Semana 27 de marzo: LA REVOLUCIÓN CUÁNTICA

Cuántica

 

Me parece, a la vez, profundamente revelador y esperanzador el hecho de sea, dentro mismo de la ciencia, donde se haya producido un cuestionamiento radical de los postulados materialistas y de las pretensiones cientificistas.

 

A pesar de que las implicaciones de sus resultados no se hayan plasmado todavía en el imaginario cultural colectivo, la física cuántica ha revolucionado los presupuestos sobre los que se asentaba la física clásica o newtoniana. En sus escasos cien años de vida, ha supuesto un cambio radical de paradigma, de consecuencias enriquecedoras. Efectivamente, a tenor de sus descubrimientos incontestables, las cosas no son lo que parecen: la mente –y el llamado “sentido común”- nos engaña con mucha facilidad.

 

Curiosamente, la principal intuición procedente del nuevo paradigma científico no es tecnológica. La física cuántica viene a confirmar algo para lo que no se hallaba explicación racional: la estrecha relación entre nosotros y con todo el cosmos. Hasta finales de la última década, los científicos y las mentes científicas consideraron una ilusión la interconexión entre los seres humanos y de estos con la naturaleza.

 

Sin embargo, los experimentos contrastados en el mundo de las partículas elementales han superado aquellas viejas concepciones atomistas, para afirmar que la realidad a la que denominamos universo es un todo integrado, sin fisuras.

 

Y, curiosamente, esa es la experiencia espiritual genuina. A partir de ahí, parece que la actitud sabia consiste en abrirnos a esa nueva visión que está emergiendo, ya que –como decía Krishnamurti- “de esta crisis sólo podremos salir mediante una transformación radical de la mente”.

 

El denominador común de esta nueva cultura emergente es el holismo: Como ha escrito Ervin Laszlo, “entre nosotros se extiende una nueva epidemia: cada vez son más las personas infectadas por el reconocimiento de su unidad”. Es así: crece por doquier la conciencia de la interrelación de todo, de la no-separación, de la no-dualidad radical. Y esa nueva conciencia, que va conformando una nueva cultura, afecta también a todas las dimensiones de nuestra experiencia: a la economía, a la ecología, a la política, a las relaciones, a la religión…

Semana 27 de marzo: COMO LA MONTAÑA

Montaña en lago

 

Como la montaña que constantemente visita mi ventana.

 

A veces, el sol la calcina. Otras, la ahoga.

 

Con frecuencia la lluvia la castiga.

 

No es raro que la niebla la envuelva mansamente.

 

Nunca la oí quejarse por culpa del calor o del frío.

 

Jamás exigió nada por su majestuosa belleza. Ni el agradecimiento. Se da simplemente. Gratuitamente.

 

No es menos majestuosa cuando el sol la acaricia que cuando el viento la azota. No se preocupa de que la vean. Ni se enfada si la pisan.

 

Es como Dios: todo lo soporta; todo lo sufre; todo lo acoge. Dios se comporta como ella. Por eso la montaña es un sacramento de Dios: revela, recuerda, alude, remite.

 

 

Leonardo Boff

Semana 20 de marzo: PASCUA: EL DESIERTO ERA UN VERGEL

Flor

 

Cuando nos hallamos en medio del “desierto”, todo aparece marcado por la sequedad, la aridez y el sufrimiento. La mente se enreda, nuestra mirada queda atrapada en la oscuridad y llegamos a vernos dentro de un callejón sin salida. La aridez se transforma en sinsentido y vacío desesperanzado. Cualquier intento de liberación nos parece condenado al fracaso. Y así seguirá pareciendo mientras no cambiemos de perspectiva.

 

Porque la clave se encuentra precisamente ahí: estábamos viendo todo lo que sucedía desde el personaje del sueño. Y para él, ciertamente, no hay salida posible. Y eso es lo que se pone en evidencia en toda experiencia de desierto: el yo, en torno al que habíamos organizado nuestra existencia, se revela insustancial. Y debido a nuestra identificación con él, terminamos convencidos de que nosotros mismos somos insustanciales.

 

Sin embargo, existe otro nivel de realidad, más allá del aparente. Así como basta despertar por la mañana para apreciar el carácter irreal de nuestros sueños nocturnos, es suficiente con acallar el pensamiento para despertar a este otro nivel al que accedemos gracias a la atención. En él emerge ante nosotros la consciencia de ser, como el fundamento de todo lo real, que constituye nuestra identidad más profunda y, por ello, la fuente de toda confianza y seguridad.

 

A esa Fuente original, Jesús la llamaba “Abba” (Padre). Y de ella se dice que “resucitó a Jesús” (Hech 2,24.32…). Como él, tofos nosotros nos sentimos ya resucitados cuando nos reconocemos en aquel mismo nivel profundo en el que él vivía. Así escribe Pablo: “Si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el mismo que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos, también dará vida a vuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu que habita en vosotros” (Rom 8,11).

 

Reconocernos como consciencia de ser equivale a descubrir que somos Vida, tal como el mismo Jesús había afirmado: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11,25). Más aún: en ese nivel profundo se aprecia que solo hay Vida, que se manifiesta y despliega permanentemente en infinitas formas.

 

Todo es Vida, realidad no-dual que no conoce opuesto y que abraza todo lo existente. Dentro de ella, nacimiento y muerte son únicamente formas que adopta, sin sentirse ella afectada. Descubrir que somos Vida es la esencia de lo que llamamos “despertar”.

 

La Vida no muere, han reconocido todas las tradiciones espirituales. En torno a esa certeza, se han elaborado diferentes “mapas”, según los diferentes ámbitos geográficos, históricos y culturales: la reencarnación, la inmortalidad del alma o la resurrección. Cada uno de ellos insiste más en algún aspecto particular, pero todos coinciden en la afirmación central: solo hay Vida.

 

Sin embargo, tal afirmación se nos escapará mientras sigamos viendo la vida como algo “separado” de nosotros. Somos vida aunque solo podamos verlo cuando, en lugar de pensarla, la atendamos. La mente crea dualidad (separación); la atención permite conectar con el Fondo último, que trasciende conceptos y palabras.

 

Al ser Vida, en la medida en que vivimos en conexión con ella, podremos acoger todo lo que se manifieste. Las circunstancias externas no van a mejorar, seguirán siendo como eran, y nos afectarán porque somos seres sintientes, pero ya no de un modo definitivo. Más aún, tendremos capacidad de re-situarnos en cuanto cualquier malestar nos haga ver que nos hemos reducido a la forma (al yo).

 

Desde la Vida que somos brotará también un cuidado amoroso y servicial hacia todas las formas. Porque, en el nivel aparente de lo real, sigue presente el dolor y la oscuridad. Ahora podremos acogerlos y prestar ayuda, aunque sin condenarnos a pensar que ese es el único nivel existente.

 

Al reconocernos como Vida, comprendemos la exactitud de la afirmación de Pema Chödrön: “Tú eres el cielo, todo lo demás es el clima”. Efectivamente, tú eres Quietud (Consciencia, Presencia) que observa el oleaje.

 

El desierto seguirá siendo difícil y duro, pero tú no eres solo, ni sobre todo, el pequeño yo que lo padece o se encuentra perdido en él –aunque ese yo requiera atención y cuidado de tu parte-, sino la Vida que se disfraza, tanto de ese yo particular como del propio desierto.

 

Cuando puede mirarse desde esta perspectiva, podrá seguir habiendo dolor, pero no se dejará de ver que lo que nos parecía un desierto amenazador es, en realidad y en lo más profundo, un precioso vergel, tal como había sabido ver Isaías cuando exclamaba: “El desierto se convertirá en vergel… Mi pueblo vivirá en albergue de paz, confiado en sus moradas, tranquilo en sus casas” (Is 32,15-18).

 

La “morada” o “casa” no es algo que nos espere en el futuro, sino aquella misma consciencia de ser que constituye nuestra verdadera identidad, nuestro “hogar” compartido. Y eso es ya ahora.

 

Semana 20 de marzo: ¡DISFRUTA DE LO QUE NO TE GUSTA!

Ya eres lo que estás buscando

 

 

¡Disfruta, amigo, de aquellas cosas
(gentes, tareas o circunstancias),
que habitualmente te desagradan
o te generan disonancias!:

 

¿el compañero denso y pesado?…,
¿la vida diaria con su rutina?…,
¿pagar impuestos…, pasear al perro…,
o las tareas de la oficina…?

 

¡Puedes hallar, en medio de eso
que tanto cuesta sobrellevar,
un suave gozo…, un tenue encanto…,
un regocijo particular…!

 

¿Parece loco, parece necio,
o alguna idea nigromántica?,
¡y sin embargo esa es la clave
para tu nueva vida cuántica!

 

Y no se trata de “convencerse”,
o de actitudes extravagantes…,
se trata de algo sereno y bello…:
¡abrir las hebras del instante!

 

Cuando penetras en “el ahora”,
-sea lo que sea que estés viviendo-,
haces a un lado la periferia
y eres consciente del “estar siendo”…

 

Te abres al flujo de ese momento,
en forma entera, completamente,
¡y ya no importa lo de allí afuera
cuando consigues “estar presente”!

 

¡Sientes la Vida…, sólo la Vida!,
sin preconcepto…, sin juicio alguno,
sin requisitos ni expectativas…,
¡y con la Vida te vuelves uno!

 

Todo de pronto resulta bello
ante esa forma de percepción,
¡y cada trazo vale la pena
porque es un trazo de la Creación!

 

Has conseguido rozar el núcleo,
el hilo vivo del entramado,
¡y es transparente… y es exquisita
la sensación de “haber llegado”…!

 

Y entonces hagas lo que hagas,
y estés, amigo, con quien estés,
y te suceda lo que suceda…,
¡ya no te llega su “pesadez”!

 

¡Descubrirás alborozado
que cualquier sitio es “el” lugar…,
cualquier tarea es “la” tarea…,
y cualquier plato es “el” manjar!,

 

cualquier persona, es “la” persona…,
cualquier labor es “la” labor…,
¡porque habrás hecho del momento,
un escenario superior!

——
Jorge Oyhanarte

http://www.poesiasdelanuevaenergia.com

Semana 13 de marzo: SEMANA SANTA: LA PARADOJA HUMANA

No morimos

 

La celebración de la Semana Santa –más allá de las formas de expresión que ha ido adoptando a lo largo de siglos- pivota en torno al misterio central de la existencia humana, tal como aparece en el mundo manifiesto: el movimiento de muerte-resurrección: todo lo que ha nacido, morirá; y solo la muerte permite un nuevo nacimiento, porque –como decía Jesús- “si el grano de trigo no muere, no puede dar fruto” (Jn 12,24).

De ese acontecimiento –como de cualquier otro-, caben varias lecturas.

 

  • En un plano mítico, se hacía fundamentalmente en clave expiatoria: la muerte de Jesús en la cruz es el medio querido por Dios para expiar nuestros pecados –fundamentalmente, el “pecado original”- y, de ese modo, recuperar la amistad divina. En esta perspectiva, Jesús es el “enviado celeste” que entrega su vida para salvar a toda la humanidad.

 

  • En el plano histórico, la cruz es consecuencia del poder despótico, religioso y político, capaz de eliminar a una persona inocente porque, sencillamente, les molestaba. Jesús asume la cruz como consecuencia de la fidelidad a su propio mensaje y la vive en actitud de entrega amorosa.

 

  • En un plano ético, La cruz proclama el compromiso de luchar por la justicia, poniéndonos, amorosa y eficazmente, del lado de los crucificados. Es lo que vimos en la persona de Jesús, cuya existencia estuvo marcada por la compasión y la predilección por los últimos.

 

  • En el plano simbólico o profundo, pueden apreciarse diversos significados. Por un lado, habla de aquel misterio central al que me refería más arriba, y que nos atraviesa constantemente: muerte y resurrección son las dos caras de la misma realidad aparente. En todo momento, de una manera consciente o no, estamos muriendo y resucitando: desde las células de nuestro organismo hasta nuestras ideas, todo se halla en proceso de constante cambio. El cambio constituye, de hecho, la ley que rige el mundo de las formas.

En segundo lugar, la cruz –así leída- es una invitación a vivir la muerte –cualquier muerte- de tal manera que sea oportunidad para que germine la vida en una nueva resurrección. Y eso ocurre cuando asumimos el cambio desde la consciencia de lo que somos, en aceptación lúcida y en coherencia con el fluir de la propia Vida que en él se manifiesta.

En tercer lugar, la cruz es símbolo de “muerte del yo”: cuando el yo es “crucificado”, se abre camino la “resurrección” a nuestra verdadera identidad. No se trata, ciertamente, de actuar contra el yo, sino de dejar de identificarnos con él y vivir como si él constituyera nuestra identidad.

 

Es aquí donde se aclara la paradoja, al comprender que tanto la muerte como la resurrección son solo formas complementarias que emergen de aquella Realidad profunda que transciende y, por eso, resuelve toda paradoja: no somos ninguna de las formas que cambian, sino Aquello previo a todo cambio, en cuyo seno se produce el despliegue cambiante de la historia y de los acontecimientos.

 

Como dijera Jesús, lo que somos es no-nacido –“antes de que Abraham naciese, Yo soy” (Jn 8,58)- y es uno con la Fuente: “El Padre y yo somos uno” (Jn 10,30). Por eso, “quien me ve a mí, ve al Padre” (Jn 14,9).

 

La cruz constituye, por tanto, una invitación a reconocer las dos caras de lo manifiesto –siempre en proceso de nacer y morir y volver a nacer-, abrazadas en la No-dualidad de lo que es. Y percibir esa doble realidad en nosotros mismos, que en cada momento estamos también naciendo-muriendo, pero que, al mismo tiempo, somos lo no-nacido, Aquello que, sencillamente, es.

 

Nos percibimos como una paradoja, pero somos la totalidad. Nos experimentamos como individuos limitados y temporales, sometidos al nacimiento y a la muerte, pero nuestra verdadera naturaleza es la plenitud infinita y eterna; nos experimentamos llenos de sombras y de sufrimiento, pero nuestra identidad última es gozo luminoso.

 

Y no se trata de una “creencia” más en la que el yo buscara consuelo, sino de la certeza que se nos regala cuando aprendemos a acallar la mente separadora y conectamos con el “conocimiento silencioso” en el que saboreamos Aquello que somos.

Semana 13 de marzo: LA GENTE FELIZ NO SUELE CONSUMIR

Consumo

 

Serge Latouche,  filósofo y economista del decrecimiento

Crónica de Gabriel Asenjo, en Diario de Navarra.

 

Propone vivir mejor con menos. Profesor emérito de Economía en la Universidad París-Sud, es una de las voces mundiales del llamado movimiento por el decrecimiento.

 

Nacido en Vannes (Francia) hace 70 años, ante un público que le escuchaba sentado hasta en los pasillos de acceso al salón de actos del Colegio Mayor Larraona de Pamplona, subrayaba ayer noche que el actual ritmo de crecimiento económico mundial es tan insostenible como el deterioro y la falta de recursos en el planeta.

 

Invitado por el colectivo Dale Vuelta-Bira Beste Aldera, y bajo el título de su conferencia El decrecimiento, ¿una alternativa al capitalismo? , reclamó que la sociedad establezca una autolimitación de su consumo y de la explotación medioambiental. Desde su punto de vista no se trata de plantear una involución sino acoplar la velocidad de gasto de los recursos naturales con su regeneración.

 

Especialista en relaciones económicas Norte/Sur, premio europeo Amalfi de sociología y ciencias sociales, su movimiento decrecentista, nacido en los años 70 y extendido en Francia, defiende la sobriedad en la vida y la preservación de los recursos naturales antes de su agotamiento. A su juicio, si el decrecimiento no es controlado «el decrecimiento que ya estamos experimentando» será consecuencia del hundimiento de una forma de capitalismo insostenible, y además será desmesurado y traumático.

 

Una bomba semántica. Afirma Serge Latouche que el término decrecimiento es un eslogan, «una bomba semántica provocada para contrarrestar la intoxicación del llamado desarrollo sostenible», una forma de pensamiento, la sostenibilidad, extendida por el economicismo liberal de los años ochenta, y que propicia pagar por todo, «por ejemplo, en el caso del trigo, obliga a pagar por los excedentes, por su almacenamiento y también hay que pagar por destruir los sobrantes». «Deberíamos hablar de A-crecimiento», dijo como una invitación hacia la reflexión sobre nuestro estilo de vida, incluso sobre la exhibición de los superfluo y el enriquecimiento desmesurado.

 

Desde su punto de vista «vivimos fagotizados por la economía de la acumulación que conlleva a la frustración y a querer lo que no tenemos y ni necesitamos», lo cual, afirma, conduce a estados de infelicidad. «Hemos detectado un aumento de suicidios en Francia en niños», agregó, para aludir más adelante a la concesión por parte de los bancos de créditos al consumo a personas sin sueldo y patrimonio como sucedió en Estados Unidos en el inicio de la crisis económica mundial. Para el profesor Latouche, «la gente feliz no suele consumir».

 

Sus números como economista aseguran que le dan la razón: cada año hay más habitantes en el planeta a la vez que disminuyen los recursos, sin olvidar que consumir significa producir residuos y que el impacto ambiental de un español equivale a 2,2 hectáreas, y que cada año se consumen 15 millones de hectáreas de bosque «esenciales para la vida». «Y si vivimos a este ritmo es porque África lo permite», subrayó. Para el profesor Latouche, cualquier tipo de escasez, alimentaria o de petróleo, conducirá a la pobreza de la mayoría y al mayor enriquecimiento de las minorías representadas en las grandes compañías petroleras o agroalimentarias.

 

Trabajar menos y producir de forma inteligente. Tachado por sus detractores de ingenuo, postuló trabajar menos y repartir el empleo, pero trabajar menos para vivir y cultivar más la vida, insistió. Desde un proyecto que calificó como «ecosocialista», además de consumir menos, la sociedad debería consumir mejor, para lo cual propuso producir cerca de donde se vive y de forma ecológica para evitar que por cualquier puesto fronterizo entre España y Francia circulen hasta 4.000 camiones a la semana «con tomates de Andalucía cruzándose con tomates holandeses». Finalizó con una alabanza al estoicismo representado en España por Séneca: «No se obtiene la felicidad si no podemos limitar nuestros deseos y necesidades«.