La identificación con tales contenidos da por resultado la experiencia de un sí mismo que está controlado por el condicionamiento. Una vez que esta identificación queda trascendida, lo están igualmente los efectos del condicionamiento. Por la mente pasan aún emociones y pensamientos condicionados, pero al no identificarse con ellos ahora se puede vivenciar la percatación como incondicionada.

La vivencia de la percatación pura incondicionada es evidentemente una vivencia de beatitud, que la tradición hindú describe como integrada por sat-chit-ananda: existencia, consciencia y beatitud. Si no hay identificación con emociones y pensamientos dolorosos, no hay vivencia del sufrimiento. Así, vista desde esta perspectiva, la causa del sufrimiento es la identificación.

Liberada de las identificaciones y contextos inconscientes que la deforman y limitan, la percatación es ahora capaz de una percepción clara y precisa. De aquí que en el budismo tibetano se diga de ella que es un espejo cristalino, porque refleja clara y fielmente la realidad. Además, al no haber identificación exclusiva, el espejo y lo que este percibe, el sujeto y el objeto, son percibidos como una y la misma cosa. La percatación se percibe ahora como aquello que antes miraba, porque el observador o ego, que era un producto ilusorio de la identificación, no es ya vivenciado como una entidad separada.

Además, como una persona en este estado se auto-vivencia como pura percatación en unidad con todo, sin ser con todo cosa alguna, cada persona se auto-vivencia también como exactamente lo mismo que, o idéntica a, todas las demás personas. Si se parte de este estado de consciencia, las palabras con que los místicos proclaman que somos uno tienen perfecto sentido como experiencia literal. Si no hay nada que exista, salvo el propio sí mismo, la idea de hacer daño a otros no tiene sentido alguno y se dice que una ocurrencia tal ni siquiera se da. En lo que se refiere a los otros, las expresiones naturales de este estado son más bien el amor y la compasión.

Las descripciones de la vivencia de este estado aclaran que para la mayoría de nosotros estas experiencias solo son conocidas en momentos de visión interior trascendente que se dan en las experiencias cumbre. Así pues, nuestra capacidad de comprensión se halla limitada por las restricciones de la comunicación entre estados y por la falta de experiencia directa. De aquí que las descripciones de estos estados hayan de ser parcialmente incomprensibles para el resto de nosotros y resulten imposibles de interpretar a partir de los marcos de referencia de la psicología tradicional. Entonces es muy fácil desdeñar superficialmente tales fenómenos como algo disparatado o hasta patológico, error que han cometido incluso algunos de los profesionales de la salud mental más destacados de Occidente. Pues bien, el modelo transpersonal intenta, por primera vez, ofrecer un marco de referencia psicológico capaz de abarcar las vivencias y las disciplinas espirituales.

En la medida en que las personas que se encuentran en el estado de consciencia conocido como iluminación se auto-vivencian como pura percatación, como todo y nada, como el universo entero, incondicionado, inmutable, eterno y en unidad con todos los otros, se auto-vivencian también en su unidad con Dios. Aquí, Dios no implica ninguna persona o cosa que esté fuera, sino más bien la vivencia directa de ser todo lo que existe. En las profundidades más hondas de la psique humana, cuando se han abandonado todas las identificaciones limitadoras, la percatación no encuentra límites a la identidad y se auto-vivencia directamente como aquello que trasciende los límites del tiempo o del espacio, aquello a lo que la humanidad ha llamado tradicionalmente Dios. Para mí, “Dios” es una palabra que se usa para señalar nuestra subjetividad inefable, los inimaginables potenciales que hay dentro de cada uno de nosotros.

Así pues, en los más altos niveles del bienestar psicológico, el modelo transpersonal solo puede señalar aquello que está más allá de ambos modelos y de lo personal.

Roger Walsh y Frances Vaughan, en R. WALSH – F. VAUGHAN (eds.), Más allá del ego. Textos de psicología transpersonal, Kairós, Barcelona 61994, 75-88 (original: 1980).

Semana 4 de diciembre: ANTE EL DOLOR DEL MUNDO

refugiadosEl dolor del mundo, en todas sus variadas formas, y de un modo particular la injusticia contra los inocentes, nos descoloca. ¿Qué sentido tiene tanto sufrimiento? ¿Qué podemos hacer frente a ello?

         Lo que deseo compartir en estas líneas no es tanto lo que tengamos que hacer frente a él –cada cual verá a qué se siente llamado-, sino el que me parece ser el modo adecuado de acoger y vivir esa realidad innegable.

         Para empezar es bueno hacerse consciente de aquello que la presencia del dolor despierta o provoca en mí. Hacerlo consciente implica también aceptar y acoger todos esos sentimientos: son involuntarios y tienen una razón de ser. Solo después de esa aceptación primera podré abrirme a cuestionarme acerca de los mismos: ¿los siento ajustados o coherentes con la realidad? Y ahí puedo disponerme a escuchar la respuesta que –inmediata o no- pueda aparecer.

         Si entre ellos aparece dolor, es probable que ese sentimiento tenga una tarea importante que cumplir en mí. Acogido tal como lo sienta, sin añadir ninguna historia mental a su alrededor, el dolor puede ir haciendo espacio en mi interior, generando un hueco cada vez mayor que, desalojando al ego, será ocupado por la compasión. Entonces será posible que sea la compasión quien reoriente mis actitudes y mi comportamiento.

         Con todo, dadas las inercias mentales, me parece importante proponer alguna cautela.

         La primera de ellas consiste en mantener la lucidez para no convertir el dolor en sufrimiento. Cuando eso ocurre, ya no es el dolor del mundo el que me duele, sino lo que –consciente o inconscientemente- he proyectado sobre él. Incluso con la mejor intención, puedo pensar que sufro intensamente por los otros, cuando en realidad tal sufrimiento lo está creando mi mente, a partir de material inconsciente no resuelto.

         Eso ocurre cuando me niego a aceptar la realidad sencillamente porque no “casa” con mis esquemas o porque me frustra el modo como se presenta. Puede acontecer también cuando el dolor que percibo en el mundo toca algo herido o no elaborado en mi interior. Es mi propio problema activado lo que puede introducirme en una espiral de sufrimiento, que incluso soy capaz de enmascarar creyendo que está causado por el dolor ajeno. El sufrimiento siempre es por uno mismo…, y siempre es producido por la ignorancia básica acerca de quienes somos.

         Frente a una trampa, tan frecuente como peligrosa, es urgente reconocer que todo sufrimiento –frente al “hecho bruto” del dolor, este va acompañado de resistencia y de cavilación mental- es provocado por la mente no observada; nace como consecuencia de las interpretaciones o etiquetas mentales que sobreimponemos a la realidad.

         Si acallamos la mente, notaremos que el sufrimiento también se silencia. Y afrontaremos el dolor, propio y ajeno, de modo diferente. Tal vez nos venga bien recordarnos que –en contra de cierta tendencia “sensiblera”- nuestro sufrimiento no beneficia a nadie ni alivia a quien padece cualquier tipo dolor.

         Frente a la realidad del dolor del mundo, acogido nuestro genuino sentimiento de compasión y de solidaridad para vivirnos desde él, me parece importante señalar otra cautela. Es la que se refiere a la tentación de omnipotencia, tan del gusto del ego. Tentación que, en ocasiones, suele ir acompañada de sentimientos de culpabilidad o auto-reproche, como consecuencia de aquel mensaje mental que nos advierte que no hemos hecho todo lo que “deberíamos hacer”.

         Desactivado el sufrimiento estéril y desenmascarada cualquier culpabilidad arraigada, recuperamos la lucidez para situarnos conscientemente ante la realidad. Y sabedores también de que el dolor del mundo es “reflejo” de nuestros “desajustes” internos, nos comprometeremos en nuestra propia transformación. Solo de un interior pacificado nacerá un mundo en paz; de un  interior “ajustado” surgirá un mundo regido por la justicia.