Guía para volver a casa. Comentario al evangelio de cada día. Ciclo A – 2016/2017

Ciclo A

A Ana

Lo sepa o no, en todo lo que emprende, el ser humano no busca otra cosa que “volver a casa”. Ese es su mayor anhelo y el motor de su existencia.

La “casa” es nuestra verdadera identidad. Por tanto –y esta es la primera paradoja-, buscamos lo que ya somos, pero que en gran medida ignoramos. La ignorancia nos hace buscar a tientas y la añoranza nos empuja a compensar.

Porque, mientras nos creemos lejos de casa, sentimos frío y vacío, que tratamos de compensar con mil objetos sustitutorios: dinero o poder, imagen o títulos, placeres o creencias, sexo o religión, relaciones o soledad…

La sensación de estar lejos de casa se manifiesta como ansiedad, que nos hace adictos a cualquier cosa que pueda aliviarla. Pero no hay satisfacción posible mientras permanezcamos en la ignorancia.

La realidad es que no hay ninguna lejanía. Aunque hayamos pensado lo contrario, lo cierto es que nunca hemos estado –ni podemos estar- fuera de casa. Lo que necesitamos es, sencillamente, caer en la cuenta de que ya estamos en ella.

El autor se acerca al evangelio como palabra de sabiduría. En Jesús encuentra a un hombre sabio que vivió plenamente consciente de su identidad, que no es separada de la nuestra. Y en la palabra del evangelio percibe guiños que inspiran, sostienen y alimentan el camino de “vuelta a casa”, aquella identidad una que compartimos con todos los seres. Por eso, al encontrarla –al caer en la cuenta-, nos encontramos a nosotros mismos y a todos los seres. A esa “casa” Jesús la llamó “tesoro escondido”, “perla”, “semilla”, “Reino de Dios”, “Vida” o “Padre”. Al encontrarla, comprendemos que todo lo que dijo Jesús lo podemos decir cada uno de nosotros con la misma verdad. Todo ser humano puede decir: “Yo soy la vida” o “El Padre y yo somos uno”.

La desilusión es la comprensión de que nada fuera de ti (ninguna persona, objeto, sustancia, acontecimiento)  te hará plenamente feliz, ni te completará, ni te llevará de vuelta a Casa.
La paz es la comprensión de que nada fuera de ti (ninguna persona, objeto, sustancia, acontecimiento)
te hará plenamente feliz, ni te completará, ni te llevará de vuelta a Casa.

No hay prácticamente ninguna distancia entre la desesperación y el despertar de la gratitud.
No puedes llegar a Casa, amigo. ¡Nunca saliste de ella!
(Jeff Foster).

«Que en la algarabía de nuestras tareas sin fin no cese de resonar en el fondo de nosotros, como emitido por un instrumento de cuerda única, este constante llamamiento: ¡Oh! ¡Despierta! ¡Sé consciente!» (Rabindranath Tagore).

Entre usted y Dios no hay distancia para un camino” (Nisargadatta).

«Qué dichosa será tu alma y qué bien empleada estará si se entra dentro y se está en su nada, allá en el centro» (Miguel de Molinos).

“Compare usted la conciencia y su contenido con una nube. Usted está dentro de la nube, mientras que yo la miro. Está usted perdido en ella, casi incapaz de ver la punta de sus dedos, mientras que yo veo la nube y otras muchas nubes y también el cielo azul, el sol, la luna y las estrellas. La realidad es una para nosotros dos, pero para usted es una prisión y para mí un hogar” (Nisargadatta).

 

ÍNDICE

 Introducción

Tiempo de Adviento

Tiempo de Navidad

Tiempo Ordinario

Tiempo de Cuaresma

Tiempo de Pascua

Tiempo Ordinario

Índice de las lecturas evangélicas

 

INTRODUCCIÓN

Al libro que recogía los comentarios al evangelio de cada día del Ciclo “C” (2015-2016), creí adecuado titularlo: “Otro modo de leer el evangelio”. Con ello no quería apostar por ningún afán de novedad; intentaba, sencillamente, leer el texto evangélico desde la perspectiva no-dual, en el convencimiento de que la misma resulta un “idioma” mucho más adecuado que el modelo mental de cognición, caracterizado por la (errónea idea de la) separatividad y la objetivación. En la presentación de aquel libro –así como en otras publicaciones anteriores-, justificaba tal afirmación[1]. A ellas remito para comprender lo que en esta se da por supuesto.

El título de este nuevo comentario, relativo al Ciclo “A” –que no puede ser sino complementario del anterior-, busca explicitar, tanto el objetivo de la lectura, como el ángulo desde el que quiero hacerla.

Me parece claro que, en cuanto libro de sabiduría, superadas ya las lecturas literalistas y moralizantes que lo convertían, respectivamente, en un conjunto de anécdotas del pasado o en un código ético, lo que busca el evangelio solo es una cosa: ayudar a ver. La misma metanoia (conversión) de la que hablará Jesús no es sino una invitación a mirar desde “más allá de la mente”.

Ahora bien, no se puede ver si no se crece en consciencia; crecimiento que, en las tradiciones espirituales, se ha designado como “despertar”. Si tenemos en cuenta que todo se ventila en la comprensión, no puede haber objetivo más importante que el de comprender quiénes somos y qué es lo real. Es a lo que quiere llamar el grito de Tagore, que encabeza este escrito: “¡Despierta! ¡Sé consciente!”.

Me acerco, pues, al evangelio, como una palabra que me llama a vivir consciente y a ir despertando a la verdad de lo que somos. Pero esa “verdad” no es ninguna creencia, ningún concepto, que nuestra mente pudiera atrapar. La verdad es una con la realidad y, por lo tanto, con lo que nosotros mismos somos en profundidad. Es decir, la verdad coincide con nuestra casa.

De hecho, únicamente llegamos a “nuestra casa” cuando, superando los engaños en los que nos hemos enredado, despertamos a la comprensión de lo real. Pero esa comprensión no es el resultado de un proceso conceptual o de un razonamiento mental, sino que ocurre, por el contrario, en el silencio de la mente. La razón es sencilla: el Silencio disuelve el engaño de la separación. Aquietando la mente, salimos del bucle en el que ella se instala, y accedemos al “conocimiento silencioso”, del que han hablado siempre los sabios y los místicos.

Porque no podemos conocer “nuestra casa” pensando –alcanzaríamos, si acaso, un concepto de la misma-, sino únicamente habitándola de una manera consciente. Y, al hacerlo, nuestro primer descubrimiento es sorprendente: ya somos y siempre hemos sido Eso que andábamos buscando. Pero nuestra ignorancia –sueño- nos impedía reconocerlo.

Nos hallamos inmersos en una curiosa paradoja: somos plenitud, pero nuestra mente nos piensa como carencia; somos ya la casa que nuestra mente busca fuera. A falta de consciencia, nos vemos reflejados en aquella oración de Isabel de la Trinidad: “Señor, si tú estás en todas partes, ¿cómo me las arreglo yo para estar siempre en otro sitio?”. La confusión nace del hecho de que nuestra mente hace una lectura reductora y por tanto errónea de lo que somos. Y la paradoja se resuelve en cuanto comprendemos el equívoco y nos reconocemos uno con la Vida, uno con lo que es, consciencia atemporal e ilimitada.

De lo dicho se desprende que “crecer en consciencia” o “despertar” consiste en reconocer “nuestra casa”, en descubrir, experimentar y vivir nuestra verdadera identidad; en responder existencialmente a la pregunta humana por antonomasia: ¿quién soy yo?

Confío en que ahora pueda entenderse el título de estos comentarios, que comprenden y leen el evangelio como una guía para volver a casa, en la certeza, sin embargo, de que nunca nos habíamos alejado de ella.

Desde esta perspectiva, quiero acercarme al evangelio de cada día como un recordatorio que me dice: “¡Despierta! Reconoce tu casa y permanece en ella. No olvides tu verdadera identidad. Vive en conexión con ella”.

Y esto es lo que, día a día, quiero compartir con los lectores: la palabra que haga crecer nuestra comprensión y nos “traiga”, una y otra vez, a la “casa” de la que nunca nos habíamos alejado.

Esa “casa” no puede nombrarse adecuadamente, porque es más grande que todos los nombres y todos los conceptos. Pero hay palabras que apuntan en aquella dirección: consciencia, presencia, espaciosidad, plenitud, Ser, Dios… En los evangelios sinópticos se nombra, con frecuencia, como “Reino de Dios”, y en el de Juan, como “Vida”.

Esa “casa” es solo una –lo Real es uno- y compartida. Todos estamos en ella. Solo necesitamos caer en la cuenta: cuando eso ocurre, pasamos de la oscuridad a la luz, del agobio a la paz, de la tristeza al gozo, del sufrimiento a la liberación, del egoísmo a la comunión… Cesa la resistencia y se fluye con la Vida; cae la identificación con el ego y nos descubrimos en Casa.

Deseo cordialmente que, día a día, en lo profundo de nuestro corazón, escuchemos la palabra que nos recuerda: “¡Vuelve a casa!”. Y que estas páginas, aproximándonos a la sabiduría de Jesús, constituyan una ayuda eficaz en ese despertar compartido.

[1] Otro modo de leer el evangelio. Comentario al evangelio de cada día (Ciclo “C”, 2015-2016), Desclée De Brouwer, Bilbao 2015. He desarrollado la necesidad de pasar del modelo mental al modelo no-dual en Otro modo de ver, otro modo de vivir. Invitación a la no-dualidad, Desclée De Brouwer, Bilbao 22014; y lo he aplicado a una relectura de los principales contenidos cristianos en Cristianos más allá de la religión. Cristianismo y no-dualidad, PPC, Madrid 22015.

Semana 22 de mayo: PRÓLOGO AL LIBRO DE VICENTE SIMÓN

VICENTE SIMÓN, CubiertaVICENTE SIMÓN, Para cuando sufras. Versos, mindfulness y sabiduría, Sirena de los Vientos, Madrid 2016.

PRÓLOGO

Consciente o no de ello, parece innegable que el ser humano va buscando sabiduría, aquel saber sabroso –la sabiduría nace del saboreo de lo experimentado- que se traduce en comprensión y que es fuente de libertad interior, de plenitud y de felicidad.

Hay un dinamismo en todos nosotros que nos impele a esa búsqueda. Por más que en ocasiones tratemos de adormecerlo o incluso negarlo, por más que en otras intentemos compensarlo y reducirlo a la mera erudición, por más incluso que queramos perdernos en distracciones, el impulso permanece. Y no es difícil, si se mira con limpieza, percibirlo como expresión de la Verdad que busca abrirse camino.

En su camino, la Verdad irá deshaciendo una a una todas nuestras creencias –los pequeños “mapas” que nuestra mente había construido-, hasta dejarnos desnudos y, por ello mismo, capaces de acogerla; hasta poder rendirnos y, en la misma entrega a lo que es, descubrir el secreto último que la existencia encierra, y que tan magníficamente supo expresar aquel gran poeta que fue Jorge Guillén: “Solo ser. Nada más. Y basta. Es la absoluta dicha”.

La palabra sencilla y sabia –profunda por humilde- de Vicente Simón nos introduce amablemente en esa misma sabiduría. Psiquiatra, catedrático de psicobiología y pionero impulsor de los programas del “mindfulness” en España, Vicente –autor de libros valiosos en ese tema- nos regala ahora esta colección de poemas, en los que aparece, sin pretenderlo, el secreto que ha inspirado y sigue inspirando toda su trayectoria profesional. Se nos muestra el hombre que ha buscado, luchado y experimentado. Y eso es lo que ahora comparte y nos regala: unos textos que derrochan sabiduría –aquel saber sabroso-, que es luz y es humildad. Por lo que, a medida que el lector se va dejando tomar por ellos, se descubre a sí mismo asintiendo a lo que lee, hasta terminar exclamando con el autor: “¡Es todo tan sencillo…!”.

Este es el don de Vicente: hablar con la sencillez y la humildad de quien se ha desnudado ante la Verdad y de quien ha visto (y comprendido) que, en rigor y más allá del juego de las apariencias, realmente todo es muy sencillo. Esto convierte a sus poemas en “recordatorios” para conectar con nuestra propia verdad ya que, como él mismo dice en uno de ellos, a los humanos nos resulta demasiado fácil olvidarnos de lo que somos.

En realidad, cada poema viene a recordarnos siempre la misma verdad: como han afirmado los sabios –desde Jesús de Nazaret hasta Nisargadatta o Ramana Maharshi-, nuestra verdadera identidad es “YO SOY”: ignorarlo es esclavitud (al ego) y sufrimiento; comprenderlo es liberación y gozo.

Pues bien, como decía, Vicente tiene el don de facilitarnos el acceso a esa comprensión de un modo sencillo y cordial: de ahí que resulte fácil reconocerse en sus textos y adentrarse en la sabiduría que proponen. La clave es simple: poner atención; atender y entregarse a lo que es. Como un estribillo, esta consigna vuelve una y otra vez a lo largo de todos los poemas.

Es la atención, no el pensamiento, la que nos permite comprender. Y cuando comprendes –nos recordará Vicente- te rindes, y cuando te rindes comprendes. Y amas. El poeta sabe que la vida no es un sustantivo –algo cerrado y estático-, sino un verbo, o mejor aún, un gerundio. La vida es siempre un viviendo, un siendo en cada instante. Pero eso únicamente puede verse desde la atención: es esta la que nos hace descubrir que, más allá del juego del espacio y del tiempo creados por la mente, somos eternidad, es decir, pura Presencia. La atención nos hace caer en la cuenta de algo elemental que, sin embargo, nos pasa desapercibido: “si te das cuenta, / es que eres”. Con lo que volvemos al principio de la sabiduría: la única certeza es la certeza de ser, el “YO SOY”.

Por ello, esta hermosa colección de poemas constituye una ferviente llamada a la realidad y, por tanto, a la verdad. Desnudando las creencias con que se maneja el ego o la mente (“Esto no debería ser así, aquello debería ser de otro modo…”), la verdad nos muestra que somos uno con el Fondo de todo lo real. Y que la Realidad una, por más que habitualmente la pensemos como “externa” a nosotros, constituye nuestra propia esencia.

Los poemas nos vienen a recordar que esa comprensión se traduce necesariamente en un dejarse fluir marcado por la compasión y la ternura.

El secreto –es necesario decirlo una vez más- radica en el “darse cuenta”, que no es sino otra forma de nombrar la consciencia, la atención o, como dirá el autor, el “saber mirar”… La consciencia (atención), como también se nos recordará, nos hace salir del tiempo y anclarnos en la eternidad; diluye las ideas sobre lo real porque permite la manifestación de la Realidad misma; libera del apego a (identificación con) los pensamientos y de ese modo posibilita la libertad interior y la felicidad. En resumen, nos saca del engaño dualista y nos abre el pasaje a la no-dualidad. Y es que, como dijera el poeta y místico Rumi, “el peregrinaje al lugar de los sabios consiste en encontrar cómo escapar de la llama de la separación”.

Al terminar la lectura, no ya de la colección, sino de cada uno de los poemas de Vicente, me queda un profundo sentimiento de gratitud. Agradezco ser conducido, de modo tan sencillo, a renovar la experiencia de nuestra verdadera identidad, a ejercitarme en vivir desde la sabiduría-comprensión que lleva a amar todo lo que es, todo lo que aparece, hasta “ver la pureza en todo” y estallar con el autor en su mismo grito de gozo y plenitud: “¡Qué feliz soy…, cuando solo soy!”.

La mente no puede comprender ni nombrar la no-dualidad. Sin embargo, poemas como estos son bienvenidos porque ayudan a tomar distancia de ella, salir de su modo de ver, acallarla y, así, trascenderla, facilitando el des-velamiento (aletheia) de lo Real no-dual. Es la meta a la que apunta la sabiduría que, seamos o no conscientes de ella, internamente nos mueve.

Los poemas de Vicente –y este es seguramente su mayor mérito- constituyen una valiosa “puerta de entrada” para quienes buscan sabiduría: iniciar el “peregrinaje al lugar de los sabios” (Rumi), saboreando la verdad y la belleza de la no-dualidad.

Enrique Martínez Lozano

Semana 22 de mayo: PARA CUANDO SUFRAS

HuracánPARA CUANDO SUFRAS

 

 

Date un respiro cuando sufras.

Date un respiro.

Te lo mereces,

Tú y el universo que te acoge

 

No te vas a romper,

Puedes sufrir.

Todos lo hacen

Por un tiempo.

 

Piensa que sufrir

Es humano,

Y te hace más humano todavía.

Nunca sufres solo.

 

Pero date cuenta

De que estás sufriendo,

Ahora mismo,

En este irrepetible momento

 

Y acuérdate,

Que como humano que eres,

También puedes amar

Entonces, date amor y consuelo.

 

Eres una criatura que sufre

Eres una criatura que ama

Y esa criatura que ama

Puede consolar a la criatura que sufre.

 

No dejes de hacerlo.

Ama al que sufre, alívialo.

Y, si ahora, el que sufre eres tú,

Consuélate, queriéndote tal como eres

 

*********************

 

Girasoles¡QUÉ FELIZ SOY!

 

 

¡Qué feliz soy cuando sólo soy!

¡Qué feliz soy sólo siendo!

 

Estando sencillamente aquí

Notando la vida en mi cuerpo

 

Sintiendo que vivo y respiro,

Que siento.

Que puedo pensar

Que no pienso.

 

Comprobando que veo,

Aunque miro y no quiero ver

Nada especial ni concreto.

Porque todo está bien

Todo está bien, todo es bueno.

 

Sintiendo mi cuerpo

Y el espacio que ocupa

Y que puedo moverme

Aunque me esté muy, que muy quieto

 

Y escuchando el bullir de las cosas

Sus trajines, suspiros y roces

Sus silencios y estrépitos

Sus señales de vida, su estruendo

 

Y yo sigo aquí

Encantado, contento

 

Sin afán, sin empeño

Sin rencor, sin lamento

Sin espera ni anhelo

Ni angustia, ni tedio

 

Sigo aquí

Siendo, siendo

¡Qué feliz, sólo siendo!

 

Vicente SIMÓN, Para cuando sufras. Versos, mindfulness y sabiduría, Sirena de los Vientos, Madrid 2016.

Semana 15 de mayo: LA RISA COMPASIVA

Vivir en el ahora“Bienaventurados los fracturados, porque dejan pasar la luz”.

Entrevista de Inma Sanchís a Alain Vigneau, actor, clown y pedagogo, en La Contra de La Vanguardia, 01.04.2016.

56 años. Nací en Pau, la ciudad de Enrique IV, y vivo dentro de mi maleta con casa en Castellón. Tres uniones, 4 hijos –el mayor de 33 y la pequeña de 4 años–, y 4 nietos. Urge sanarnos cada uno de nosotros, no queda otra para tener una buena sociedad. Dios no nos quiere por cómo somos, sino por cómo es él.

 

Tuvo una infancia violenta y dolorosa y arraigó en él la desesperación. Invirtió media vida en asumir el sentido tragicómico de lo humano y en ser capaz de reírse de sí mismo. Fue pastor, viajó por medio mundo con Payasos sin Fronteras, fundó la compañía de teatro La Stravagante. Descubrió que la nariz de payaso, esa mínima máscara, nos permite ser nosotros mismos, mostrar nuestra pequeñez, nuestro desconcierto ante un mundo exigente, sanar nuestras heridas, y creó Clown Esencial, talleres terapéuticos (Clownesencial.com) que imparte en colaboración con el doctor Claudio Naranjo en los programas SAT. Resume sus vivencias como terapeuta clown en Clown Esencial. El arte de reírse de sí mismo (La Llave).

 

De niño me enfadé mucho con Dios y firmé un pacto íntimo y secreto. Algo así como “de acuerdo, si tengo que vivir en medio de estas circunstancias, lo haré, pero pagarán por ello”. Se trata de un contrato de desamor con el mundo, algo muy común.

¿Qué le ocurrió?

A mi madre la asesinó su amante. Yo tenía 7 años. Mi padre me sentó en sus rodillas y me dijo: “Tu madre se acabó”. Me comí un pañuelo y estuve un mes sin hablar.

El alma infantil es como plastilina, las cosas impactan como meteoritos, su razonamiento no es el del adulto. Obviamente, yo quería matar al asesino, pero se suicidó. Me quedé con esa carga de rabia y de desamparo dentro.

¿Sin refugio?

Tenía a mi abuela materna. Pero al cabo de cinco años encontró una granada de la Segunda Guerra Mundial que le explotó en las manos. Crecí con esos golpes que te hacen ver que la vida no es nada, es solo ahora, y que tiene una dimensión violenta.

¿Qué fue de usted?

Viví sin rumbo. A mi padre apenas lo conocía y le temía. En el colegio me sentía distinto porque ellos tenían madre y yo no. Esa exclusión del club de los normales me dolía muchísimo.

¿Cómo transitó por la adolescencia?

Abandoné los estudios y me fugué a la montaña. Me hice pastor de ovejas. Durante diez años viví con mi pareja en una finca en ruinas, y allí tuvimos dos hijas que crecieron entre corderos, sin electricidad, sin agua caliente: una vida arcaica. Pero mi dolor y mi locura no cejaron. Yo era un tipo violento.

¿Y quiso ser payaso?

Era otro de mis sueños. Mi madre pintaba payasos. Viajé muchísimo por el mundo con Payasos sin Fronteras y me di cuenta de que todos lloramos y reímos en el mismo idioma.

Y usted ¿aprendió a reír?

Por mi viejo contrato con Dios entendí muy pronto que la vida es algo muy serio y que hay un monstruo que, si eres demasiado feliz, se despertará porque duerme con un ojo abierto. Me costó más de diez años de actuaciones permitirme reírme de mí mismo.

¿Aconteció de repente?

Sí, en un momento del espectáculo me rendí a la felicidad del público y así me rendí a la mía propia, reí, solté el control, acepté… Fue revelador, y empecé a trabajar con Claudio Naranjo en los programas terapéuticos SAT que se imparten por medio mundo, creé Clown Esencial.

¿La terapia del payaso?

Sí, un espacio para celebrar juntos nuestra torpeza e inutilidad –este tragicómico intento de ser nosotros mismos–, para mirarnos sin culpas ni prejuicios protegidos por una nariz roja, y así desacralizar nuestra insignificante seriedad y transformar nuestro pasado en patrimonio.

Transformó su dolor en arte.

Sí, y ese arte me hacía tener un lugar en el mundo. Todos queremos pertenecer. Y tenemos derecho a ser inútiles. Yo creo que estamos muy enfermos de una santa seriedad, un altar en el que sacrificamos mucha espontaneidad y dulzura. Somos mucho más amorosos de lo que nos mostramos.

Forma parte de nuestra torpeza.

Sufrimos mucho más por no poder amar lo suficiente que por no ser amados lo suficiente. En realidad, todo se reduce a amor y dolores de amor. Castramos nuestra sensualidad, amorosidad, nuestra capacidad de gozo…, y lo hacemos con sumo esfuerzo.

Un sinsentido.

Es legítimo que queramos ser grandes, pero es muy cansado. Cuando celebramos nuestra pequeñez nos hacemos grandes de una forma más espléndida y más relajada, y no hacemos pagar al mundo nuestro esfuerzo. Mi trabajo es celebrar la condición tragicómica de la vida.

Es necesario reparar el amor a uno mismo.

Confundimos amarnos con ser orgullosos, cuando querernos a nosotros mismos es un acto de profunda humildad: ver lo que hay dentro y reconsiderarse. Pero anida en nosotros un cansancio íntimo, casi vergonzoso, que aflora cuando nos quitamos el maquillaje del personaje de la vida social, profesional o familiar.

Hay un anhelo de ser nosotros mismos, sin tanto esfuerzo ni requisito, ser sin aparentar, existir sin tener que pagar nada a cambio, pero no alcanzamos ni para querernos a nosotros mismos y nos pasamos la vida pidiendo a otros que nos quieran. Vivimos llenos de autoexigencia.

Agotador.

El público ríe o llora con el clown porque se reconoce. Nos igualan nuestras imperfecciones, no nuestras grandezas. Yo soy consciente de que tengo un perro feroz dentro y otro bondadoso que despierta cada mañana dispuesto, y hay que ayudarle.

¿Cómo?

Reconociéndolo. Yo soy un torpe patético que tiene derecho a una vida buena… Hay una frase hermosa de Yvan Audouard: “Bienaventurados los fracturados porque dejan pasar la luz”.

¿Reivindica el derecho a la torpeza?

Sí, a la inutilidad, a no servir para nada y no ser condenado por ello. Colocarse la nariz es justamente brillar desde la propia inadecuación social, física o intelectual. Comunicar nuestro desamparo frente a la complejidad del mundo es más constructivo que maquillarlo.

Semana 8 de mayo: LA RESPIRACIÓN CONSCIENTE COMO PRÁCTICA MEDITATIVA

Camera 360
Camera 360

Parece innegable que la mente se maneja por determinados “principios” –pautas o patrones de creencias-, nacidos en el contexto familiar y educacional, a los que se aferra de una manera frecuentemente automática.

         De hecho, un ejercicio muy saludable consiste en hacer conscientes los “principios” que rigen nuestros comportamientos. ¿Qué creencias se me repiten detrás de los sentimientos y de las acciones que pongo en marcha? Basta prestar un poco de atención para constatar hasta qué punto nos dejamos mover por lo que pueden llamarse con razón “creencias irracionales”, que suelen habitar nuestro inconsciente.

         Tales creencias –en cuanto “programas” instalados en nuestra mente- se hacen presentes en todos los campos: emocional, interpersonal, político, religioso… Y se manifiestan también en el modo de afrontar el camino espiritual y, en concreto, la práctica de la meditación.

         Una de las creencias habituales es aquella que tiende a desvalorizar lo que parece más simple o sencillo, en beneficio de lo que se percibe como más sofisticado. Si a eso se le añade la atracción de la mente –con frecuencia compulsiva- hacia experiencias “especiales” o “extraordinarias”, el resultado es algo parecido a este cóctel: se valoran prácticas más rebuscadas o simplemente más “difíciles” porque se alienta la expectativa de que serán ellas las que nos obtengan con más seguridad experiencias más valiosas.

         Me parece importante reconocer que tal planteamiento esconde, al menos, dos trampas: por un lado, entender la espiritualidad como el logro de “experiencias” no es sino narcisismo disfrazado –“materialismo espiritual”, lo han llamado los sabios- que refuerza y alimenta el ego, con lo cual se produce justamente lo más opuesto a lo que significa la espiritualidad; por otro, se está poniendo el acento en el buscar, más que en el “dejarse encontrar”, con lo cual la propia búsqueda resulta engañosa al hacernos pensar que aquello que nos plenifica se halla fuera o lejos de nosotros.

         En el camino espiritual se requiere una especial lucidez para detectar las trampas, muchas de ellas en principio inconscientes, que lo acechan. En este escrito quiero referirme solo a una de ellas, ya mencionada, que tiene que ver con la práctica meditativa.

         En el ámbito de tales prácticas, suelen apreciarse dos fenómenos recurrentes: la búsqueda de alguna práctica “especial” que proporcione resultados de un modo rápido y palpable, y la tendencia a alternar prácticas muy variadas, sin un criterio coherente. Como consecuencia, se suele dejar de lado una muy sencilla, pero profundamente eficaz, como es la respiración consciente.

         Se trata de una práctica completamente simple, al alcance de todos y que, cuando se mantiene con perseverancia, produce efectos realmente transformadores. ¿Cómo hacerla?

         Se trata de llevar toda la atención, de la manera más descansada posible –como si fuera un juego- al proceso respiratorio. No hay nada que conseguir; ni siquiera hay que buscar “hacerlo bien”. Queremos únicamente educar la atención, para poder vivir la mente, no como la “dueña” de casa que condiciona nuestro estado de ánimo, sino como una herramienta a nuestro servicio. Es decir, queremos adiestrarnos en pasar del pensar al atender.

         Esa tarea de educación requiere –como cualquier otra tarea educacional- dos actitudes simultáneas: cariño y firmeza. Por eso, cada vez que nos damos cuenta de que nos hemos distraído, con todo cariño, pero con toda firmeza, volvemos a “traer la mente a casa”, para continuar descansando en la atención.

         Se trata, realmente, de descansar. El acento no tiene que estar puesto en el esfuerzo por atender, sino en descansar en la atención que somos: sabiendo que es ella la que nos sostiene a nosotros.

         Para vivir bien la práctica, ayuda mucho hacerse consciente de los cuatro momentos de la misma, respetando todo el proceso: exhalación – pausa – inhalación – pausa.

Este modo de hacer, no solo resulta beneficioso para todo nuestro organismo por la propia ralentización del movimiento respiratorio –como ponen de relieve rigurosos estudios médicos-, sino que facilita notablemente el propio ejercicio de la atención.

Según aquellos estudios, cada día respiramos unas 26.000 veces, lo cual significa que se movilizan alrededor de 14.000 litros de aire. Pero mientras lo ajustado sería que una persona hiciera 4 ó 6 respiraciones por minuto, lo más habitual es que se produzcan entre 16 y 20. Y si una respiración consciente –profunda, armoniosa y pausada- podría reponer el 99% de la energía que necesitamos, con frecuencia apenas lo hace en un 10 ó 20%.

Con todo, más allá de los beneficios para la salud, la respiración consciente nos regala serenidad, ecuanimidad, libertad interior, mayor consciencia y apertura a la consciencia de nuestra verdadera identidad.

En la práctica consciente, la respiración va ocupando todo el espacio, hasta quedar solo el hecho de respirar. Y experimentas que no eres tú quien respira, sino que, más bien, la respiración se hace en ti o a través de tu persona; en realidad, eres respirado(a).

Es la Vida la que respira a través de ti y de cada uno de los seres. La Vida que tú también eres, sin ningún espacio de separación. De este modo, la respiración consciente te pone en contacto directo con la Vida que eres.

Insistir en la bondad de esta práctica no significa, obviamente, negar el valor de otras (afectivas, atencionales o más “silenciosas”): cada persona verá cuál es la que mejor se adecua a su perfil y a la circunstancia por la que está atravesando en cada momento. Con esta aportación, pretendía solo prevenir del riesgo de perdernos en la búsqueda de la “variedad” –que, en definitiva, nos aleja de la constancia-, a la vez que subrayar la eficacia transformadora de la respiración consciente, tanto en nuestra vida cotidiana, como en la comprensión de nuestra verdadera identidad.

Semana 8 de mayo: DESCANSAR DEL SERMÓN

ZumaiaHabía una anciana en la iglesia de Yamaguchi que cada semana subía, pasito a pasito, la cuesta que conduce hasta lo alto de la colina para asistir a la misa dominical. Ni calores veraniegos ni fríos de invierno le impedían subir la cuesta hasta la iglesia situada en lo alto de la colina. A la salida, solía ofrecerse alguien para acompañarla en coche a casa, pero ella insistía en rechazar el favor; prefería volver a pie dando un paseo.

         Un día explicó el motivo: “no me fatiga el paseo, me descansa. Me gusta bajar por el otro lado de la colina. Cruzo por el parque del templo budista. Disfruto a la sombra de su foresta centenaria. Me siento en un banco y respiro a mitad de camino. Allí, en aquella umbría de paz se encuentra a Dios. Y, de paso, se quita el cansancio de la misa y el sermón”.

         Sorprendió a sus vecinos al añadir: “En la misma y sermón hay tantas y tantas palabras seguidas…”.

 

Juan MASIÁ, Vivir. Espiritualidad en pequeñas dosis, Desclée De Brouwer, Bilbao 2015, p. 29.